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miércoles, 9 de julio de 2025

La huella modernista de Miguel Martín‑Fernández de la Torre en Tamaraceite

 

Por Esteban G. Santana Cabrera  
Pocos vecinos de Tamaraceite son conscientes del valioso patrimonio natural, urbano y artístico que les rodea. En medio del crecimiento urbano acelerado y los cambios sociales, muchos de los elementos que definieron la identidad del barrio han quedado relegados al olvido o apenas reconocidos. Sin embargo, entre sus calles aún resisten testimonios de una época donde la arquitectura, el arte y la vida cotidiana se entrelazaban con singular armonía. Recuperar esa memoria no es solo un acto cultural, sino también un ejercicio de dignidad colectiva que tratan de recuperar algunos vecinos que incluso se han alineado en asociaciones culturales y de defensa del patrimonio como Tasate o La Periferia.

En el corazón de Tamaraceite, una joya de la arquitectura moderna permanece en pie como testimonio de una época vibrante y de una visión artística adelantada a su tiempo. Se trata del edificio diseñado por el insigne arquitecto Miguel Martín‑Fernández de la Torre (Las Palmas, 1894 – 1980), considerado el mejor representante del racionalismo arquitectónico en Canarias y figura clave en el desarrollo urbanístico de Las Palmas de Gran Canaria.

Tras obtener su título en la Escuela de Arquitectura de Madrid en 1920, regresó en 1922 a su ciudad natal. Aquí inició su carrera, colaborando inicialmente con su antiguo profesor Secundino Zuazo y proyectando infraestructuras públicas fundamentales, como el edificio del Cabildo de Gran Canaria (1932), el Instituto Nacional de Previsión y el Cine Cuyás.

Corría el año 1965 cuando el pintor de Tamaraceite, Jesús Arencibia, encargó a Miguel Martín, hermano del pintor simbolista Néstor Martín Fernández de la Torre, el diseño de un edificio para su vieja casa familiar, situado en la confluencia de la Calle Doctor Medina Nebot y la Carretera del Norte C‑813, frente al antiguo Ayuntamiento de San Lorenzo y el Cine Galdós. La casa estaba situada en un lugar estratégico del Tamaraceite de los años 60, ya que era el núcleo principal administrativo, económico y cultural del pueblo. El resultado fue una construcción de tres plantas que, durante años, albergó negocios emblemáticos como el Estudio Fotográfico Paco Vargas, donde muchos de los chiquillos y mayores nos hicimos nuestras primeras fotografías de carnet y de estudio, pero también en la subida estuvo la querida Heladería de Verdú, a donde acudíamos sobre todo los más pequeños a tomar un helado en el descanso de las proyecciones cinematográficas.

Este edificio, hoy rehabilitado, casi ha perdido su esencia modernista, un edificio que destacaba no solo por su valor arquitectónico, sino por su conexión con uno de los proyectos más ambiciosos y coherentes de la arquitectura canaria del siglo XX. La trayectoria de Miguel Martín-Fernández de la Torre, además de racionalista, se diversificó tras la Guerra Civil hacia el estilo autárquico y el neo‑canario, en obras como el Parador de Tejeda, la Casa de Turismo del Parque de Santa Catalina e incluso el emblemático Pueblo Canario, en colaboración con su hermano Néstor, todas ellas con una clara vocación de realzar lo canario como reclamo cultural y turístico.

Un hito decisivo para la preservación de todo este legado fue la donación del archivo profesional de Miguel a la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Con más de mil proyectos digitalizados disponibles en el portal Memoria Digital de Canarias, se pueden consultar los planos originales de este edificio de Tamaraceite, así como de otras obras públicas, urbanísticas y privadas.

Este edificio olvidado es un legado del talento de Miguel Martín‑Fernández de la Torre, su compromiso con el racionalismo y el regionalismo canario, y su capacidad de entrelazar arquitectura, espacio urbano y vida comunitaria. Un símbolo vivo del esplendor cultural de los años 60 en Las Palmas de Gran Canaria que muchos ni conocen y que merece ser estudiado y valorado.

Revista Digital BienMesabe

La Provincia





miércoles, 5 de marzo de 2025

Promesas Incumplidas con Tamaraceite

Por Esteban G. Santana Cabrera 

En Tamaraceite, justo en la trasera de la Carretera General, desde la Calle David hasta la Calle Melchor, yace un espacio que debería haber sido transformado en el prometido Corredor Verde por aquello de las compensaciones. Sin embargo, lo que encontramos hoy en día no es más que un vertedero improvisado, un reflejo del olvido y la desidia de las distintas corporaciones que han pasado sin priorizar esta necesidad.

Durante años, los vecinos de la zona hemos sido testigos de cómo proyectos más grises y artificiales se han materializado con rapidez, mientras el Corredor Verde sigue siendo una simple promesa sin cumplir. Parques como el de Los Alisios, con más cemento que áreas verdes, o los campos de fútbol de La Suerte, donde el único verde visible es el del césped artificial, han sido impulsados y finalizados sin problema alguno. Sin embargo, cuando se trata de un espacio verdaderamente natural, que beneficie tanto al medio ambiente como a la comunidad, las excusas se acumulan y la inacción es la norma.

Pero el Corredor Verde no es el único ejemplo del desprecio hacia la naturaleza en nuestro distrito. Las Charcas de San Lorenzo, que conforma parte del paisaje natural protegido de Pino Santo, sufre la misma suerte. Este enclave, con un inmenso valor ecológico, sigue esperando la atención y protección que merece. En lugar de potenciar su conservación y desarrollo como un espacio de interés ambiental y turístico, sigue relegado al olvido, acumulando abandono y desinterés institucional.  A pesar de las repetidas solicitudes por parte de los vecinos, las autoridades locales, tanto el Cabildo como el Ayuntamiento, no tienen intención de implementar un plan de conservación adecuado mientras se gastan millones en otros proyectos, a los que no restamos importancia, pero ya tenemos la mosca detrás de la oreja porque salvo algunas acciones muy concretas hace muchos años, parece que la intención es dejarlo morir.

La Ley de Patrimonio Natural y de la Biodiversidad en España establece la protección de los espacios
naturales y la fauna que los habita. Esta ley ofrece un marco legal sólido para la conservación de Las Charcas de San Lorenzo. Además, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU, especialmente el ODS 15 (Vida de Ecosistemas Terrestres) y el ODS 11 (Ciudades y Comunidades Sostenibles), subrayan la importancia de proteger y restaurar los ecosistemas terrestres y de crear comunidades sostenibles y resilientes.


Las corporaciones municipales e insulares han ignorado sistemáticamente la importancia de estos espacios, priorizando proyectos que responden más a intereses económicos que a las necesidades de los vecinos. Sin embargo, no podemos permitir que estos proyectos queden en el cajón de las promesas incumplidas. El Corredor Verde y Las Charcas de San Lorenzo deben ser rescatados del olvido y convertidos en los espacios naturales que nuestro barrio necesita.

Días atrás se manifestaron cientos de vecinos en la puerta del Centro Sociocultural Jesús Arencibia que continúa cerrado a cal y canto y lo que se inauguró hace dos años, justo para las  pasadas elecciones, a bombo y platillo, se cerró al mes y sin fecha de apertura.

Es momento de exigir a las autoridades que cumplan con su palabra, que apuesten por la cultura, la sostenibilidad y el bienestar de la ciudadanía, y que devuelvan a estos espacios la vida y el valor que merecen. Tamaraceite no necesita más cemento, necesita cultura, verde, sombra, biodiversidad y respeto por su entorno natural. No solo viviendas y más viviendas sin servicios para los nuevos vecinos que al final solo se ven abocados a ir a los centros comerciales ya que no hay otros lugares de ocio y esparcimiento en la zona.

Sabemos que es imposible volver a recuperar el Tamaraceite de antaño, con estanques llenos de agua, plataneras y cultivos. Donde la gente iba al Cine Galdós, a la Sociedad o a la Plaza. Tiempos pasados que no volverán, ni lo pretendemos. Pero como decía el poeta y filósofo Ralph Waldo Emerson: "La tierra ríe en flores". Permitamos que nuestro barrio sonría nuevamente, devolviéndole su verdor, su frescura y su esencia natural.




domingo, 5 de enero de 2025

Sarito, un siglo de historia y emprendimiento en Tamaraceite

Por Esteban G. Santana Cabrera  

En la, hasta hace algunos años concurrida, calle de la Cruz del Ovejero, en Tamaraceite, Las Palmas de Gran Canaria, vive una mujer que es testimonio vivo de la historia del siglo XX y XXI. Sara Rivero Déniz, hija de Manuel Rivero González y Pilar Déniz Domínguez, conocida por todos cariñosamente como "Sarito", acaba de cumplir cien años el pasado 17 de diciembre de 2024. Su vida, marcada por el esfuerzo, la familia y un espíritu emprendedor inquebrantable, es un reflejo de los cambios sociales y económicos que han transformado Tamaraceite y Canarias a lo largo de las décadas.

Sarito nació en 1924 en Madrelagua, un pintoresco rincón del municipio de Valleseco. Era la tercera de once hermanos, en una familia humilde y trabajadora que se enfrentaba con valentía a las dificultades de la época. La España de su niñez estaba marcada por las tensiones que desembocarían en la Guerra Civil, pero también por la solidaridad y el esfuerzo que caracterizaban a las familias de los pueblos de Gran Canaria.

A los 18 años, Sarito se trasladó a Las Palmas de Gran Canaria para continuar sus estudios, una decisión valiente en una época en la que las oportunidades para las mujeres eran limitadas. Poco después, su padre compró una tienda en Tamaraceite para su hermano Pepe, quien por problemas de salud no podía seguir viviendo en las frías temperaturas de Valleseco. Sin embargo, la vida tenía otros planes: Pepe no se adaptó al negocio y Sarito tomó las riendas de la tienda.

Por aquellos años, la realidad de Gran Canaria estaba profundamente marcada por las secuelas de la Guerra Civil Española y la influencia de la Segunda Guerra Mundial. En la isla, los productos básicos como el pan, el aceite y el azúcar estaban racionados, y muchas familias dependían de las cartillas de racionamiento para sobrevivir.

La economía insular giraba en torno a la agricultura y la pesca. Las exportaciones de plátanos y tomates, aunque limitadas por la guerra, eran fundamentales para la subsistencia. La pobreza era generalizada, especialmente en las zonas rurales, donde tiendas como la de Sarito se apoyaban en la solidaridad y el esfuerzo colectivo para salir adelante.

El pequeño negocio se convirtió en mucho más que una tienda. Bajo la gestión de Sarito, se transformó en un punto de encuentro para los vecinos de Tamaraceite. Con su carisma y habilidad para atender a todos, vendía desde verduras frescas para el potaje hasta alpargatas para las romerías. Muchos también salían de la tienda con un bocadillo de chorizo de Teror, listo para la caminata a la Basílica de la Virgen del Pino, cuando Tamaraceite era lugar de paso obligado para todos los romeros que, con devoción acudían cada año a visitar a la patrona. La tienda era un espacio donde las historias del barrio iban y venían, y donde el trabajo diario de Sarito contribuía al desarrollo del barrio y de muchas familias, que no tenían para comer y gracias a ella podían pagarlo “echándoles un fiao”.

En Tamaraceite, Sarito conoció a Pedro Hernández, un vecino de San Lorenzo, con quien contrajo matrimonio y tuvo cuatro hijos. Mientras atendía su negocio, también crió a su familia, combinando como podía su rol de madre y emprendedora. La tienda continuó siendo el sustento de la familia hasta 1993, cuando Sarito decidió cerrarla tras el nacimiento de su segundo nieto. Después de décadas de arduo trabajo, llegó la hora de disfrutar de una merecida jubilación.

La longevidad de Sarito le ha permitido ser testigo de eventos que marcaron la historia mundial, insular y local. Vivió la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial, la llegada del hombre a la Luna, y más recientemente, la pandemia de la COVID-19. Ha sido testigo sobre todo del desarrollo de Tamaraceite, que pasó de ser un pueblo tranquilo, de paso al Norte de la isla, a un gran barrio periférico convertido en una zona de referencia dentro de Las Palmas de Gran Canaria. Pasó en poco tiempo, de ser un pueblo agrícola rodeado de plataneras y donde todo el mundo se conocía, a lo que ahora es, un barrio más conocido por las áreas comerciales que por toda la historia que le precede.

Hoy, con un siglo de vida, Sarito sigue siendo un ejemplo de vitalidad y optimismo. Mantiene su independencia, lee el periódico, disfruta de una memoria envidiable y encuentra alegría en actividades sencillas como las sopas de letras o escuchar misa por la radio. Su familia, que ahora incluye hijos y nietos, es su mayor orgullo y el reflejo de una vida dedicada al trabajo, el amor y a su pueblo de Tamaraceite, aunque no olvide sus raíces vallesequenses.

Sarito ha sido y es un todoterreno que ha dejado una huella imborrable en Tamaraceite. Su espíritu emprendedor, su profunda fe, su calidez humana y su capacidad para adaptarse a los cambios de los tiempos la han convertido en una vecina ejemplar y en un modelo a seguir. Es la viva imagen de que el amor por su familia, sus creencias, el trabajo y la alegría son los pilares para construir una linda familia y dejar una huella imborrable en nuestro pueblo de Tamaraceite. En palabras de su familia y amigos: “¡Por muchos años más, Sarito! Te queremos y feliz siglo de vida”.

LA PROVINCIA


domingo, 6 de octubre de 2024

Los nombretes de mi barrio

 

Por Esteban G. Santana Cabrera  

Los "nombretes", también conocidos como apodos o dichetes, son una manifestación popular de la cultura oral que ha perdurado a lo largo del tiempo, especialmente en los barrios, donde las relaciones interpersonales son más cercanas y familiares. Estas denominaciones, que en muchos casos tienen un tinte humorístico o cariñoso, son un reflejo del carácter y la identidad de las personas, y suelen estar asociadas a una característica física, a un rasgo de la personalidad o alguna anécdota particular que marcó la vida del individuo. En el caso de mi barrio, Tamaraceite, en Las Palmas de Gran Canaria, estos "nombretes" han formado parte del imaginario colectivo y se han transmitido de generación en generación, creando un vínculo único entre los vecinos y su historia.

Los "nombretes" son mucho más que simples apodos; son expresiones de identidad social que permiten mantener viva una tradición de comunicación popular y de memoria colectiva. En los barrios más tradicionales, como lo ha sido Tamaraceite, estas denominaciones suelen ser conocidas por todos, y a menudo, el verdadero nombre de la persona queda relegado a un segundo plano frente al "nombrete" que lo ha definido ante sus vecinos y amigos. De hecho, es común que alguien se refiera a una persona más por su apodo que por su nombre oficial, lo que demuestra el arraigo del mismo. Por ejemplo a Rafael 'el Alpupú' o Manuel 'el Cazuela' nadie los conocía por su apellido y su “nombrete” era su sello de identidad.  Los mayores, hablando del fútbol de antes me nombraban a jugadores y entrenadores por su “nombrete” como José “el Cabuco”, quien participó en un campeonato en el que quedaron campeones en el Campo España, Lorenzo García “el Blanco”, que jugó en el Porteño, Antonio “el Morris”, en el Marino, el padre de Rafael “el pintor” que fue portero del Victoria.

Cuando en el año 2001 publiqué "Tamaraceite. Recordar es volver a vivir", se me ocurrió incluir un

José Cabuco (a la izquierda)
descubridor de Juanito Guedes)

capítulo sobre los “nombretes” de las familias de Tamaraceite. Les confieso que fue uno de los capítulos que la gente miraba con más interés por ver si el “apodo” de su familia se había recogido. Recuerdo una familia, “los Ministros” que se me olvidó incluirlos, y la hija me lo dijo muy apenada. Como en cualquier pueblo, los nombretes, apodos o dichetes es la manera más fácil para ubicar a una persona determinada. En este sentido, es interesante observar cómo incluso personas respetadas y admiradas en la comunidad pueden tener un apodo que, aunque en un primer momento podría parecer irrespetuoso, en realidad resalta aspectos humanos que los acercan aún más a sus vecinos.

En mi época de estudiante era habitual ponerle un nombrete al profesor. En mi colegio teníamos un profesor de inglés que fue bautizado por sus primeros alumnos como “El Cabo”, conocido en sus inicios por su sistema de dar clases más parecido a un cuartel militar que a un colegio de EGB. Los chiquillos no nos atrevíamos a decírselo a él pero si a su nombre no le poníamos “El Cabo”, no lo conocía nadie. Este profesor fue uno de tantos que tanto en el colegio como en el instituto “bautizaban” sus alumnos. Otros nombretes de “ilustres” y recordados maestros son  “La Patineta”, “el Fósforo” o “la Bombona”. Los que me lean y hayan estudiado en el Adán del Castillo o en el Cairasco de Figueroa les vendrán a la mente enseguida. En nuestro lenguaje coloquial era más cercano y accesible a través de ese apelativo popular que si se refirieran a él o ella simplemente por su nombre. 

Los "nombretes"  forman parte de la identidad de muchos barrios y pueblos en Canarias y en otras

Agustín "Murillo" genio y figura

partes del mundo. Sin embargo, en un contexto tan particular como el de este barrio, donde las tradiciones rurales y la modernidad han convivido durante décadas, los apodos han jugado un papel clave en la forma en que los vecinos se relacionan entre sí y cómo preservan su historia. En una época en la que el anonimato en las grandes ciudades es cada vez más común, los "nombretes" representan un lazo con el pasado, una manera de recordar que las personas están definidas tanto por su carácter individual como por el entorno social en el que se desarrollan.

Tamaraceite como otros muchos lugares es cuna de apodos muy singulares, unos tienen un significado que marcará a la familia durante generaciones, otros son simples “dichetes” que en la infancia servían para molestar a los amigos o amigas de juego y que llegaron a sustituir incluso al nombre de pila.

Quién no conoce a Agustín “Murillo” o a Antonio “el Padrino”. Pero estos “nombretes”, que tienen una historia detrás, son cariñosos, en el que ni el mismo que lo lleva se enfada, sino que se muestra orgulloso del sobrenombre. Hay otros que son más “duros”, cuya familia trata de esconder y que pasará de padres a hijos sin “piedad” del resto de vecinos. Pero estos son los menos y se los aseguro.

Manuel "Cazuela"
el alma de las fiestas
En mi barrio, Tamaraceite, incluso los podríamos clasificar por temas, como por ejemplo de animales,
“Caracol”, “Paloma”, “Palomo”, “Kíkera”, “Ciervo”, Mosquito”, “Caballo”, “Cochino”, “Cucaracho”, “Ratón”,.... Otros están relacionados con profesiones como “Chófar”, “Carniceros”, “Pastor”, “Cantero”, “Camellero”, “Pescaora”, “Filateros”,... Los hay de “gentilicios” como “Moro”, “Chino”, “Indiano”, “Canario”, “Blanco”, “Rubio”, “Negro”, “Árabe”, “Japonés”,  etc. También los encontramos de defectos, estos sí que son tema de “ofensa” como “Jedionda”, “Rebencúa”, “Mierdero”, “Gordo”, “Remendao”... Y también relacionados con la cocina podemos encontrar algunos como “Botija”, “Cocinillas”, “Carajacas”, “Chorro”, “Huevo”, “Batata”, “Cazuela”, “Níspero”, “Papafrita”, “Papita”, “Medio queque”, “Croqueta” y “Bandeja”,...

Hay muchísimos más, pero para no cansarles, si damos un salto en el tiempo, nos podemos encontrar nombretes más modernos como “Moroño”, “Chincha”, “Cachimba”, “Patapalo”, “Mandarria”, “Paleto”, “Marciano”, “Pigmeo”, “Enano”, “Cojo”, “Pirulo”, “Piojo”, “Cabo”, “Drácula”, “Pavo”, “Pelao”, “Tripa”, “Capitán”, “Pirata”, “Peluca”, “Morete”, etc. y que son claro ejemplo del cambio generacional de nuestra gente.

Los "nombretes" en barrios como Tamaraceite son símbolos profundamente arraigados en la vida cotidiana y la memoria colectiva. Estos apelativos reflejan la historia, las características y las relaciones de las personas dentro de nuestros barrios, creando un tejido social que conecta a los vecinos más allá de lo superficial. En lugares donde las relaciones humanas son cercanas y las historias compartidas, los "nombretes" se convierten en una forma de conservar la identidad y mantener viva la tradición. 

Antonio "El padrino"
siempre recordado en Tamaraceite
En definitiva es fruto de nuestra historia, de la vida diaria y cotidiana de nuestros padres, abuelos,
bisabuelos o quién sabe hasta dónde se remonta el origen de cada uno de ellos. Quizá dentro de unos años los “nombretes” sean otros más modernos o desaparezcan, pero no hay que dejar de reconocer, como decía en el 2001, que más bonitos, variados y pintorescos va a ser difícil que los encontremos. Espero que este artículo les haya removido historias y personajes, que igual ya estaban dormidos en el recuerdo, o quizá no.



martes, 27 de agosto de 2024

La Carretera de Tamaraceite y su devaluado valor arquitectónico

 

Por Esteban G. Santana Cabrera  

La Carretera de Tamaraceite, ubicada en Las Palmas de Gran Canaria, fue paso obligado para todos los viajeros que querían ir al norte de la isla hasta no hace muchos años, antes de la construcción de la Circunvalación. Esta Carretera General tiene una rica historia que se refleja tanto en su trazado como en sus edificaciones, aunque solo el conjunto arquitectónico de la Ermita de la Mayordomía es el que está catalogado como Bien de Interés Cultural (1995) en toda la zona. Esta vía, que conectaba la ciudad con el, hasta los años 80, núcleo rural de Tamaraceite, ha sido testigo de la evolución urbana y arquitectónica del lugar desde finales del siglo XIX hasta la actualidad, que presenta un deterioro muy importante.

A nadie se le escapa que Tamaraceite ha sufrido una gran transformación en los últimos años. Desde tiempos prehistóricos, ha estado muy influenciada por el hombre ya que era un lugar de vital importancia agrícola y ganadera dentro de la isla de Gran Canaria, como así recogen diferentes historiadores. Desde 1476 se data la existencia del cantón de Tamaraceite. A la gran influencia de la agricultura y de los fenómenos naturales en la degradación del paisaje hay que sumar desde mucho antes el sobrepastoreo, ya que los rebaños de Tamaraceite permanecían aquí desde noviembre hasta julio, para después trasladarse a Valleseco o Firgas. Ya en el S. XX, la introducción del plátano, del tomate y las nuevas construcciones contribuyen a lo que dio lugar a Tamaraceite y a que este espacio esté en continua transformación hasta la actualidad, ya que es uno de los pocos polos de expansión que tiene esta ciudad de Las Palmas de Gran Canaria.

Pero me quiero centrar en la Carretera de Tamaraceite y su alto valor patrimonial y arquitectónico, que surgió como una ruta rural que conectaba Las Palmas de Gran Canaria con los asentamientos agrícolas de Tamaraceite y otros pueblos del interior de la isla y se fue ocupando por viviendas señoriales de otros barrios como Triana y Vegueta. En el siglo XIX, a medida que la población de Las Palmas crecía, también lo hacía la necesidad de mejorar las conexiones con las zonas rurales circundantes. Fue en este contexto en el que se desarrolló la Carretera de Tamaraceite, inicialmente como un camino de tierra, para facilitar el transporte de productos agrícolas hacia la ciudad hasta ser un lugar de parada obligada y donde empezaron a surgir pequeñas industrias, tabernas y comercios que daban servicio no solo a los lugareños sino a todos los de los pueblos circundantes y a los que iban de paso.

Antes de pasar el barranco, todavía se mantiene en pie la vieja ermita de La Mayordomía, cuya edificación actual es del siglo XVIII. No se sabe con exactitud una fecha más precisa. En ese siglo estaba bajo la advocación de San Buenaventura y San Sebastián y se le puso este nombre por devoción del coronel de los Reales Ejércitos Don Jacinto Falcón. Fue construida sobre las ruinas de la anterior que quedó arrasada por un incendio en una tormenta de verano. Algunas de las imágenes fueron salvadas del incendio y llevadas a otras parroquias. Esta es la única construcción protegida en toda Tamaraceite y catalogada como BIC, ya que el ARRU 08, aunque no ha sido aprobado, afortunadamente, daba rienda suelta al derribo de viviendas históricas para la construcción de edificios de varias plantas.

La Carretera de Tamaraceite posee edificaciones de alto valor arquitectónico, muchas de las cuales aún se mantienen en pie a pesar de que el tractor y la especulación deambula por el lugar. Estas construcciones reflejan las influencias arquitectónicas de la época y la adaptación de estilos rurales a las necesidades urbanas emergentes. Las primeras edificaciones que se levantaron en torno a la carretera son de carácter rural y estaban construidas con materiales del entorno, como la piedra y la madera. Estas viviendas solían ser de una o dos plantas, con techos a dos aguas cubiertas de tejas y ventanas pequeñas. La mampostería tradicional y los colores blancos o pasteles predominaban, lo que es característico de las construcciones canarias de esa época. Algunas de estas casas contaban con elementos decorativos sencillos, como balcones de hierro forjado y portones de madera labrada y que han ido cayendo fruto del abandono y la desidia municipal.

La Carretera se convirtió en El Paseo en los años 40 y 50, siendo un vínculo de unión y un punto de encuentro para la gente del pueblo. Era el lugar de reunión para muchos jóvenes, con otros que venían de fuera, del Puerto, del Lomo Apolinario, etc. Todos esperaban con muchas ganas a que llegase el domingo o el día de fiesta para sacar “la ropa de los domingos” y salir a pasear. Los límites del Paseo eran desde el bar de “Vicente el Chico” hasta el Cruce de San Lorenzo, unos 300 metros aproximadamente, que fin de semana era un punto de referencia para los jóvenes llamados por los bailes en la Sociedad de Recreo o las películas en el Cine Galdós. Por allí pasaba el “coche de hora” y los “piratas” que unían Las Palmas con Arucas y Teror. Eran muy lentos pero también respetuosos con la gente que paseaba.

A medida que avanzaba el siglo XX, las viviendas en la Carretera de Tamaraceite comenzaron a mostrar influencias del modernismo, que llegaba a Canarias con cierto retraso respecto a Europa continental. Los detalles decorativos se volvieron más elaborados, con la inclusión de azulejos de cerámica en las fachadas y el uso de molduras y cornisas más trabajadas. Además, se empezaron a ver casas con influencia del estilo ecléctico, que combinaba elementos neoclásicos con otros más modernos, como los ventanales grandes y las rejas de diseño geométrico.

El abandono de construcciones históricas en nuestros barrios tiene consecuencias significativas, tanto a nivel social como cultural. Las edificaciones que quedan en desuso no solo deterioran el paisaje urbano, sino que también representan una pérdida patrimonial irreparable. Estas construcciones, al quedar desatendidas por sus dueños y/o la administración, suelen deteriorarse rápidamente debido a la falta de mantenimiento, lo que puede llevar a su colapso estructural. Además, el abandono de estos edificios contribuye a la degradación del entorno, generando problemas de seguridad y afectando la calidad de vida de los vecinos.

Desde una perspectiva cultural, la pérdida de estas edificaciones implica la desaparición de fragmentos valiosos de la historia de Tamaraceite. Cada edificio antiguo cuenta una parte de la narrativa histórica, y su abandono representa la erosión de la memoria colectiva. Según diversos estudios, como el realizado por Muñoz Viñas en su obra Teoría contemporánea de la restauración.

En la actualidad este lugar emblemático presenta un total abandono, casas tapiadas, algunas ocupadas de manera ilegal, alumbrado obsoleto, asfaltado calamitoso y la suciedad generada por los incívicos que sacan sus perros a hacer sus necesidades en la zona y no las recogen. Un lugar con mucha historia y un alto valor arquitectónico que, si no lo rehabilitamos pasará a ser historia porque caerá bajo el poder de la pala y los tractores.

Por ello, es crucial que las políticas urbanas incluyan estrategias para la rehabilitación y conservación de estas construcciones. La revitalización de edificios históricos de Tamaraceite puede impulsar la regeneración urbana del barrio, fomentando un desarrollo sostenible que respeta y valora el patrimonio cultural.