lunes, 1 de diciembre de 2025

La diversidad nos enriquece

Por Esteban G. Santana Cabrera  

La primera semana de diciembre celebramos el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, una fecha que nos invita a mirar de frente la realidad de nuestra sociedad y a preguntarnos qué tipo de sociedad queremos construir.  A lo largo del tiempo, las personas con discapacidad han tenido que cargar con términos injustos y dañinos: “deficientes”, “minusválidos”, “disminuidos”… Palabras que no solo etiquetan, sino que reducen, limitan y, en cierto modo, niegan. Detrás de cada una de ellas se esconde una concepción antigua y errónea de lo que significa la diversidad. Hoy sabemos, y debemos recordarlo una y otra vez, que ninguna persona puede definirse por una sola característica, y mucho menos por aquello que otros perciben como una limitación. Cada ser humano es un conjunto de talentos, sensibilidades, deseos, capacidades y sueños que lo hacen único e irrepetible.

Un ejemplo poderoso de esto es Héctor Santana, un joven grancanario con Síndrome de Down que ha decidido compartir parte de su vida a través de su libro “Mi vida no es un cuento”, editado por la Asociación Síndrome de Down de Las Palmas y Bilenio. El título, tan directo como profundo, rompe de inmediato cualquier estereotipo. Su historia no es un relato dulce, es una vida auténtica, con retos, ilusiones, aprendizajes y metas alcanzadas. Héctor nos recuerda que las personas con discapacidad no necesitan ser “especiales” para ser valiosas. Lo son porque cualquier vida humana lo es. Su voz, como la de tantos otros, merece no solo ser escuchada, sino ser parte activa de la sociedad.

En el ámbito educativo, esta realidad se hace aún más evidente. Los centros escolares que apuestan por la inclusión no solo cumplen con un marco legal o un deber institucional, se enriquecen sobremanera . La convivencia con compañeros y compañeras con discapacidad fomenta valores esenciales como la empatía, la paciencia, la cooperación y el respeto por la diversidad. Enseña a mirar más allá de lo superficial, a comprender que cada persona tiene ritmos diferentes, modos distintos de comunicarse y maneras únicas de relacionarse con el mundo. Cuando la escuela se convierte en un espacio inclusivo, se convierte también en un espacio más humano.

Es cierto que la inclusión requiere compromiso, recursos, formación y, sobre todo, voluntad. Pero el resultado merece la pena: centros más solidarios, aulas donde el alumnado aprende no solo matemáticas o lenguaje, sino también convivencia, justicia y ciudadanía. Los propios docentes confirman que la presencia de alumnado con discapacidad enriquece el ambiente, motiva nuevas metodologías, impulsa el trabajo cooperativo y fortalece el sentido de pertenencia.

Por todo ello, en este Día Internacional de las Personas con Discapacidad, debemos renovar nuestro compromiso con la inclusión y desterrar definitivamente los términos y actitudes que hieren, reconocer y celebrar la diversidad como un valor, escuchar, apoyar y acompañar a todas las personas para que puedan desarrollarse plenamente y garantizar entornos escolares y en la sociedad verdaderamente inclusivos donde cada niño o niña pueda brillar con luz propia.

Construir una sociedad más justa no es una utopía, es una responsabilidad. Y empieza por reconocer que todas las vidas, todas, tienen un valor muy grande  y una historia que merece ser contada y respetada.

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