Fernando Trujillo @ftsaez Blog Fernando Trujillo |
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En educación no hay expresión más absurda que aquella que afirma que en la escuela enseña un profesorado del siglo XX a un alumnado del siglo XXI con metodologías del siglo XIX. Solo quien no conozca la escuela o no quiera ver en ella una evolución puede mantener que la escuela no ha cambiado para asumir los nuevos retos que la sociedad le encomienda. Es más, hoy nos encontramos en un momento claro de ebullición y de aparición de pedagogías emergentes visibles en muchos centros educativos.
Para empezar, la escuela ha asumido en su currículum todos aquellos contenidos que la sociedad ha considerado relevantes. Desde la educación vial hasta la educación financiera, pasando por la robótica, el inglés como lengua vehicular en los centros bilingües o, por supuesto, la educación para la igualdad entre mujeres y hombres, la escuela ha ido introduciendo nuevos contenidos ya sea por mandato normativo, mediante el desarrollo de nuevos materiales o por la vía de los libros de texto.
En segundo lugar, hoy el profesorado tiene a su disposición un amplio catálogo de estrategias y recursos metodológicos que incluyen diversas maneras de gestionar el aula, organizar a su alumnado y promover situaciones de aprendizaje. Pensar que las metodologías existen sin el profesorado es una contradicción; es más, el profesorado hoy lidera el avance en ciertas estrategias metodológicas, en muchas ocasiones por delante de unidades teóricamente dedicadas a la innovación como son las universidades o los centros del profesorado.
En tercer lugar, la tecnología ha revolucionado el aprendizaje, como muchos otros aspectos de nuestra vida. Por un lado, ha expandido las oportunidades de aprendizaje tanto en el tiempo como en el espacio, desbordando las paredes y el horario de la escuela para permitir que quien quiera aprender pueda hacerlo en todo momento y lugar; por otro lado, la tecnología ha permitido abrir ventanas y puertas en el aula y modificar procedimientos aportando nuevas vías de comunicación y nuevos materiales. La Tecnología es un factor de cambio cultural, y la escuela no es inmune a esta fuerza de cambio.
Así pues, la escuela de 2017 poco tiene que ver con la escuela de 1917 y mucho menos con la escuela de 1817. Desde lo más aparente a lo más profundo y delicado, la escuela ha cambiado radicalmente, y el proceso de cambio no está disminuyendo sino que, al contrario, está acelerando.
Obviamente, no todas las escuelas están situadas en el mismo punto de este vector de cambio. Hay escuelas más o menos innovadoras, sin lugar a dudas. Pero, por un lado, hay que diferenciar entre el deseo de cambio y las posibilidades de cambio. ¿Cuentan todos los centros educativos, tanto en la red pública como privada, con los recursos necesarios para la mejora?¿Se dan las condiciones laborales necesarias para que el docente trabajador pueda desarrollarse personal y profesionalmente a través de la innovación?¿Apuesta la Administración de manera clara por la revisión del currículo, el desarrollo profesional de su profesorado y la mejora de las condiciones laborales?¿Están todos los factores alineados para que la escuela pueda desarrollar la tarea que tiene encomendada de manera eficaz?
Por otro lado, pensar solo en términos de “innovación” puede conducirnos al cambio por el cambio pero sin transformaciones positivas reales, o incluso a cambios que perjudiquen el aprendizaje. La innovación debe contribuir, y normalmente así ocurre, al desarrollo integral del estudiante y a promover el éxito de todo el alumnado en todas las circunstancias. La innovación no es el objetivo en sí misma, es un medio para un fin: la construcción de una sociedad mejor.
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