Por Esteban G. Santana Cabrera |
En la, hasta hace algunos años concurrida, calle de la Cruz del Ovejero, en Tamaraceite, Las Palmas de Gran Canaria, vive una mujer que es testimonio vivo de la historia del siglo XX y XXI. Sara Rivero Déniz, hija de Manuel Rivero González y Pilar Déniz Domínguez, conocida por todos cariñosamente como "Sarito", acaba de cumplir cien años el pasado 17 de diciembre de 2024. Su vida, marcada por el esfuerzo, la familia y un espíritu emprendedor inquebrantable, es un reflejo de los cambios sociales y económicos que han transformado Tamaraceite y Canarias a lo largo de las décadas.
Sarito nació en 1924 en Madrelagua, un pintoresco rincón del municipio de Valleseco. Era la tercera de once hermanos, en una familia humilde y trabajadora que se enfrentaba con valentía a las dificultades de la época. La España de su niñez estaba marcada por las tensiones que desembocarían en la Guerra Civil, pero también por la solidaridad y el esfuerzo que caracterizaban a las familias de los pueblos de Gran Canaria.
A los 18 años, Sarito se trasladó a Las Palmas de Gran Canaria para continuar sus estudios, una decisión valiente en una época en la que las oportunidades para las mujeres eran limitadas. Poco después, su padre compró una tienda en Tamaraceite para su hermano Pepe, quien por problemas de salud no podía seguir viviendo en las frías temperaturas de Valleseco. Sin embargo, la vida tenía otros planes: Pepe no se adaptó al negocio y Sarito tomó las riendas de la tienda.
Por aquellos años, la realidad de Gran Canaria estaba profundamente marcada por las secuelas de la Guerra Civil Española y la influencia de la Segunda Guerra Mundial. En la isla, los productos básicos como el pan, el aceite y el azúcar estaban racionados, y muchas familias dependían de las cartillas de racionamiento para sobrevivir.
La economía insular giraba en torno a la agricultura y la pesca. Las exportaciones de plátanos y tomates, aunque limitadas por la guerra, eran fundamentales para la subsistencia. La pobreza era generalizada, especialmente en las zonas rurales, donde tiendas como la de Sarito se apoyaban en la solidaridad y el esfuerzo colectivo para salir adelante.
El pequeño negocio se convirtió en mucho más que una tienda. Bajo la gestión de Sarito, se transformó en un punto de encuentro para los vecinos de Tamaraceite. Con su carisma y habilidad para atender a todos, vendía desde verduras frescas para el potaje hasta alpargatas para las romerías. Muchos también salían de la tienda con un bocadillo de chorizo de Teror, listo para la caminata a la Basílica de la Virgen del Pino, cuando Tamaraceite era lugar de paso obligado para todos los romeros que, con devoción acudían cada año a visitar a la patrona. La tienda era un espacio donde las historias del barrio iban y venían, y donde el trabajo diario de Sarito contribuía al desarrollo del barrio y de muchas familias, que no tenían para comer y gracias a ella podían pagarlo “echándoles un fiao”.
En Tamaraceite, Sarito conoció a Pedro Hernández, un vecino de San Lorenzo, con quien contrajo matrimonio y tuvo cuatro hijos. Mientras atendía su negocio, también crió a su familia, combinando como podía su rol de madre y emprendedora. La tienda continuó siendo el sustento de la familia hasta 1993, cuando Sarito decidió cerrarla tras el nacimiento de su segundo nieto. Después de décadas de arduo trabajo, llegó la hora de disfrutar de una merecida jubilación.
La longevidad de Sarito le ha permitido ser testigo de eventos que marcaron la historia mundial, insular y local. Vivió la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial, la llegada del hombre a la Luna, y más recientemente, la pandemia de la COVID-19. Ha sido testigo sobre todo del desarrollo de Tamaraceite, que pasó de ser un pueblo tranquilo, de paso al Norte de la isla, a un gran barrio periférico convertido en una zona de referencia dentro de Las Palmas de Gran Canaria. Pasó en poco tiempo, de ser un pueblo agrícola rodeado de plataneras y donde todo el mundo se conocía, a lo que ahora es, un barrio más conocido por las áreas comerciales que por toda la historia que le precede.
Hoy, con un siglo de vida, Sarito sigue siendo un ejemplo de vitalidad y optimismo. Mantiene su independencia, lee el periódico, disfruta de una memoria envidiable y encuentra alegría en actividades sencillas como las sopas de letras o escuchar misa por la radio. Su familia, que ahora incluye hijos y nietos, es su mayor orgullo y el reflejo de una vida dedicada al trabajo, el amor y a su pueblo de Tamaraceite, aunque no olvide sus raíces vallesequenses.
Sarito ha sido y es un todoterreno que ha dejado una huella imborrable en Tamaraceite. Su espíritu emprendedor, su profunda fe, su calidez humana y su capacidad para adaptarse a los cambios de los tiempos la han convertido en una vecina ejemplar y en un modelo a seguir. Es la viva imagen de que el amor por su familia, sus creencias, el trabajo y la alegría son los pilares para construir una linda familia y dejar una huella imborrable en nuestro pueblo de Tamaraceite. En palabras de su familia y amigos: “¡Por muchos años más, Sarito! Te queremos y feliz siglo de vida”.