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Por Esteban G. Santana Cabrera |
LPDLP. El papel que juega la
familia en la educación de los hijos es vital., ya que es el primer agente
referencial del individuo. A nadie se le
esconde que debe ser parte activa del proceso de enseñanza aprendizaje, no como un simple espectador sino ayudando a
planificar, a valorar, a supervisar y a evaluar. Sabemos que esto no es fácil
hoy en día, en la que la participación de los padres en la vida escolar es muy
baja por falta de motivación, causas laborales o desinformación, y en muchos casos ésta se
limita a ver desde la grada las celebraciones de navidad, día de la paz, carnaval, etc. Por otro lado
está la existencia de un cierto temor del profesorado a salir de su zona de
confort y la inseguridad de tener que planificar con otros agentes que no sean
sus compañeros docentes, los de siempre.
Pero la escuela del S
XXI debe romper moldes. La familia debe ser el modelo a seguir, la que marca la
pauta de las normas básicas de convivencia, y nunca se debe dejar en manos de la
escuela exclusivamente esta labor, que es lo que está ocurriendo en muchos
casos. A nuestros centros escolares llegan hoy en día muchas familias
desestructuradas y/o centradas en el trabajo, con falta de valores, niños con
la llave colgada al cuello y que se tienen que hacer cargo de hermanos menores
hasta que sus padres lleguen a casa después de una larga jornada laboral,
familias donde el paro y los problemas sociales campan a sus anchas, sin que
nadie pueda o quiera tomar el timón. Un
panorama nada idílico e incomparable con el que vivían otras generaciones
atrás, que aunque también eran espectadores del proceso de enseñanza
aprendizaje, la responsabilidad recaía única y exclusivamente en manos del
maestro y en muchos casos era una
lotería para el alumnado, ya que dependía el éxito escolar de la profesionalidad del
docente y de la capacidad y memoria del discente.
La familias de hace
unas cuantas generaciones no se entrevistaban con el profesorado, no recogían
las calificaciones de manos del tutor el día de la entrega de notas, no hacían
un seguimiento de la vida escolar de sus hijos salvo que el profesor los citase
por haber realizado una fechoría y dejaban en manos del docente toda la carga y
las ilusiones del alumnado. Otra época,
otra sociedad, otro alumnado y otro profesorado.
Por ello la escuela
debe poner en realce un rol que hace unos años no tenía que asumir, el
compensador. Compensar las carencias afectivas, de normas, de hábitos, de
necesidades básicas como alimentación, material escolar e incluso vestuario, se
ha convertido desgraciadamente en el día a día de nuestras escuelas. Y no es
nada fácil.
La escuela de hoy en día tiene muchos aspectos
positivos, como que el profesor tiene
más autonomía, más capacidad de plantear sus clases con distintas metodologías
que lleguen de manera más clara y concreta al alumnado, y sobre todo que lo que
aprendan les sirva para ser competentes en la vida diaria. Antaño importaba poco
si los contenidos que se impartían en la escuela eran de utilidad para el
futuro, se daban porque así se venía haciendo generación tras generación. Pero
es muy importante, yo me atrevería que vital, que las familias se impliquen en
el proceso de enseñanza aprendizaje de sus hijos, no como meros actores que
repiten un guión o espectadores que ven la película desde la butaca, sino que
deben subirse al escenario, estar en las tareas de producción y realización,
porque la educación es tarea de todos.
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