Cada día son más numerosos los ejemplos que muestran las bondades del saber fronterizo e híbrido y del viaje que va desde el orden y la disciplinariedad hacia el desorden y la transdisciplinariedad.
La historia oficial del conocimiento corre en paralelo a la historia de nuestra modernidad o, dicho de otra manera, nuestra modernidad se sustenta en un relato concreto sobre el dónde y el cómo surgen y se difunden el conocimiento y la innovación. Es el relato del orden y la clasificación frente a lo azaroso y lo desestructurado. Del progreso gracias a la parcelación y a la demarcación. Nuestra modernidad es una historia de éxito soportada en los pilares de la autoridad sancionada, la estandarización, la especialización, la reducción y la simplificación. Pero es también una historia protagonizada sólo por unos pocos y dominada por las leyes de la escasez, de lo considerado importante y de lo dominante. Un relato que tuvo que ignorar la complejidad, la diversidad, lo pequeño y lo marginal para ser eficiente. Y que ignorando esa complejidad, tuvo que dejar de lado otros relatos posibles, otros actores, otras tradiciones y otras maneras de ver y hacer.
La modernidad nos demandó simplificación y normalización. Simplificamos eligiendo, troceando, descartando, tomando posturas y excluyendo. Lo hicimos definiendo los espacios adecuados para la producción y la transferencia del conocimiento, las condiciones necesarias para el surgimiento de la innovación y las vías más adecuadas para la transmisión del saber, pero también dejando fuera mucho conocimiento, ignorando mucha innovación y apartando a muchos actores.
Los acontecimientos de las últimas décadas y de manera especial la irrupción de lo digital y de las lógicas digitales nos obligan (o mejor, nos permiten) a ver y a hacer las cosas de otra manera. En el ámbito de la gestión del conocimiento, la transformación digital nos invita a derribar muros y compartimentos y a sustituirlos por estructuras más porosas que favorezcan la mezcla y la hibridación. Cada día son más numerosos los ejemplos que muestran las bondades del saber fronterizo e híbrido y del viaje que va desde el orden y la disciplinariedad hacia el desorden y la transdisciplinariedad.
Hoy es ya evidente para todos que el conocimiento y la innovación son artefactos complejos y construidos, actividades humanas sujetas a valores, situadas, locales y fuertemente influídas por los contextos donde se desarrollan (Aprendizajes situados y prácticas procomunales. Lara y Lafuente). Hace tiempo que los lugares para el conocimiento, el aprendizaje y la innovación dejaron de ser espacios rígidos, cerrados y compartimentados para convertirse en estructuras abiertas y flexibles.
¿Qué es la innovación después de la Innovación?
Es abandonar el término Innovación, dejar de hablar por un tiempo de Innovación con mayúsculas. Olvidarnos de los grandes relatos, de los casos de éxito mil veces repetidos y de los términos grandilocuentes pero carentes de sentido para la mayoría. Despojar a la innovación de su carácter mítico, heroico, transformador, absoluto, inevitable y casi obligatorio. Dejar de lado, por un tiempo, conceptos que ocupan demasiado y resuelven poco como por ejemplo el de “innovación disruptiva” propuesto por Clayton Christensen (él mismo prefiere hablar ya de innovación híbrida). No se trata de invalidarlo. Se trata de poner el concepto en cuarentena, de cuestionarlo un tiempo, para después de un proceso más o menos largo de duelo, recuperarlo y volver a hablar de nuevo de innovación y cambio, pero ya no como algo que sólo pueden hacer unos pocos y en lugares concretos, ya no como algo abstracto y desprovisto de cuerpo sino como algo real, encarnado, concreto, situado y contextualizado, como aquello que hacen cada día muchas personas y muchos profesionales para resolver problemas y mejorar procesos.
Así la innovación después de la innovación sería lo que nos queda después de este proceso de expansión y ampliación. Sería la innovación producida por los olvidados, los que nos tienen voz, los privados de la palabra. Habría que adjetivar el concepto para descargarlo de su halo intocable y poder pasar entonces a hablar deinnovación mínima, de innovación real, de micro-innovación, de innovación amateur, de innovación invisible(Nirmalya Kumar, John Hagel, John Seely Brown), innovación modesta o de la innovación que surge en los márgenes, de la innovación marginal. Una innovación que no da nada por supuesto, no reclama grandes inversiones, ni espera reconocimientos. Una innovación que resulta de la suma de muchas pequeñas innovaciones, del trabajo continúo de muchos. Se trataría de recuperar aquellas historias que narran “lo pequeño y que nos muestran como modificaciones minúsculas llevan a grandes cambios” (A. Lafuente).
¿Cuáles son las rutas de la innovación educativa?
Son múltiples y diversas. No parten de los mismos sitios ni confluyen en un único lugar. Es un mapa complejo, reticular, descentralizado y desjerarquizado. Un mapa con múltiples preguntas y variadas respuestas. Casi más un atlas, al modo del historiador del arte Aby Warburg, un artefacto capaz de “reconfigurar el espacio, redistribuirlo, desorientarlo, dislocarlo allí donde pensábamos que era continuo, reunirlo allí donde suponíamos que había fronteras” (Georges Didi-Huberman). Una propuesta que conecta territorios y rutas tradicionalmente separadas.
Un atlas que nos muestra que hay, evidentemente, innovación en las grandes instituciones como Harvard y en los grandes ecosistemas innovadores como Silicon Valley, pero que también hay mucha innovación marginal, realizada en las pequeñas escuelas y en lugares remotos. Que hay innovación que surge en los centros pero también hay mucha innovación en las periferias y en los suburbios (Vídeo TED), tal y como señaló hace unos años Charles Leadbeater. Un atlas que reconoce la riqueza de las redes (Yochai Benkler). Que pone en evidencia que hay innovación hecha por profesionales cuya ocupación es innovar pero que también mucha e imprescindible innovación amateur. Y que ambas pueden y deben coexistir simultáneamente.
El fenómeno no es nuevo. Siempre ha habido innovación fuera del sistema educativo. Siempre ha habido “aprendizaje informal, marginal e invisible” (Cobo & Moravec), y siempre ha habido maneras diferentes de enseñar y de aprender, pero la diferencia es que ahora, en un mundo cada vez más global y homogeneizado, la tecnología nos ayuda a visibilizar lo marginal, atender lo particular y a conectar lo distante. Las tecnologías de la información y la generalización de la “cultura digital” hacen que, por primera vez, sea posible visibilizar, poner en valor y conectar toda esa innovación hasta ahora oculta e invisible.
La tecnología nos ayuda a visibilizar lo marginal, atender lo particular y a conectar lo distante
Este proceso coincide además con un consenso cada vez mayor sobre la necesidad de transformar la educación, al tiempo que parece cada día más claro que esta transformación no surgirá desde los grandes proyectos de cambio, ni desde la anunciada innovación disruptiva, sino desde las pequeñas actuaciones de muchos.
La transformación no vendrá desde la tecnología, como tampoco será una consecuencia de nuevas leyes, ni estará liderada por las administraciones educativas. Cada vez parece más claro que el cambio solo será posible desde el impulso de las personas y desde la suma de muchas pequeñas actuaciones. Desde las acciones de cada profesor, desde su centro educativo y trabajando con sus alumnos. Las soluciones deberán llegar desde las pequeñas acciones, desde el trabajo diario y desde proyectos reales.
Nuestro atlas deberá prestar atención al territorio de la innovación tecnológica y al de la innovación metodológica y pedagógica. Y en este sentido es más válida que nunca la afirmación de que las tecnologías modelan las pedagogías y que las pedagogías modelan las tecnologías. Nuestro mapa deberá trazar también la ruta de la innovación organizacional (Alive in Swamp. Fullan & Donnelly. Nesta). Ni la innovación tecnológica, ni la pedagógica pueden existir sin innovación organizacional que favorezca estructuras más dinámicas, más flexibles y más abiertas. Deberá mostrarnos la innovación dirigida y planificada pero también la innovación azarosa y casual.
Las rutas y los caminos transitan distintas tradiciones y dan respuesta a diferentes necesidades. Algunas están centradas en las nuevas formas de aprendizaje, en cómo se están diseñando, pensando y construyendo los nuevos entornos de aprendizaje en la Red y cuál es el nuevo rol del profesorado. Hay otras ocupadas de incorporar el desarrollo colaborativo, el uso de las redes sociales, los nuevos dispositivos y el aprendizaje por competencias. Hay quien está explorando el territorio de los aprendizajes no reglados, el aprendizaje informal yla educación expandida. El aprendizaje sin aulas, desintermediado, entre pares. O quien se preocupa más por la naturaleza cada vez más social y participativa del aprendizaje y los aprendizajes colaborativos.
Desde la perspectiva de la prospectiva y la tecnología hay numerosos estudios (Innovating Pedagogy 2012. Open University) que señalan hacia cosas como la flipped classroom, los moocs, la incorporación de los dispositivos móviles (byod), la personalización, la realidad aumentada, el aprendizaje basado en juegos, elaprendizaje adaptativo, el learning analytics (NMC Horizon Report. K-12. 2013 edition).
Nuestro atlas debe dar respuesta a cuestiones como el aprender desde los expertos, el aprender con otros, el aprender haciendo, el aprender explorando, el aprender investigando, el aprender practicando, el aprender evaluando y el aprender en cualquier lugar y en cualquier momento.
En todo caso, sean cuales sean las respuestas y las aproximaciones, parece claro que estamos en el momento de hacer micro-innovación educativa, microcirugía de aprendizaje, de dejar de lado las grandes operaciones, las grandes instalaciones y las grandes leyes para hacer Innovación educativa que desarrolle la innovación y la creatividad, mejore la calidad y la eficiencia de los resultados, favorezca el aprendizaje a lo largo de la vida y de la movilidad una realidad y que promueva la equidad y una ciudadanía activa.
¿Cómo se pueden crear nuevos espacios para la innovación?
Siempre hubo sitio para lo distinto, lo marginal, lo alternativo y lo crítico. Junto al orden siempre hubo desorden. Al lado de una academia siempre hubo un café donde debatir y, enfrente del laboratorio universitario y de las protocolizadas salas blancas de investigación, siempre hubo garajes donde innovaban otros y espacios donde se seguían otros protocolos. Frente a los expertos siempre hubo aficionados y amateurs. Junto a la metrópoli siempre hubo periferia. La innovación no siempre surgió donde se la esperaba.
En los últimos años, hemos presenciado el continuo descubrimiento de nuevas formas de crear, inventar y trabajar juntos. La Red se ha convertido en un espacio de encuentro entre personas con diferentes tradiciones y sensibilidades y en un espacio de serendipia y descubrimientos azarosos impulsados por la cultura de lo abierto, la colaboración y lo transversal. Un espacio de ensamblaje y creación posible gracias a las múltiples y no previstas conexiones que se dan entre personas, objetos y saberes provenientes de diferentes tradiciones, sensibilidades y trayectorias. Un mapa que conecta lo minúsculo y lo insignificante, lo raro y lo común. Lo periférico y lo olvidado.
Los últimos años hemos asistido también al surgimiento de nuevos espacios caracterizados por ser al mismo tiempo lugares físicos y comunidades digitales, por ser transdisciplinares en su concepción, estar impulsados desde los ámbitos de lo público en ocasiones pero también desde lo privado, lo ciudadano y lo comunal. Nuevos espacios para innovar, para trabajar, para enseñar lo que uno sabe y para aprender de los otros. Nuevos espacios más aptos para abordar la naturaleza híbrida, compleja, local y situada de las cosas. Nuevos espacios que han explorado formas de producción, comunicación, relación, gestión de proyectos y aprendizaje colectivos. Lugares que valoran lo informal y se construyen sobre estructuras de organización descentralizadas.
En la Era de la desintermediación del aprendizaje es cuando el papel de los profesores cobra, si cabe, más importancia
Lo importante entonces sería ser capaces de crear los entornos y las condiciones para que esta innovación surja y, también, ser capaces de amplificarla, conectar un nodo con otro, escalar las nuevas redes de innovación que están surgiendo. Y esto es especialmente relevante en el ámbito de la educación donde cada profesor ha sido históricamente y potencialmente un centro de innovación pero un nodo en muchos casos aislado y desconectado, ignorado e invisible para otros.
La transformación digital trae consigo (lo hemos visto en muchos otros ámbitos) la capacidad de relacionar y poner en contacto nodos individuales o pequeñas redes de innovación, amplificando enormemente su alcance e influencia y provocando un efecto transformador en cadena. La transformación del sistema educativo parece entonces que sólo puede provenir de la creación de entornos que favorezcan y apoyen el aprendizaje en red y conectado. Por eso, pensar en los nuevos espacios para la innovación educativa, nos lleva a las personas. En la Era de la desintermediación del aprendizaje es cuando el papel de los profesores cobra, si cabe, más importancia. Y los nuevos espacios para la innovación educativa serán aquellos que mejor respondan a las características que estamos definiendo de apertura, conectividad, colaboración, horizontalidad, diversidad, relevancia (Connected Minds. Francesc Pedró). Espacios inclusivos, distribuidos y conectados. Espacios de comunidad y de contenidos. Flexibles y cambiantes. Digitales y físicos. Híbridos.
Fuente: co.labora.red
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