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viernes, 5 de septiembre de 2025

Magistros audire maxime necessarium est

 

Comenzamos un nuevo curso escolar en Canarias con la incorporación de setecientos docentes adicionales y la puesta en marcha de un servicio pionero de drones para inspeccionar las infraestructuras educativas. A simple vista, ambas medidas parecen muy positivas y transmiten la idea de un compromiso firme con la mejora del sistema educativo. Sin embargo, después de más de 35 años en las aulas y con la experiencia acumulada de haber vivido muchos comienzos de curso, siento la necesidad de mirar más allá del titular y poner sobre la mesa la realidad que vivimos día a día los docentes en los centros.

Por un lado, se habla de un aumento de plantillas. Pero ¿realmente se percibe esa ampliación en los centros? La experiencia de muchos compañeros y la mía propia nos dice que no siempre es así. El Plan de Estabilización ha dejado a muchos compañeros interinos fuera de los nombramientos por todo el curso. Y encima estos compañeros que vienen de la Península están renunciando porque no encuentran viviendas donde poder vivir por un precio digno. Asimismo, programas que habían supuesto un refuerzo importante, como ESTELA, con la implementación de la docencia compartida, han visto cómo se reducía el horario en muchos centros, lo que deja a parte del alumnado sin la atención que necesita. Además, se ha incrementado el número de grupos mezcla por la disminución de ratios, una situación que exige un enorme esfuerzo por parte del profesorado y que, aunque se intenta llevar con profesionalidad y creatividad, no deja de ser un síntoma de que la organización de recursos no siempre responde a las necesidades reales.

A esto hay que añadir la pérdida de personal de administración en los centros más pequeños. Este detalle, que desde fuera puede parecer menor, en realidad supone una sobrecarga administrativa para los equipos directivos y, en última instancia, resta tiempo y energía al profesorado para centrarse en lo que realmente importa: la labor educativa. La burocracia, lejos de disminuir, no ha hecho sino aumentar. Cada año nos encontramos con nuevas plataformas, informes y procesos administrativos que requieren horas de dedicación. Todo ello recae sobre los equipos directivos que, en muchos casos, están ya saturados por el peso de la gestión diaria.

La noticia sobre los drones es, sin duda, llamativa. No niego que es importante contar con mecanismos eficaces para supervisar las infraestructuras y velar por la seguridad de los centros. Sin embargo, los que vivimos el día a día en los colegios sabemos que los verdaderos problemas suelen estar en el interior. Uno de los más graves es la precariedad de las instalaciones eléctricas. La baja potencia de la red en muchos centros impide utilizar con normalidad los equipos informáticos o el aire acondicionado, lo que limita las posibilidades de innovación y repercute directamente en el bienestar de alumnado y profesorado. En pleno siglo XXI, resulta contradictorio hablar de digitalización educativa cuando la red eléctrica no garantiza lo más básico.

La innovación, sin embargo, no se detiene. A pesar de las dificultades, los docentes de Canarias seguimos trabajando por la mejora del rendimiento académico de nuestro alumnado. Llevamos a cabo proyectos que buscan motivar, que despiertan la curiosidad y que ayudan a que el alumnado sea más autónomo y competente. En muchos casos lo hacemos sin contar con las herramientas que serían realmente útiles, como aplicaciones basadas en inteligencia artificial o recursos digitales que siguen sin estar al alcance de la mayoría de los centros. La distancia entre el discurso oficial y la realidad cotidiana se hace evidente en estos detalles.

Después de tantos años en la docencia, sé que los logros de nuestro sistema educativo no se deben a grandes titulares ni a proyectos vistosos, sino al esfuerzo constante de miles de profesionales que, cada mañana, abrimos las puertas de nuestras aulas convencidos de que la educación puede transformar vidas. Lo hacemos con vocación y con la certeza de que, a pesar de las dificultades, nuestro alumnado merece lo mejor. Por eso, aunque agradecemos los anuncios de mejoras y la inversión en nuevas herramientas, pedimos también que se escuche la voz de quienes estamos en el aula, porque somos nosotros los que conocemos de primera mano las carencias y los retos que enfrentamos.

En definitiva, este inicio de curso me deja una doble sensación: por un lado, la ilusión renovada de comenzar un nuevo camino con mi alumnado; por otro, la preocupación de ver cómo las necesidades reales de los centros siguen sin encontrar una respuesta adecuada. No dudo de que se están dando pasos, pero si queremos una educación pública de calidad en Canarias, debemos empezar por fortalecer lo básico: plantillas suficientes y estables, infraestructuras interiores seguras y modernas, menos burocracia, potenciar los recursos para el alumnado NEAE y un mayor acceso a herramientas que potencien la innovación. Todo lo demás, drones incluidos, es accesorio si no se atienden estas prioridades. Feliz comienzo de curso.

TeldeActualidad

IInfoNorte Digital






miércoles, 27 de agosto de 2025

De las clases de gimnasia a la Educación Física

Por Esteban G. Santana Cabrera 

Si hoy entramos a una clase de Educación Física en cualquier centro educativo, probablemente veamos balones, conos, colchonetas, música de fondo y un docente que habla de coordinación, trabajo en equipo y hábitos saludables. Pero no siempre fue así. Antes, lo que hoy llamamos Educación Física se conocía simplemente como “gimnasia”. Y no tenía el mismo enfoque ni la misma flexibilidad que conocemos ahora.

En mi caso, tengo grabados en la memoria aquellos días de colegio en el Adán del Castillo, cuando las clases de gimnasia las dirigían entrenadores como Pepe Clavijo, el mismo que después entrenaría al Claret Las Palmas y que acabaría formando parte del Gran Canaria de Baloncesto, o maestros como Don Orlando y Don Gustavo. No había música, ni coreografías, ni siquiera tantas explicaciones sobre la importancia de calentar; lo que había era un pitido, unas filas bien formadas y una voz firme que te decía: “¡A formar!”.

En aquella época, todavía estábamos viviendo el cambio que trajo la Ley de 1961, cuando se estableció la obligatoriedad de la enseñanza de la Educación Física en todos los niveles educativos. Esta ley, acompañada de decretos, órdenes y resoluciones, dio un vuelco a la asignatura. También creó la Junta Nacional de Educación Física, que se encargó de coordinar y planificar cómo debían ser las clases. Pero aun con ese marco, la realidad en los patios y gimnasios era que la “gimnástica” seguía siendo la base: tablas de ejercicios, saltos, carreras, y poco más.

Recuerdo especialmente el paso al IES Cairasco de Figueroa de Tamaraceite, donde el profesor de Educación Física era Don Abilio, un militar de los de antes, y al que los chiquillos respetábamos. Sus clases eran… digamos que intensas. No era raro que en vez de partidos de baloncesto o juegos de relevos, hiciéramos auténticas sesiones de instrucción militar: marchar al paso, formar escuadras, ejercicios sincronizados, subir cuerdas, espalderas,  y mucho, pero mucho énfasis en la disciplina. Para algunos compañeros era duro; para otros, una especie de entrenamiento secreto para el servicio militar.

Con el tiempo, y gracias a los cambios que trajo esa legislación, la gimnasia empezó a abrirse al deporte. Pasamos de aquellas tablas repetitivas a los circuitos y actividades más variadas: velocidad, resistencia, fuerza, flexibilidad. La finalidad era desarrollar lo que llamaban “aptitudes físicas”, y se complementaba con juegos pedagógicos y tradicionales.

No puedo olvidar cómo, en los recreos, muchos de los ejercicios de las clases acababan transformándose en nuestros propios campeonatos improvisados. Un balón de baloncesto y dos canastas oxidadas eran suficientes para que el patio se convirtiera en el “Gran Canaria Arena” particular de la época. Y si el profe se animaba, podía hasta participar y enseñarnos algún truco.

Hoy, mirando atrás, me doy cuenta de que aquellos profesores, con sus estilos tan diferentes, marcaron nuestra forma de entender el ejercicio y el deporte. Pepe Clavijo nos transmitía la pasión por el deporte y la importancia del esfuerzo; Don Abilio, la disciplina y el trabajo en equipo; y aquellos maestros de los 70 en el Adán del Castillo fueron los primeros en ponernos en movimiento, cuando la palabra “Educación Física” todavía sonaba demasiado formal y la “gimnasia” era lo que todos entendíamos.

En la imagen de principios de los 70 que guardo del Adán del Castillo, se ve perfectamente el espíritu de la época: niños en fila, pantalón corto, camiseta blanca, y al fondo el maestro vigilando cada movimiento. Nada de ropa deportiva de marca ni zapatillas técnicas, solo ganas de cumplir con lo que tocaba y, de paso, pasarlo bien. Pero a la vez había profesores que fomentaban el deporte como Juan Alberto López que fundó el mítico Nik de baloncesto, Don Juan Clemente el entrenador de balonmano, donde iban los más fuertes y aguerridos y Don Gustavo que entrenaba a los chiquillos que no servíamos ni para el fútbol ni para el baloncesto y nos ofreció el voleibol, un deporte que estaba empezando en la escuela. En el  Adán del Castillo formamos nuestros primeros equipos escolares de voleibol y competíamos con otros centros educativos de la ciudad en una liga escolar. Don Gustavo, los sábados nos llevaba en su viejo Seat a todos los chiquillos, unos encima de otros, hasta el centro donde teníamos que jugar ese día.

La asignatura ha evolucionado mucho: ahora se habla de salud, de hábitos saludables, de inclusión. Pero las risas, los nervios antes de un test de resistencia, el olor a balón de cuero viejo y el eco de los silbatos siguen siendo, para muchos, recuerdos que nos devuelven a esos días en los que el patio era nuestro pequeño estadio, y la gimnasia, o como la llamamos ahora, Educación Física, era la excusa perfecta para correr, sudar y, sobre todo, disfrutar.

domingo, 3 de agosto de 2025

"No escondas la psoriasis en verano, muéstrala con dignidad"

Por Esteban G. Santana Cabrera 

Convivo con la psoriasis desde hace casi 40 años. Cuatro décadas marcadas no solo por los brotes y tratamientos, sino también por una lucha silenciosa contra los prejuicios. Porque la psoriasis no solo afecta a la piel, también afecta a lo emocional y lo social. Vivimos en una sociedad donde la imagen juega un papel predominante, donde lo que se ve muchas veces se juzga, y donde mostrar una piel afectada por lesiones en la piel puede suponer enfrentarse a miradas de rechazo o a sentirnos excluidos.

Por ello, visibilizar la psoriasis es una necesidad urgente. Porque mientras siga siendo un tabú, mientras se esconda por miedo o vergüenza, seguiremos perpetuando el estigma. Necesitamos naturalizar la psoriasis y la artritis psoriásica, hablar de ella con claridad, mostrarla, si no con orgullo, sí con naturalidad. Por eso es tan valiosa una campaña como #Destápate2025, impulsada por Acción Psoriasis y LEO Pharma, que nos anima cada año a quitarnos no solo la ropa, sino también los complejos.

Esta campaña, que arrancó este 15 de julio en el Hospital del Mar de Barcelona y se prolongará durante el verano, nos invita a mostrarnos tal como somos: sin filtros ni vergüenzas. A disfrutar de la playa, la piscina, la montaña o el día a día sin ocultar nuestra piel. Porque sí, el sol puede ayudar a mejorar los síntomas, pero el verdadero cambio ocurre cuando dejamos de escondernos a la sociedad. Porque las verdaderas lesiones no están en la piel sino en nuestro interior.

Como paciente, valoro que existan espacios como este, donde la imagen de quienes convivimos con la enfermedad se pone en el centro. Aunque sabemos que,  para que esta visibilidad tenga impacto, es necesario que vayamos más allá de las campañas puntuales. Necesitamos crear sinergias entre todos los agentes implicados: pacientes, dermatólogos, personal de enfermería, farmacéuticos, asociaciones de pacientes y, por supuesto, los medios de comunicación.

Cada uno de ellos juegan un rol fundamental. Los profesionales sanitarios son quienes nos acompañan en el diagnóstico, tratamiento y seguimiento; nos ayudan a entender la enfermedad, a aceptar sus ciclos, a buscar las mejores opciones terapéuticas. En particular, quiero destacar el excelente trabajo que se realiza en las unidades de psoriasis de los hospitales canarios, que no solo ofrecen atención médica especializada, sino también una mirada humana y empática hacia quienes vivimos con esta patología.

Por otro lado, los medios de comunicación tienen el poder de romper estereotipos, de educar a la
sociedad, de generar empatía. La información rigurosa, la difusión de testimonios reales y dar a conocerla, son herramientas claves para derribar prejuicios.

Y nosotros, los pacientes, tenemos la responsabilidad, y el derecho,  de alzar la voz, de compartir nuestras historias, de mostrarnos. Porque cada vez que un paciente se destapa, inspira a otro a hacer lo mismo. Y así, poco a poco, dejamos de ser invisibles.

#Destápate no es solo una campaña, se trata de un movimiento por la dignidad de los pacientes, la comprensión y el respeto. Un recordatorio de que la psoriasis no nos define, pero forma parte de nosotros. Que nuestra piel puede tener marcas, pero también tiene una historia detrás de sí.

Por eso, invito a todas las personas, con psoriasis o sin ella, a unirse a esta nueva edición de #Destápate2025. Participar es contribuir a cambiar la mirada social sobre esta enfermedad. Es dar un paso hacia una sociedad más inclusiva, más empática y más informada.

Destápate. No para mostrar tus lesiones, sino para mostrar tu coraje. Porque visibilizar la psoriasis es también visibilizar las historias de más de 1 millón de personas en España que padecemos esta enfermedad.

TeldeActualidad

InfoNorte Digital

La Provincia

Cadena SER




domingo, 27 de julio de 2025

Veranos de fútbol y gloria en Tamaraceite

Por Esteban G. Santana Cabrera 
 

A mediados del siglo pasado, el verano no significaba ir a la playa ni hacer planes al sur y mucho menos ir de viaje. En Tamaraceite, como en tantos barrios de nuestra isla, bastaba una silla en la puerta, la charla con los vecinos y la brisa de la tarde para que el día tuviera sentido. No hacía falta televisión, que apenas había irrumpido en algunos hogares, ni teléfono, ni mucho menos internet y como mucho una radio que servía para escuchar la radionovela, la Ronda, o las noticias. Se vivía con menos, pero con más calor humano. Y, quizás, con más alegría.

La calle era  el punto de encuentro de grandes y pequeños. Al caer el sol, salían las familias a la puerta, sacaban su silla y entre risas y tertulias se arreglaba el mundo. Se hablaba de lo que pasaba aquí y allá. Hasta de política se hablaba, con mucho tiento. Porque si pasaba el guindilla, había que guardar silencio y saludar con respeto. Eran otros tiempos, duros quizá, pero llenos de vida compartida.

Pero si había algo que hacía vibrar a Tamaraceite cada verano, eran los torneos de fútbol en el Llano de Juanito Amador, donde hoy se levanta el colegio Adán del Castillo. Aquel campo de tierra era el estadio de  los sueños de muchos jóvenes y niños de hace setenta u ochenta años. Allí se reunía el barrio entero: hombres, mujeres, niños y niñas, todos pendientes del balón. Era un fútbol distinto, sin gradas, y donde se vivía una pasión que hoy en día se echa de menos.

Equipos como los Piratas, el San Antonio o el Juventud Tamaraceite se disputaban el trofeo más preciado del verano. A veces venían equipos de otros barrios, lo que subía el nivel y encendía aún más el ambiente. Eran partidos de aficionados, sí, pero con jugadores que parecían profesionales por su entrega, como los que venían del Porteño o del Rehoyano. Muchos de los que luego serían grandes jugadores de la UD Las Palmas pasaron por estos torneos veraniegos como Juanito Guedes, Castellano, Germán o León.

No debemos olvidar los nombres propios de aquel Tamaraceite futbolero. Ahí estaba José “el Cabuco”, todo carácter, primero jugador y luego entrenador, que llegó a ganar un campeonato organizado por La Falange en el Campo España.  Lorenzo García “el Blanco”, veloz y elegante, que jugó en el Porteño. Antonio “el Morris”, con su clase en el Marino, o el padre de Rafael “el pintor”, guardameta del Victoria. También brillaron Rafael Angulo o Juanito Vargas, que llenaban de orgullo al barrio con cada jugada. Y por supuesto, el más recordado de todos: Juan Guedes, que pasó de aquel estanque convertido en campo de fútbol al verde del Estadio Insular, convirtiéndose en emblema de la Unión Deportiva Las Palmas, y llevando el nombre de Tamaraceite por toda España. Cabuco supo descubrir en Juanito Guedes su talento mágico, ese que nos deleitó tantas tardes en el Estadio Insular y que todavía seguimos recordando.

El ambiente en esos partidos era tan auténtico como inolvidable. Allí estaba siempre la madre de Salvador “el Veneno”, con su carrito de chochos y chuflas, seguida por una nube de chiquillos deseando que les dejara empujarlo. Eran tardes de fútbol, sí, pero también de relaciones sociales, de risas, de infancia.

Años más tarde estos torneos pasaron a hacerse en el mítico Juan Guedes, donde se vivieron momentos únicos de fútbol veraniego. Los más chicos aprovechamos para ir entre semana a darle patadas al balón y emular a nuestros grandes ídolos: Pichi, Maximino, Pepito Ramírez, Marrero, Marino y tantos otros. Luego vinieron los torneos de fútbol femenino que llenaban el Campo de Hoya Ayala, un estanque detrás de Los Bloques, y donde todavía recordamos nombres como Manola, Fabiola, Fina y Soraya por destacar algunas de sus figuras.

Con la llegada del fútbol sala allá por los años 80, los torneos pasaron a ser de salón y los más jóvenes nos reuníamos en grandes torneos de verano que llenaban el pabellón de Tamaraceite organizado por Pepe Déniz. Uno de esos equipos fue El Vendaval, compuesto por juveniles del Tamaraceite, Artesano y otros componentes aficionados, que llegó a la finalísima un año enfrentándose a equipos de veteranos. Nombres que no se nos olvidan hoy en día como Castillo (portero de la selección Juvenil de Las Palmas), Claudio, Alexis II (que llegó a jugar en la UD Las Palmas), Juan Luis, Cristo, Benjamín, Rubén,...

Hoy todo eso parece de otra época. Y lo es. El fútbol se ha transformado en espectáculo global, los fichajes valen millones y los niños ven partidos por la pantalla en lugar de jugarlos en la calle. Si no se apunta uno a un “campus de verano”, poco queda de aquel fútbol de barrio. De aquel fútbol genuino. Pero los que lo vivimos no lo olvidamos. Porque Tamaraceite no solo fue un lugar donde se jugaba al fútbol. Fue un lugar donde el fútbol nos enseñó a vivir juntos, a soñar en equipo, a celebrar lo nuestro. A ser barrio.

martes, 22 de julio de 2025

El Sí de Juan Medina Naranjo

 

Por: Esteban Gabriel Santana Cabrera  
Este sábado vivimos un momento muy emocionante en la Catedral de Santa Ana, en Las Palmas de Gran Canaria: la ordenación sacerdotal de un joven canario de apenas 25 años, Juan Medina Naranjo. En tiempos donde el compromiso a largo plazo parece escasear y donde muchos jóvenes se sienten desorientados o desmotivados, presenciar cómo alguien tan joven da un paso tan decidido y contracorriente me llevó a una profunda reflexión sobre el papel de la fe, la vocación y los valores en nuestra sociedad actual.

Una de las cosas que más me impactó fue la naturalidad con la que Juan, y también su grupo de amigos, vivieron este momento tan importante. No había en ellos una actitud forzada ni distante, sino alegría, convicción, y una madurez poco común en jóvenes veinteañeros. En lugar de esconder o justificar su decisión, la mostraban con orgullo, como quien ha encontrado un tesoro y no puede evitar compartirlo. Esa autenticidad, ese modo de vivir la fe con sencillez y entusiasmo, es un testimonio muy necesario en la sociedad en la que estamos viviendo.

Hoy en día, decir “sí” a una vocación sacerdotal no es simplemente optar por una carrera o un estilo de vida. Es tomar una decisión radical, ir contracorriente en una sociedad que valora la inmediatez, la comodidad, la libertad sin compromisos. En este contexto, el compromiso de Juan resuena con más fuerza. Su decisión no es fruto de una moda pasajera, sino de un proceso profundo de discernimiento, alimentado por la oración, el estudio y una experiencia viva de fe. Todo esto acompañado y apoyado por su familia y amigos, viviendo un día de auténtica fiesta.

Ver a un joven de 25 años dar este paso me interpela como ciudadano y como docente. ¿Qué estamos transmitiendo a nuestros jóvenes? ¿Qué modelos les estamos ofreciendo? En un tiempo donde muchas veces se acusa a la juventud de estar desmotivada o perdida, Juan y tantos como él nos muestran la otra cara de la realidad: una generación que, aunque silenciosa, busca con sinceridad, lucha por sus ideales y no teme entregar su vida a una causa que trasciende más allá del conseguir una posición acomodada, un buen trabajo reconocido o una estabilidad económica.

Su ordenación estuvo acompañada por doce sacerdotes, compañeros de estudios en Roma, algunos
llegados desde distintos puntos de España. Ninguno superaba los 40 años y si no es por el alzacuellos, no se diferenciaban en nada de los jóvenes de su edad en un día de fiesta. Esto me sorprendió enormemente ya que nos habla de una nueva generación de jóvenes que se está formando, jóvenes con una fuerte preparación intelectual y espiritual, pero también cercanos, divertidos, humanos, conscientes de los desafíos de nuestro tiempo. Su presencia fue un signo claro de que la Iglesia no está muerta, sino que sigue viva, joven y en camino aunque en Canarias estemos viviendo de escasez.

La fe ha iluminado el camino de Juan desde pequeñito, la que le sostiene en los momentos de duda, la que le impulsa a decir “sí”. Y es esa misma fe la que hoy lo lanza a la misión, con los pies en la tierra y el corazón en el cielo. Su ejemplo nos recuerda que seguir a Cristo no es una renuncia al mundo, al contrario, no es perder la vida, sino darle sentido.

En medio de tanto ruido, de tantos mensajes que prometen felicidad fácil y superficial, el testimonio de Juan es un faro que nos  ilumina. Nos invita a preguntarnos qué nos mueve, qué nos sostiene, qué damos a los demás. Él ha optado por entregar su vida a Dios y al servicio de los demás, y lo hace desde la alegría, desde la libertad y con un profundo amor.

Ojalá su testimonio inspire a muchos. No sólo a quienes puedan estar sintiendo una vocación, sino a todos los que buscamos vivir con coherencia, con profundidad, con verdad. Porque más allá del camino que cada uno elija, lo que el mundo necesita con urgencia son personas auténticas, comprometidas y llenas de esperanza. Juan, con su “sí” valiente, nos recuerda que todavía hay jóvenes dispuestos a ir a fondo, a darlo todo, y eso es motivo de alegría para todos. Felicidades Juan y buen  servicio.

La Provincia

InfoNorte Digital

martes, 15 de julio de 2025

"La inteligencia artificial: aliada del aprendizaje y no amenaza"

 

Por Esteban G. Santana Cabrera 

Estamos viviendo un momento apasionante en la Educación. La aparición de la inteligencia artificial (IA) en nuestra vida cotidiana, y por supuesto también en nuestras aulas, está marcando un antes y un después. Como ocurrió en su día con la llegada de los ordenadores, de las pizarras digitales o de las Aulas MEDUSA, hay voces que se alzan en contra de esta tecnología por desconocimiento. Pero demonizar la IA sin comprenderla, sin conocerla, es repetir los errores del pasado. La historia nos enseña que todo avance tecnológico ha generado miedo al principio, como la imprenta en su día, pero hoy nadie se imagina una escuela sin libros, sin ordenadores, o sin conexión a internet.

La IA, lejos de ser una amenaza, puede convertirse en una herramienta muy interesante, tanto para el alumnado como para el profesorado. No viene a sustituir a nadie, sino a complementar el trabajo docente, a facilitar la burocracia, a personalizar el aprendizaje y a ofrecer nuevas oportunidades de aprendizaje. Pero para ello, necesitamos algo fundamental: formación.

En España, uno de los principales problemas del sistema educativo es que las tecnologías suelen llegar antes a las aulas que la formación al profesorado. Y con la inteligencia artificial está ocurriendo lo mismo. El alumnado ya la usa de manera cotidiana, muchas veces sin entender sus riesgos ni su verdadero potencial. Mientras tanto, muchos docentes aún no saben por dónde empezar. Este desfase es preocupante, pero también es una oportunidad si logramos actualizar nuestra formación, podremos guiar al alumnado con responsabilidad y sentido crítico.

Porque esta es una de las claves: educar en pensamiento crítico. La IA es capaz de generar contenidos de forma automática, pero no de discernir con criterio humano qué es adecuado en cada momento, relevante o ético. Esa labor sigue siendo exclusivamente nuestra. Por eso, debemos enseñar a nuestro alumnado no solo a utilizar estas herramientas, sino a contrastar la información, a cuestionarlas, a preguntarse por su origen y su fiabilidad. Las rutinas y destrezas de pensamiento son grandes aliadas en este proceso. Nos ayudan a estructurar el pensamiento, a promover la reflexión y a desarrollar una actitud crítica frente al conocimiento.

Utilizar la IA en clase puede abrir la puerta a proyectos interdisciplinares, a nuevas formas de evaluación, a tutorías más personalizadas y a un aprendizaje mucho más inclusivo. Un alumno con dificultades de expresión escrita puede beneficiarse de herramientas de apoyo que le permitan mostrar sus conocimientos de otra manera. Un docente puede ahorrar tiempo en la elaboración de materiales o en la corrección mecánica, y dedicarlo a lo que realmente importa: acompañar, motivar y orientar.

Por ello, algo debemos hacer. No se trata de introducir la IA como una moda más, sino de integrarla con un espíritu pedagógico. No basta con tener acceso a estas tecnologías; hay que saber para qué y cómo usarlas. Esto implica también un cambio en la formación inicial del profesorado, así como en la formación continua. Debemos generar comunidades de aprendizaje para aprender unos de otros, espacios de experimentación, de reflexión, de investigación en los propios centros. Me gustaría destacar el IX Taller de Innovación Educativa que organiza, como cada año, la Escuela de Ingenieros Industriales de la ULPGC y que este año puso el foco en la IA y en las nuevas tecnologías. Pudimos disfrutar de ponencias interesantísimas como la de Miguelo Betancor, titulada “Del humanismo al transhumanismo” o el taller de elaboración de rúbricas con IA de María Esther Rodríguez, ambos profesores de la ULPGC, y además se presentaron varias experiencias como la de una ONG que surge desde la EIIC, el trabajo de la Fundación Sergio Alonso y otras de alumnado y profesorado donde las tecnologías contribuyen a una convivencia más saludable.

La IA ha llegado para quedarse, y cuanto antes la entendamos, antes podremos introducirla con todas las garantías en nuestras aulas. Una educación en la que prevalezca el pensamiento crítico, de paso a la creatividad, humana y que esté conectada con el mundo real. Como tantas veces en la historia, el reto no está en la herramienta, sino en cómo la usamos.

TeldeActualidad

InfoNorte Digital


martes, 8 de julio de 2025

Juntos volamos más lejos

Por Esteban G. Santana Cabrera  

Nos encontramos en la era de la interconexión, donde el trabajo en equipo ha dejado de ser una opción para convertirse en una necesidad. La mayoría de los retos sociales, científicos, tecnológicos y medioambientales de hoy en día no pueden resolverse de manera individual. Requieren colaboración, escucha, empatía y la capacidad de construir soluciones de manera colectiva. Esta realidad se refleja también en las profesiones del futuro: los empleos más demandados valoran no solo los conocimientos técnicos, sino especialmente la capacidad de trabajar con otros, de aportar al grupo y de generar sinergias.

La escuela, como primer espacio de socialización y aprendizaje formal, tiene un papel clave en la formación de este espíritu colaborativo. Más allá de los contenidos curriculares, el desarrollo de habilidades como la cooperación, la comunicación y la resolución de conflictos debe ocupar un lugar central en nuestras escuelas. Enseñar a trabajar en equipo desde Educación Infantil no solo prepara a nuestros niños y niñas para su futuro profesional, sino también para construir una sociedad más justa, solidaria e inclusiva.

En este sentido, los proyectos interdisciplinares y vivenciales son herramientas especialmente potentes. Un excelente ejemplo de ello es la radio escolar. En muchos centros de Canarias, se puede ver cómo la práctica del trabajo cooperativo se convierte en una experiencia real, enriquecedora y profundamente educativa. Cada programa que se emite es fruto del esfuerzo conjunto de un equipo donde cada integrante tiene una función específica: desde la redacción de contenidos y entrevistas, hasta la locución, la edición de sonido o la gestión del tiempo en el estudio. Todas las piezas deben encajar para que el resultado final fluya, y eso requiere diálogo, coordinación, responsabilidad y, sobre todo, confianza en los demás.

En uno de nuestros programas dedicados al Día del Libro, por ejemplo, los niños y niñas trabajaron de forma conjunta para crear una lectura dramatizada, combinando voces, música y efectos de sonido. No solo fue una actividad creativa, sino también una oportunidad para practicar la cooperación, respetar turnos, asumir responsabilidades y resolver dificultades de manera conjunta. Nadie destaca por encima de los demás: el éxito del programa es el éxito del grupo.

Además, experiencias como esta tienen un fuerte componente inclusivo. La radio escolar permite integrar distintas capacidades, ritmos de aprendizaje e intereses. Todos pueden aportar algo valioso, y esa diversidad enriquece el resultado final. Cuando el trabajo en equipo realmente funciona, se aprende también a cuidar al otro, a esperar, a acompañar, a celebrar los logros comunes y a afrontar juntos los errores.

Y es que educar para el trabajo en equipo es también educar para la vida. Podemos inspirarnos en una bella metáfora que me recordó el amigo Sergio Martínez y que nos regala la naturaleza: la de los gansos en vuelo. Estas aves migratorias vuelan en formación para ahorrar energía y avanzar con más fuerza. Pero lo más hermoso ocurre cuando uno de ellos enferma o se hiere: no se queda solo. Dos compañeros lo acompañan, lo protegen y permanecen con él hasta que puede seguir su camino. Esa lección de lealtad y apoyo mutuo es un espejo de lo que deberíamos cultivar en nuestras aulas.

La escuela debe ser ese lugar donde todos aprendan a volar en formación, sin dejar a nadie atrás. Porque solo trabajando juntos podremos llegar más lejos.


La Provincia

InfoNorte Digital

martes, 24 de junio de 2025

"Vacaciones escolares con sentido"

Por Esteban G. Santana Cabrera  


 Llegó el final del curso escolar, ese momento que parecía tan lejano cuando arrancamos en septiembre cargados de ilusiones, mochilas nuevas y muchas expectativas. Tras meses de aprendizajes, retos, emociones compartidas y experiencias vividas, nos encontramos, por fin, en la antesala de las vacaciones. Es el momento de parar, respirar, y mirar con calma el camino recorrido. No solo se cierra un curso académico; se abre una oportunidad para que lo aprendido florezca en un terreno distinto: el de la vida cotidiana.

Nuestro alumnado ha vivido un año lleno de aprendizajes, no solo en materias tradicionales, sino también en habilidades esenciales para la vida. Saber desenvolverse en un supermercado, distinguir una noticia veraz de una manipulada, comprender un texto más allá de las palabras, o trabajar en equipo respetando las ideas de los demás, son logros que no siempre aparecen en los boletines de notas, pero que tienen un valor incalculable. Durante estos meses, también han aprendido a cuidar, a escuchar y a compartir, gracias a proyectos tan significativos como nuestra radio escolar, el huerto ecológico o los talleres de robótica. En ellos han sembrado ideas, han cosechado responsabilidad, y han programado soluciones con creatividad y paciencia.

Ahora que el calendario nos brinda una pausa, es momento de invitar a nuestro alumnado a vivir el verano como una prolongación de esos aprendizajes. ¿Por qué no proponer a los más pequeños que preparen una receta usando ingredientes de temporada, como hacían en el huerto? ¿O que entrevisten a sus abuelos como verdaderos reporteros de radio, rescatando memorias familiares? Incluso unas tardes de juego con construcciones o kits de robótica pueden ser una forma divertida de seguir ejercitando la mente sin presión, solo por placer.

Pero no todo tiene que ser acción. El descanso también enseña. Enseña a escuchar el cuerpo, a respetar el tiempo propio, a reconectar con la familia, con la naturaleza, con los libros que esperan ser abiertos sin prisas. Las vacaciones nos permiten hacer esas cosas que la rutina escolar no siempre permite: pasear sin reloj, conversar sin interrupciones, disfrutar del silencio. Son también una oportunidad para que nuestras familias fortalezcan la convivencia, compartiendo momentos únicos, donde el mayor aprendizaje se da de forma natural, sin necesidad de aula ni pizarra.

Y no podemos olvidarnos del equipo docente. Este curso ha estado cargado de exigencias emocionales, de adaptaciones constantes, de entrega silenciosa. Ha sido un año en el que enseñar ha implicado también contener, motivar, acompañar. Por eso, el descanso para nuestros maestros y maestras no es solo necesario, es vital. Es tiempo de apagar el ruido, de recargar energía, de formarnos sin presiones, de volver a mirar con ilusión aquello que los trajo a esta vocación: el deseo de transformar, de inspirar, de guiar.

En este momento de cierre de curso, no hablamos de un punto final, sino de una pausa que nos va a permitir seguir creciendo. El verano no es un olvido del curso, sino su continuación desde otro ángulo: más libre, más espontáneo, más humano. Es el tiempo de vivir lo aprendido y de preparar el terreno para nuevas siembras que llegarán con el próximo otoño.

Gracias a todas las familias por su acompañamiento, a los docentes por su dedicación inquebrantable, y sobre todo, al alumnado, por enseñarnos cada día que educar es, ante todo, un acto de esperanza. ¡Felices vacaciones!

TeldeActualidad

infoNorte Digital


jueves, 19 de junio de 2025

La arbitrariedad en las oposiciones docentes

Por Esteban G. Santana Cabrera   

La arbitrariedad es el acto o proceder contrario a la justicia, la razón o las leyes dictado solo por voluntad o capricho de su autor, sin un razonamiento suficiente y sin explicación bastante de las razones en que se basa o careciendo estas de cualquier fundamento serio. Esta definición da pié a mi reflexión de esta semana sobre las oposiciones docentes y que en algunos caso representan, a mi modo de ver, uno de los procesos más “injustos” y arbitrarios para acceder a la función pública educativa. 

Muchos y buenos docentes se quedan en el camino por “no entrar por el aro” del sistema o por no ser del “agrado”, del tribunal. Ahora mismo estamos pasando un proceso que, como siempre, no deja contento a la mayoría, ni a opositores ni a evaluadores. Pocas plazas, interinos que ven peligrar su puesto de trabajo, jóvenes que no pueden acceder al sistema por no tener los méritos necesarios,… Los tribunales en muchos casos se ven obligados a meter tijera e incluso a utilizar criterios, en algunos casos, que no estaban recogidos previamente.

Estos procesos deberían estar basados en la transparencia, la equidad y la justicia, asegurando que todos los aspirantes sean evaluados bajo los mismos criterios y condiciones. Es verdad que desde la Dirección General de Personal de la Consejería de Educación y Formación Profesional del Gobierno de Canarias se está trabajando en ello y ya se han introducido algunas herramientas como las rúbricas que permiten al evaluador saber qué va a evaluar y, sobre todo, al opositor a saber claramente qué le va a pedir el tribunal. 

Sin embargo, cada año aparecen anomalías en algunos tribunales que ponen en entredicho estos principios, destacando posibles prácticas arbitrarias que socavan la confianza en el sistema. Pero yo me hago una pregunta: ¿quién evalúa o supervisa a los tribunales para que no actúen a libre albedrío en algunos casos? La transparencia y la rendición de cuentas no son actos de cortesía, sino obligaciones esenciales de cualquier proceso evaluativo. Contradicciones entre las acciones del tribunal y lo establecido en los documentos oficiales revela una medida arbitraria que no se ajusta ni a la convocatoria ni a los propios criterios de evaluación del tribunal.

Las acciones de los tribunales no pueden ser subjetivas y faltas de coherencia ya que erosionan la confianza en la justicia del proceso selectivo. La arbitrariedad en la evaluación de los aspirantes no solo afecta la transparencia del proceso, sino que también pone en riesgo la equidad, ya que algunos opositores pueden ser injustamente penalizados por seguir indicaciones contradictorias.

Para garantizar un proceso selectivo justo y equitativo, es fundamental que los tribunales actúen de acuerdo con los criterios establecidos y la normativa vigente. Porque muchos de estos opositores se están jugando su futuro. Cualquier medida arbitraria que se desvíe de estos criterios debe ser corregida inmediatamente por la Administración en primera instancia, sin esperar a que se llegue a los recursos de alzada ni a los contenciosos que lo que hacen es cargar nuestra administración de justicia y dilatar una “agonía” del opositor con pocas posibilidades de luchar contra el sistema. La consistencia en la aplicación de las normas es crucial para asegurar que todos los aspirantes tengan las mismas oportunidades y sean evaluados bajo las mismas condiciones.

Un problema adicional y fundamental del sistema actual de oposiciones es que, en muchas ocasiones, docentes que no están suficientemente “cualificados” para evaluar a otros son los encargados de hacerlo. Es preocupante que docentes que se presentan de manera voluntaria, sin pasar por un filtro riguroso, terminen evaluando a otros aspirantes. Esta situación puede dar lugar, aparte de suspicacias, a evaluaciones injustas y subjetivas, ya que estos evaluadores pueden carecer, afortunadamente no es la generalidad,  de la formación y experiencia necesarias para realizar una evaluación objetiva y justa. Y con esto ,vuelvo y repito, no quiero decir que sea así en todos los casos, pero dejan la puerta abierta a la duda.

Casos como estos  subrayan la necesidad imperiosa de regular el sistema de acceso y sobre todo mantener la transparencia y la coherencia en los procesos de oposición docente. Las medidas arbitrarias no solo perjudican a los aspirantes, sino que también debilitan la integridad del sistema educativo en su conjunto. Es esencial que se tomen medidas para corregir estas injusticias y garantizar que todos los aspirantes sean evaluados de manera justa y equitativa, respetando siempre los criterios y normativas establecidas y sobre todo, que los evaluadores estén adecuadamente cualificados para desempeñar esta importante tarea. Un mínimo de cinco años como funcionarios de carrera, no participar en dos procesos de manera simultánea, la elección de presidentes por sorteo, deberían ser a mi modo de ver criterios básicos para conformar un tribunal de oposiciones.

No obstante, el actual sistema no es justo ni para el opositor ni para los tribunales. Emular un sistema de oposición tipo MIR docente creo que sería el sistema más justo para acceder al sistema educativo, en igualdad de condiciones, y donde la parte práctica, el año de prácticas sea de formación y evaluación real, y que verdaderamente sea el paso determinante para obtener la plaza. Porque el maestro no nace, se hace y el camino se hace al andar. Dicho queda. 

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domingo, 15 de junio de 2025

Gran Canaria a los pies de su madre

 

Han pasado ya quince días desde que la imagen de la Virgen del Pino, patrona de Gran Canaria, descendiera desde su santuario en Teror hasta la capital. Dos semanas intensas, llenas de emoción, de fervor y de encuentros. Pero ya vuelve a su casa, a la Basílica que la acoge en lo alto de la montaña, después de recorrer la isla como si bajara, una vez más, para recordarnos que no estamos solos.

En este tiempo ha estado en Telde, en Santa Lucía, en los rincones donde la fe aún tiene raíces hondas. Miles de personas han desfilado ante su imagen. Gente anónima, silenciosa, que no sale en los titulares pero que ha encontrado, al mirarla, ese consuelo mudo que sólo da lo sagrado. La Virgen del Pino ha sido más que una figura en procesión: ha sido símbolo de unión, de pertenencia.

Pero si tuviera que quedarme con un solo momento de estos días, sería el que viví el pasado fin de semana, cuando la imagen regresaba de Telde a la Catedral de Santa Ana y se detuvo en el Complejo Hospitalario Materno Insular. No tengo palabras para describir lo que allí sucedió. O quizás sí las tengo, pero son pocas frente a la emoción que se vivió.

La Virgen estuvo a las puertas del hospital como si supiera a dónde iba. No se detuvo en un altar dorado ni en una plaza festiva. Se detuvo frente al dolor, frente a la fragilidad. Frente a los que más necesitan esperanza. Y allí, en medio de batas blancas, sillas de ruedas, lágrimas contenidas y oraciones susurradas, el fervor y el sufrimiento se dieron la mano para transformarse en algo más profundo: en fe.

Vi a enfermos hacer el esfuerzo de salir de sus habitaciones para verla pasar. Vi a médicos y enfermeras detener su ritmo frenético por un instante, colocarse la mano en el pecho y mirar a la imagen como si en ella se detuviera todo lo que no puede explicar la medicina. Vi a familiares cerrar los ojos y murmurar palabras que no eran de queja ni de ruego, sino de agradecimiento. Porque incluso en medio del dolor, hay consuelo. Y en la mirada de esa imagen —serena, maternal, inalterable— muchos encontraron refugio.

La Virgen del Pino no cura enfermedades. No detiene el tiempo ni borra las penas. Pero hace algo aún más poderoso: acompaña. Y esa compañía es, quizás, el mayor milagro que puede ofrecernos.

Durante estos días, miles de grancanarios y grancanarias han salido a su encuentro. Han caminado con ella por calles estrechas, por avenidas bulliciosas, por plazas silenciosas. Han llevado velas, flores, emociones. Han bajado la mirada al pasar junto a ella, han alzado los brazos, han cantado con lágrimas en los ojos. Y lo han hecho como pueblo. Como una sola alma compartida.

En un tiempo marcado por la prisa, por la desconexión, por la fragmentación, la Virgen del Pino ha sido un recordatorio de que aún hay cosas que nos unen. Que juntos es como se camina. Que la fe, más allá de credos y prácticas, puede ser ese hilo invisible que nos recuerda quiénes somos y de dónde venimos.

La Virgen regresa a Teror, pero su paso por la isla deja una estela que no se borra. Ha sido un tiempo de gracia, sí. Pero sobre todo, ha sido un tiempo de encuentro. Entre generaciones, entre barrios, entre personas que quizás no se miraban en el día a día y que ahora han compartido una oración, una lágrima, una emoción.

Y mientras sube de nuevo hacia su santuario, podemos quedarnos con la certeza de que su presencia no termina con el final del camino. Porque la Virgen del Pino, como madre que es, sigue caminando con nosotros, aunque no la veamos. En el hospital, en la plaza, en la casa humilde, en el corazón herido del que sufre.

Nos recuerda que no estamos solos. Que la esperanza existe. Y que siempre hay un lugar —en lo alto o en lo más hondo— donde volver a mirar para seguir caminando.

lunes, 9 de junio de 2025

¿Es la PAU el mejor sistema de acceso a la universidad?

 

Por Esteban G. Santana Cabrera  
Cada mes de junio, miles de jóvenes canarios se enfrentan a uno de los momentos más determinantes de su vida académica: la Evaluación del Bachillerato para el Acceso a la Universidad, la conocida PAU. Este sistema, heredero de la antigua EBAU, o para los que peinamos canas la Selectividad, ha sido reformado recientemente para integrar un enfoque más "competencial", pero a mi modo de ver sigue generando un debate profundo: ¿es verdaderamente justo y eficaz? ¿Valora realmente todas las competencias de los estudiantes? Y, más aún, ¿es inclusivo?

Desde mi perspectiva, caben muchas dudas sobre si este modelo es el más adecuado para determinar quién puede acceder a estudios universitarios. A pesar de los intentos por modernizar la prueba, sigue predominando una lógica memorística, estandarizada y profundamente desigual. En un archipiélago como el nuestro, con importantes diferencias socioeconómicas y geográficas entre islas, esta evaluación no siempre mide el potencial real de los estudiantes, sino su capacidad para adaptarse a un formato concreto de examen.

Uno de los principales problemas es que la PAU ignora muchas de las habilidades que un buen profesional debe tener. Pensemos, por ejemplo, en la carrera de Magisterio. ¿Cuántos estudiantes excelentes en habilidades comunicativas, empatía, liderazgo o creatividad —todas ellas fundamentales para el ejercicio docente— quedan fuera por no haber obtenido la nota necesaria en materias que no tienen ninguna relación con su vocación? ¿Tiene sentido que un aspirante a maestro o a médico quede excluido por un mal resultado en la PAU, cuando su verdadera fortaleza está en otras competencias?

En cuanto a la profesión docente, esta transformación en la evaluación de acceso a la universidad también tiene implicaciones significativas. Los futuros maestros y maestras deberían demostrar no solo conocimientos teóricos, sino también competencias prácticas y habilidades interpersonales esenciales para el ejercicio de la docencia. Sin embargo, el sistema actual de evaluación puede no reflejar adecuadamente estas competencias, lo que podría impedir que candidatos con un alto potencial en el ámbito educativo accedan a la formación necesaria para convertirse en docentes y al contrario.

Conozco el caso de una joven apasionada por la enseñanza infantil. Su sueño era ser maestra de infantil. Pero no logró la nota de corte para Magisterio y acabó matriculándose en una carrera que no le motivaba. Hoy, trabaja en un sector totalmente ajeno a su vocación, sin satisfacción ni proyección. Es, tristemente, un ejemplo más del “fracaso” que genera este sistema, no porque ella haya fallado, sino porque el sistema no supo valorar sus competencias reales.

Este no es un caso aislado, y especialmente en Canarias, donde la brecha digital, las desigualdades educativas y el coste del traslado entre islas afectan a la igualdad de oportunidades, la PAU termina siendo un filtro que premia a quien mejor se adapta al “sistema de evaluación” y no al revés.

No se trata de eliminar la PAU sin más, sino de repensarla en profundidad. ¿Por qué no integrar entrevistas personales, prácticas voluntarias o proyectos reales? ¿Por qué no permitir que los centros de formación del profesorado o las universidades valoren directamente a los aspirantes mediante procesos más humanos y personalizados? La educación no puede seguir midiendo a todos con la misma vara, como si todos los estudiantes fuesen idénticos.

La profesión docente es clave para el futuro de nuestra sociedad, y necesitamos que quienes accedan a ella lo hagan por vocación, no por casualidad o por nota. Si seguimos permitiendo que un examen determine el futuro de nuestros jóvenes, estaremos dejando fuera a muchos de los mejores futuros maestros y maestras. Y en una tierra como Canarias, tan necesitada de referentes educativos positivos, eso es un lujo que no nos podemos permitir.

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domingo, 1 de junio de 2025

La fe mueve Gran Canaria

Por Esteban G. Santana Cabrera  

Todavía estoy con los pelos de punta. Este sábado, Gran Canaria vivió uno de esos momentos en los que el tiempo parece detenerse y no se borra de la memoria fácilmente. La Bajada de la Virgen del Pino, en su edición número 52, convirtió la ciudad en un barranco lleno de devoción. Desde la Basílica de Teror hasta la Catedral de Santa Ana, la imagen de la patrona de Gran Canaria descendió arropada por miles de fieles, como cada vez que el calendario litúrgico marca una nueva cita con la tradición. Pero esta vez, en el marco del Año Jubilar, la jornada tuvo un eco especial, como si cada paso, cada canto, cada lágrima, llevara consigo algo más que religión: llevaba identidad.

Hay momentos en los que la fe se siente, aunque no se profese. Momentos en los que uno, sin saber bien por qué, se emociona. Y este sábado para muchos grancanarios fue uno de ellos. La mañana había comenzado fresca, con ese olor a eucalipto, incienso y promesa que sólo se respira en días grandes. Calles cortadas, balcones y ventanas engalanadas y una brisa que parecía traer el murmullo de Teror antes de que llegara la Virgen. A medida que se acercaba la comitiva carretera abajo, los aplausos y los rezos crecían como olas. Y cuando por fin aparecía la imagen, vestida con su manto de fiesta, el silencio se hacía tan denso como la emoción. Luego, vinieron las lágrimas.

La primera parada fue en Tamaraceite, primero en el Colegio Claret para hacer un pequeño descanso, para luego continuar camino por Tamaraceite y allí la estaba esperando San Antonio Abad bajo una lluvia de pétalos en su honor. Recordaba a los lugareños cuando este pueblo, ahora barrio, era lugar de paso para las romerías de la víspera del Pino hasta Teror. En ese mismo lugar, hace 11 años, la estuvo esperando el ahora Obispo Auxiliar Cristóbal Déniz cuando aún era párroco de este barrio capitalino. ¡Cómo ha pasado el tiempo! Y sobre todo quién le iba a decir a aquel párroco de entonces que iba a llegar a ser obispo. ¡Las cosas de Dios y de la Virgen del Pino!

La acompañé en el trayecto hasta la catedral y me emocionaba ver a las abuelas, los enfermos y sus acompañantes asomados a las ventanas, con caras de emoción contenida y lanzándole besos a la patrona, esa que un día tanto visitaban y que ahora, por la edad o la enfermedad solo podían ver por la tele.

Pero lo que más me sorprendió —y emocionó— fue la cantidad de jóvenes que acompañaban la bajada. En una época en la que creer parece un acto de rebeldía, ver a tantos chicos y chicas caminar junto a la imagen, cantar con ella, hacer el camino no como turistas de la fe sino como parte viva de ella, fue reconfortante. No era postureo. Había verdad en sus ojos. Una generación que busca sentido en un mundo que parece haberlo perdido.

Quizás de eso se trata. De volver. De encontrar algo en común en medio del ruido. De recordar que somos más que agendas apretadas, más que discusiones políticas y pantallas encendidas. La Bajada de la Virgen del Pino nos une en algo que va más allá de lo religioso: nos recuerda que, en el fondo, todos necesitamos creer en algo. Llamémosle fe, esperanza, comunidad. O simplemente, necesidad de tocar lo sagrado, aunque sólo sea una vez al año.

La Virgen llegó a la Catedral entrada la tarde, con el sol ya declinando sobre los tejados de Vegueta. Fue recibida con vítores, campanas y salvas. Y mientras las palmas sonaban, los móviles intentaban captar el momento, hubo un instante —breve, casi invisible— en que el rostro de la imagen pareció mirar a cada uno de los presentes. Como si supiera nuestras cargas, nuestras pérdidas, nuestras oraciones calladas.

No sé si los milagros existen. Pero sí sé que este sábado ocurrió uno pequeño: el de ver a un pueblo caminando unido. El de ver a la fe —con sus luces y sus sombras— bajar de Teror y encontrar, en el corazón de la ciudad, un altar hecho de promesas cumplidas y esperanzas por cumplir.

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martes, 27 de mayo de 2025

El valor transformador de la docencia en el siglo XXI

Por Esteban G.Santana Cabrera   

Estamos inmersos en una sociedad muy convulsa, con una pérdida de valores muy importante en todos los aspectos de nuestra vida. Y esto también se refleja en la escuela. En muchas ocasiones escuchamos que el profesorado está desmotivado, que en las aulas de hoy no se puede dar clase y que muchos docentes no tienen vocación, entre otras linduras. 

No me voy a posicionar como defensor del gremio docente, pero sí que me gustaría centrarme, si me lo permiten, en mi visión de la situación, desde dentro.  Creo que hay que reconocer que la mayoría de los docentes no nos sentimos temerosos, sino profundamente comprometidos con nuestra labor. La vocación educativa impulsa a muchos maestros y maestras que conozco a adaptarse constantemente a las necesidades de su alumnado, demostrando su dedicación y pasión por la enseñanza.

La formación continua es una prioridad para muchos docentes, quienes buscan actualizar sus conocimientos y metodologías para ofrecer una educación de calidad. Esta disposición al aprendizaje constante refleja su amor por el alumnado y su compromiso con su desarrollo integral.

Además, la creatividad y la resiliencia son características fundamentales en la práctica educativa actual.  A nadie se le esconde que los docentes nos enfrentamos desafíos diversos, desde la integración de nuevas tecnologías hasta la atención a la diversidad en el aula, y lo hacemos con una actitud positiva y proactiva.

Este año estamos teniendo una bonita experiencia de compartir, ver otras realidades educativas, gracias a“En la Onda” dentro del Proyecto ‘Agrupaciones de centros educativos públicos’, situado en el marco del proyecto del Ministerio de Educación y Formación Profesional. Este proyecto trata sobre la radio escolar, enfocada como una herramienta pedagógica que impulsa la expresión oral, el trabajo colaborativo, el pensamiento crítico y la competencia digital. Pero sobre todo crear sinergias entre docentes de distintas comunidades y aprender unos de otros. 

Esta semana estuvimos por Madrid y tuvimos como anfitriones al CEIP Miguel de Cervantes de Mejorada del Campo,  y como docentes invitados el resto de centros que conforman la agrupación, el  CEIP Los Giles (Las Palmas de Gran Canaria), el IES Santa Lucía del Trampal (Cáceres) y el CEIP Campo Charro (Salamanca). Pudimos ver y aprender sobre qué es lo que hacen, cómo lo hacen ,qué frutos están teniendo en su proceso transformador, y sobre todo, utilizando la radio como herramienta educativa.

Esta experiencia no es más que un botón de la multitud de experiencias docentes que demuestran que son muchos los docentes con vocación y que están dispuestos a sacrificar tiempo personal por aprender un poquito más cada día. Es importante destacar que la enseñanza no se limita a la transmisión de conocimientos académicos, sino que también implica formar ciudadanos críticos, empáticos y responsables. Los docentes del siglo XXI desempeñamos un papel crucial en la construcción de una sociedad más justa y equitativa.

Por ello, en lugar de centrarnos en los miedos, debemos reconocer y valorar el esfuerzo, el sacrificio, la dedicación y el amor que los docentes aportamos a nuestra labor diaria. Porque la vocación y el compromiso son la base para una educación transformadora que prepara a los más pequeños para los retos del futuro.

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martes, 20 de mayo de 2025

Infancia en pausa

 

Por Esteban G. Santana Cabrera  
En las últimas décadas, el sedentarismo se ha convertido en un rasgo preocupante entre la infancia canaria. Hoy, casi uno de cada dos niños de 6 a 9 años presenta sobrepeso u obesidad (45,8 %), una cifra que ha crecido un 2,8 % desde 2019. Este dato contrasta con la realidad que muchos vivimos hace cincuenta años. Entonces, nuestras jornadas transcurrían entre patios y juegos en la calle, partidos improvisados de fútbol o interminables subidas y bajadas en bicicleta. No existían aún  las pantallas ni el “transporte puerta a puerta”. Moverse era la norma, no la excepción.

La evidencia científica es rotunda: los primeros años de vida son importantísimas para moldear la composición corporal, la densidad ósea y la motricidad. Cuando un niño adquiere la costumbre de moverse a diario, 30 minutos intensos y al menos 60 moderados según la OMS, no solo controla mejor su peso, fortalece el sistema cardiovascular, reduce la probabilidad de desarrollar diabetes tipo 2, mejora la concentración en clase y disminuye los síntomas de ansiedad y depresión en edad escolar.

En mi niñez la dieta no estaba tan monitorizada, nadie pesaba las raciones ni leía las etiquetas, pero era, paradójicamente, más saludable. Abundaban productos frescos de temporada, la comida rápida era anecdótica y los refrescos constituían un lujo solo para los domingos. El gasto energético era mayor que la ingesta adicional; esa sencilla ecuación nos mantenía en un rango de peso adecuado aunque comiéramos “de todo un poco”. Hoy, la balanza se ha invertido. La oferta de alimentos ultraprocesados es barata y accesible, mientras el precio medio de la cesta saludable crece año tras año. Si a ello sumamos tardes enteras frente a tablets y deberes que sustituyen al juego libre, el resultado es la epidemia actual.

La obesidad infantil no es solo un problema “estético”, es la antesala de patologías crónicas que recortan calidad y esperanza de vida. En Canarias, según los especialistas, ya se observa una mayor prevalencia de hipertensión, falta de concentración y apnea del sueño en menores con exceso de peso. Los costos sanitarios futuros amenazan con desbordar un sistema ya tensionado. Además, el sobrepeso influye sobre la autoestima de los más pequeños y favorece el aislamiento social, alimentando un círculo vicioso de inactividad y malestar emocional.

Romper esta tendencia exige más que campañas puntuales. Necesitamos una “alfabetización” que empiece en la edad infantil y se prolongue a lo largo de toda la escolarización. El Plan de Prevención de la Obesidad Infantil en Canarias (POICAN) incorpora medidas como controlar la oferta de vending, promover rutas escolares activas y formar a las familias en alimentación saludable. En esa línea y bajo ese paraguas estamos en nuestro colegio con el proyecto Creciendo Saludables: Programa ALIPA que tiene como objetivo principal intervenir en los factores educativos y emocionales para promover la salud y prevenir el sobrepeso y la obesidad en la infancia, mediante la adopción de hábitos de vida saludable desde edades tempranas, involucrando a las familias. Por que este trabajo solo funciona cuando se vive en en casa.

En mi niñez, sin “apps de salud” ni relojes inteligentes, la actividad física se integraba de forma natural en la vida cotidiana. Hoy, con más conocimiento y más recursos, paradójicamente nos movemos menos y comemos peor. Recuperar el equilibrio implica colocar el ejercicio en el centro de la vida educativa y familiar, desde la guardería hasta la juventud. Enseñar a nuestros niños y niñas que el ejercicio físico y jugar al aire libre, mejora el estado de salud y la madurez emocional, es la lección más valiosa que podemos dejarles.

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miércoles, 14 de mayo de 2025

La familia, raíz de la sociedad

 

Por Esteban G. Santana Cabrera 
Cada 15 de mayo, la ONU celebra el Día Mundial de la Familia, un momento para volver la mirada a esa institución que, aunque ha cambiado con el paso del tiempo, sigue siendo el pilar de toda sociedad. Hoy más que nunca, es necesario hablar de la familia: de lo que representa, de cómo ha evolucionado, y de por qué, en muchos casos, vemos más familias desestructuradas a nuestro alrededor.

Tradicionalmente, la familia ha sido entendida como el núcleo donde se aprende a amar, a respetar, a convivir, a perdonar. Es en ella donde se forman los valores que luego llevamos a nuestra realidad. Sin embargo, el modelo familiar ha cambiado. Ya no existe una única forma de familia, pero el amor, el compromiso y el respeto que se viva en su interior deben ser su columna vertebral.

Pero la realidad también nos muestra otra cara: muchas familias se enfrentan a la desunión, a la violencia, al abandono, a la soledad. Las llamadas familias desestructuradas no son un fenómeno nuevo, pero sí cada vez más visible. La falta de tiempo, el estrés, las crisis económicas, la pérdida de referentes o los modelos sociales distorsionados han debilitado los lazos familiares. No se trata de culpar, sino de mirar con responsabilidad. Una familia tocada por la desgracia, también lo está la sociedad.

El Papa Francisco lo expresa con claridad: “Cuando nos preocupamos por nuestras familias y sus necesidades, cuando entendemos sus problemas y esperanzas, sus esfuerzos repercuten no sólo en beneficio de la Iglesia; también ayudan a la entera sociedad.” Esta afirmación nos recuerda que el bienestar familiar no es un asunto privado, sino social. No podemos aspirar a una sociedad justa, compasiva y en paz, si no partimos de familias que enseñen el respeto, la dignidad y el amor mutuo.

La familia no es perfecta. Está formada por personas con errores, con heridas, con historias complejas. Pero es precisamente ahí, en medio de esa imperfección, donde está su belleza y su fuerza. Cuando se construye desde la entrega y el perdón, cuando se educa en valores, cuando se acoge la diferencia y se aprende a dialogar, entonces se convierte en una verdadera escuela de humanidad.

Hoy, muchas veces, defender la importancia de la familia parece ir contra corriente. Se relativizan sus vínculos, se trivializan sus compromisos, y se deja de lado el papel formador que tiene. Pero resulta evidente que, si la sociedad actual se concentrara en formar familias con respeto y valor a la dignidad humana, no tendríamos que defender lo obvio: que el amor, la estabilidad, el acompañamiento y el ejemplo que se vive en el hogar, son la base para un mundo mejor.

En este Día Mundial de la Familia, más allá de celebrarla con palabras bonitas, estamos llamados a comprometernos con su cuidado. A protegerla desde la política, desde la educación, desde la fe y desde la acción ciudadana. A escuchar a quienes la componen, a apoyar a quienes la sufren, a fortalecer a quienes luchan por mantenerla unida.

La familia no es solo un concepto; es el primer lugar donde cada persona aprende a ser quien es. Si cuidamos nuestras familias, estaremos sembrando esperanza para las generaciones que vienen. Porque una sociedad que invierte en familias sanas, es una sociedad que construye futuro.

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