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miércoles, 27 de agosto de 2025

De las clases de gimnasia a la Educación Física

Por Esteban G. Santana Cabrera 

Si hoy entramos a una clase de Educación Física en cualquier centro educativo, probablemente veamos balones, conos, colchonetas, música de fondo y un docente que habla de coordinación, trabajo en equipo y hábitos saludables. Pero no siempre fue así. Antes, lo que hoy llamamos Educación Física se conocía simplemente como “gimnasia”. Y no tenía el mismo enfoque ni la misma flexibilidad que conocemos ahora.

En mi caso, tengo grabados en la memoria aquellos días de colegio en el Adán del Castillo, cuando las clases de gimnasia las dirigían entrenadores como Pepe Clavijo, el mismo que después entrenaría al Claret Las Palmas y que acabaría formando parte del Gran Canaria de Baloncesto, o maestros como Don Orlando y Don Gustavo. No había música, ni coreografías, ni siquiera tantas explicaciones sobre la importancia de calentar; lo que había era un pitido, unas filas bien formadas y una voz firme que te decía: “¡A formar!”.

En aquella época, todavía estábamos viviendo el cambio que trajo la Ley de 1961, cuando se estableció la obligatoriedad de la enseñanza de la Educación Física en todos los niveles educativos. Esta ley, acompañada de decretos, órdenes y resoluciones, dio un vuelco a la asignatura. También creó la Junta Nacional de Educación Física, que se encargó de coordinar y planificar cómo debían ser las clases. Pero aun con ese marco, la realidad en los patios y gimnasios era que la “gimnástica” seguía siendo la base: tablas de ejercicios, saltos, carreras, y poco más.

Recuerdo especialmente el paso al IES Cairasco de Figueroa de Tamaraceite, donde el profesor de Educación Física era Don Abilio, un militar de los de antes, y al que los chiquillos respetábamos. Sus clases eran… digamos que intensas. No era raro que en vez de partidos de baloncesto o juegos de relevos, hiciéramos auténticas sesiones de instrucción militar: marchar al paso, formar escuadras, ejercicios sincronizados, subir cuerdas, espalderas,  y mucho, pero mucho énfasis en la disciplina. Para algunos compañeros era duro; para otros, una especie de entrenamiento secreto para el servicio militar.

Con el tiempo, y gracias a los cambios que trajo esa legislación, la gimnasia empezó a abrirse al deporte. Pasamos de aquellas tablas repetitivas a los circuitos y actividades más variadas: velocidad, resistencia, fuerza, flexibilidad. La finalidad era desarrollar lo que llamaban “aptitudes físicas”, y se complementaba con juegos pedagógicos y tradicionales.

No puedo olvidar cómo, en los recreos, muchos de los ejercicios de las clases acababan transformándose en nuestros propios campeonatos improvisados. Un balón de baloncesto y dos canastas oxidadas eran suficientes para que el patio se convirtiera en el “Gran Canaria Arena” particular de la época. Y si el profe se animaba, podía hasta participar y enseñarnos algún truco.

Hoy, mirando atrás, me doy cuenta de que aquellos profesores, con sus estilos tan diferentes, marcaron nuestra forma de entender el ejercicio y el deporte. Pepe Clavijo nos transmitía la pasión por el deporte y la importancia del esfuerzo; Don Abilio, la disciplina y el trabajo en equipo; y aquellos maestros de los 70 en el Adán del Castillo fueron los primeros en ponernos en movimiento, cuando la palabra “Educación Física” todavía sonaba demasiado formal y la “gimnasia” era lo que todos entendíamos.

En la imagen de principios de los 70 que guardo del Adán del Castillo, se ve perfectamente el espíritu de la época: niños en fila, pantalón corto, camiseta blanca, y al fondo el maestro vigilando cada movimiento. Nada de ropa deportiva de marca ni zapatillas técnicas, solo ganas de cumplir con lo que tocaba y, de paso, pasarlo bien. Pero a la vez había profesores que fomentaban el deporte como Juan Alberto López que fundó el mítico Nik de baloncesto, Don Juan Clemente el entrenador de balonmano, donde iban los más fuertes y aguerridos y Don Gustavo que entrenaba a los chiquillos que no servíamos ni para el fútbol ni para el baloncesto y nos ofreció el voleibol, un deporte que estaba empezando en la escuela. En el  Adán del Castillo formamos nuestros primeros equipos escolares de voleibol y competíamos con otros centros educativos de la ciudad en una liga escolar. Don Gustavo, los sábados nos llevaba en su viejo Seat a todos los chiquillos, unos encima de otros, hasta el centro donde teníamos que jugar ese día.

La asignatura ha evolucionado mucho: ahora se habla de salud, de hábitos saludables, de inclusión. Pero las risas, los nervios antes de un test de resistencia, el olor a balón de cuero viejo y el eco de los silbatos siguen siendo, para muchos, recuerdos que nos devuelven a esos días en los que el patio era nuestro pequeño estadio, y la gimnasia, o como la llamamos ahora, Educación Física, era la excusa perfecta para correr, sudar y, sobre todo, disfrutar.

La Provincia



domingo, 10 de agosto de 2025

"Chita, la maestra de Tamaraceite que nos enseñó con el alma"

Por Esteban G. Santana Cabrera  

A mediados del S XX, en un tiempo en que las guarderías no existían y los padres salían de casa desde bien temprano para trabajar, unos a las fincas de plataneras cercanas y otros a diferentes ocupaciones en el sector del turismo, aparecieron unos personajes esenciales en los pueblos y los barrios que, sin títulos oficiales ni aulas convencionales, sembraron las primeras semillas del conocimiento en muchos de nosotros. Una de ellas fue Chita, la primera maestra de muchos niños y niñas de La Montañeta, en Tamaraceite y la que me enseñó las primeras letras y números.

Los que somos docentes sabemos que el título no hace al maestro. Chita no tenía estudios universitarios ni diploma colgado en la pared. Lo que tenía era algo mucho más valioso: una vocación inmensa, una paciencia infinita y una sonrisa que calmaba cualquier temor. Comenzó ayudando a los más pequeños del pueblo, como a mis hermanos y a mí, que necesitábamos un lugar seguro mientras nuestros padres trabajaban. Pero no solo cuidaba, enseñaba. Enseñaba con dulzura, sin gritos, sin castigos, solo con afecto, cariño y comprensión.

Su primera escuelita estuvo en el callejón de la Calle Magdalena, donde antes había dado clases otra maestra durante muchísimos años, Pinito, que fue la que inició. Más adelante, se trasladó a la Calle Belén, en lo alto de la cuesta, justo donde estaba el antiguo pilar. Allí, en una de las cuevas que también le servía de hogar, instaló su pequeño aulario. Aún conservo con nitidez la imagen de aquella entrada repleta de plantas, de vida, como ella misma. La clase estaba al fondo, en una cueva a la derecha, junto a las demás habitaciones también excavadas en la tierra. Aquel espacio era humilde, sí, pero rebosaba calidez, ternura y respeto.

Mientras realizábamos nuestros “deberes” se nos abría el apetito con aquellos olores a potaje o a puchero recién cocinado. Recuerdo haberme quedado dormido más de una vez en aquel banco azul, mientras la voz de Chita nos guiaba entre las primeras letras y números con los que empezábamos a entender el mundo. Nunca necesitó alzar la voz. Jamás la vi pegar a un niño. Enseñaba desde la bondad, con un amor muy grande. No éramos muchos, pero cada uno recibía su atención como si fuéramos únicos.

Al terminar las clases, solíamos pasar por la tienda de Carmita Déniz, al principio de la calle Belén. Nos asomábamos a la ventanilla y desde allí, con los ojos muy abiertos, mirábamos las chucherías que reposaban sobre una gran mesa de madera. Aquella imagen era casi tan mágica como la clase: un premio dulce después de una mañana de letras, dibujos y ternura.

La muerte de Chita fue repentina. Se marchó sin avisar, como suelen irse las personas buenas, dejando un vacío silencioso. No hubo homenajes, ni placas, ni calles con su nombre. Solo quedó su recuerdo en quienes la tuvimos cerca, y en los que aprendimos con ella nuestras primeras palabras. Fue, para muchos de nosotros, el primer paso hacia el colegio nacional.

Hoy quiero rescatar su memoria del olvido. Porque Chita no fue solo una mujer que cuidaba niños. Fue una maestra sin escuela oficial, sin libros de texto, con una humilde pizarra, pero con una vocación más grande que cualquier título. Como ella, hubo muchas otras personas en Tamaraceite que durante los años 50, 60 y 70 pusieron los cimientos de lo que somos hoy. No enseñaban solo a leer o a sumar. Enseñaban a escuchar, a respetar, a esperar el turno, a confiar. Enseñaban a  que fuéramos mejores personas.

En la Calle Belén, justo en el muro de la casa de Carmita Déniz, enfrente del Pilar, hay un mural en la
que está presente y la recordamos cada vez que pasamos por allí, realizado por los muralistas Daniel Rodríguez Báez y GraffMapping, donde se plasmaron distintos momentos y personajes populares de Tamaraceite como Bernardo, Carmita Déniz, Jesús Arencibia, etc, y como no podía ser menos Chita La Maestra.  Una bonita obra que quedará para la posteridad y que servirá para recordar nuestra historia más reciente. 

Gracias, Chita, por tu entrega, por tu dulzura, por tu ejemplo. Tu cueva no era solo un lugar donde aprendíamos letras y números era un hogar donde se nos enseñaba a vivir.




sábado, 9 de agosto de 2025

La psoriasis más allá de la piel

 

Hora 14 Canarias de Esteban Gabriel Santana Cabrera

Hoy intervine en el Informativo Hora 14 en la SER con Carlos Moreno que se hizo eco de la realidad que vivimos los pacientes de #psoriasis Por ello desde Acción Psoriasis proponemos campañas como #destapate2025 Puedes leer el artículo a continuación: https://cadenaser.com/canarias/2025/08/09/la-psoriasis-mas-alla-de-la-piel-reclaman-atencion-psicologica-y-medica-integral-en-todos-los-hospitales-ser-las-palmas/

domingo, 3 de agosto de 2025

"No escondas la psoriasis en verano, muéstrala con dignidad"

Por Esteban G. Santana Cabrera 

Convivo con la psoriasis desde hace casi 40 años. Cuatro décadas marcadas no solo por los brotes y tratamientos, sino también por una lucha silenciosa contra los prejuicios. Porque la psoriasis no solo afecta a la piel, también afecta a lo emocional y lo social. Vivimos en una sociedad donde la imagen juega un papel predominante, donde lo que se ve muchas veces se juzga, y donde mostrar una piel afectada por lesiones en la piel puede suponer enfrentarse a miradas de rechazo o a sentirnos excluidos.

Por ello, visibilizar la psoriasis es una necesidad urgente. Porque mientras siga siendo un tabú, mientras se esconda por miedo o vergüenza, seguiremos perpetuando el estigma. Necesitamos naturalizar la psoriasis y la artritis psoriásica, hablar de ella con claridad, mostrarla, si no con orgullo, sí con naturalidad. Por eso es tan valiosa una campaña como #Destápate2025, impulsada por Acción Psoriasis y LEO Pharma, que nos anima cada año a quitarnos no solo la ropa, sino también los complejos.

Esta campaña, que arrancó este 15 de julio en el Hospital del Mar de Barcelona y se prolongará durante el verano, nos invita a mostrarnos tal como somos: sin filtros ni vergüenzas. A disfrutar de la playa, la piscina, la montaña o el día a día sin ocultar nuestra piel. Porque sí, el sol puede ayudar a mejorar los síntomas, pero el verdadero cambio ocurre cuando dejamos de escondernos a la sociedad. Porque las verdaderas lesiones no están en la piel sino en nuestro interior.

Como paciente, valoro que existan espacios como este, donde la imagen de quienes convivimos con la enfermedad se pone en el centro. Aunque sabemos que,  para que esta visibilidad tenga impacto, es necesario que vayamos más allá de las campañas puntuales. Necesitamos crear sinergias entre todos los agentes implicados: pacientes, dermatólogos, personal de enfermería, farmacéuticos, asociaciones de pacientes y, por supuesto, los medios de comunicación.

Cada uno de ellos juegan un rol fundamental. Los profesionales sanitarios son quienes nos acompañan en el diagnóstico, tratamiento y seguimiento; nos ayudan a entender la enfermedad, a aceptar sus ciclos, a buscar las mejores opciones terapéuticas. En particular, quiero destacar el excelente trabajo que se realiza en las unidades de psoriasis de los hospitales canarios, que no solo ofrecen atención médica especializada, sino también una mirada humana y empática hacia quienes vivimos con esta patología.

Por otro lado, los medios de comunicación tienen el poder de romper estereotipos, de educar a la
sociedad, de generar empatía. La información rigurosa, la difusión de testimonios reales y dar a conocerla, son herramientas claves para derribar prejuicios.

Y nosotros, los pacientes, tenemos la responsabilidad, y el derecho,  de alzar la voz, de compartir nuestras historias, de mostrarnos. Porque cada vez que un paciente se destapa, inspira a otro a hacer lo mismo. Y así, poco a poco, dejamos de ser invisibles.

#Destápate no es solo una campaña, se trata de un movimiento por la dignidad de los pacientes, la comprensión y el respeto. Un recordatorio de que la psoriasis no nos define, pero forma parte de nosotros. Que nuestra piel puede tener marcas, pero también tiene una historia detrás de sí.

Por eso, invito a todas las personas, con psoriasis o sin ella, a unirse a esta nueva edición de #Destápate2025. Participar es contribuir a cambiar la mirada social sobre esta enfermedad. Es dar un paso hacia una sociedad más inclusiva, más empática y más informada.

Destápate. No para mostrar tus lesiones, sino para mostrar tu coraje. Porque visibilizar la psoriasis es también visibilizar las historias de más de 1 millón de personas en España que padecemos esta enfermedad.

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