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Por Esteban G. Santana Cabrera |
Estamos viviendo un momento apasionante en la Educación. La
aparición de la inteligencia artificial (IA) en nuestra vida
cotidiana, y por supuesto también en nuestras aulas, está marcando
un antes y un después. Como ocurrió en su día con la llegada de
los ordenadores, de las pizarras digitales o de las Aulas MEDUSA, hay
voces que se alzan en contra de esta tecnología por desconocimiento.
Pero demonizar la IA sin comprenderla, sin conocerla, es repetir los
errores del pasado. La historia nos enseña que todo avance
tecnológico ha generado miedo al principio, como la imprenta en su
día, pero hoy nadie se imagina una escuela sin libros, sin
ordenadores, o sin conexión a internet.
La IA, lejos de
ser una amenaza, puede convertirse en una herramienta muy
interesante, tanto para el alumnado como para el profesorado. No
viene a sustituir a nadie, sino a complementar el trabajo docente, a
facilitar la burocracia, a personalizar el aprendizaje y a ofrecer
nuevas oportunidades de aprendizaje. Pero para ello, necesitamos algo
fundamental: formación.
En España, uno de los
principales problemas del sistema educativo es que las tecnologías
suelen llegar antes a las aulas que la formación al profesorado. Y
con la inteligencia artificial está ocurriendo lo mismo. El alumnado
ya la usa de manera cotidiana, muchas veces sin entender sus riesgos
ni su verdadero potencial. Mientras tanto, muchos docentes aún no
saben por dónde empezar. Este desfase es preocupante, pero también
es una oportunidad si logramos actualizar nuestra formación,
podremos guiar al alumnado con responsabilidad y sentido
crítico.
Porque esta es una de las claves: educar en
pensamiento crítico. La IA es capaz de generar contenidos de forma
automática, pero no de discernir con criterio humano qué es
adecuado en cada momento, relevante o ético. Esa labor sigue siendo
exclusivamente nuestra. Por eso, debemos enseñar a nuestro alumnado
no solo a utilizar estas herramientas, sino a contrastar la
información, a cuestionarlas, a preguntarse por su origen y su
fiabilidad. Las rutinas y destrezas de pensamiento son grandes
aliadas en este proceso. Nos ayudan a estructurar el pensamiento, a
promover la reflexión y a desarrollar una actitud crítica frente al
conocimiento.
Utilizar la IA en clase puede abrir la
puerta a proyectos interdisciplinares, a nuevas formas de evaluación,
a tutorías más personalizadas y a un aprendizaje mucho más
inclusivo. Un alumno con dificultades de expresión escrita puede
beneficiarse de herramientas de apoyo que le permitan mostrar sus
conocimientos de otra manera. Un docente puede ahorrar tiempo en la
elaboración de materiales o en la corrección mecánica, y dedicarlo
a lo que realmente importa: acompañar, motivar y orientar.
Por
ello, algo debemos hacer. No se trata de introducir la IA como una
moda más, sino de integrarla con un espíritu pedagógico. No basta
con tener acceso a estas tecnologías; hay que saber para qué y cómo
usarlas. Esto implica también un cambio en la formación inicial del
profesorado, así como en la formación continua. Debemos generar
comunidades de aprendizaje para aprender unos de otros, espacios de
experimentación, de reflexión, de investigación en los propios
centros. Me gustaría destacar el IX Taller de Innovación Educativa
que organiza, como cada año, la Escuela de Ingenieros Industriales
de la ULPGC y que este año puso el foco en la IA y en las nuevas
tecnologías. Pudimos disfrutar de ponencias interesantísimas como
la de Miguelo Betancor, titulada “Del humanismo al transhumanismo”
o el taller de elaboración de rúbricas con IA de María Esther
Rodríguez, ambos profesores de la ULPGC, y además se presentaron
varias experiencias como la de una ONG que surge desde la EIIC, el
trabajo de la Fundación Sergio Alonso y otras de alumnado y
profesorado donde las tecnologías contribuyen a una convivencia más
saludable.
La IA ha llegado para quedarse, y cuanto antes
la entendamos, antes podremos introducirla con todas las garantías
en nuestras aulas. Una educación en la que prevalezca el pensamiento
crítico, de paso a la creatividad, humana y que esté conectada con
el mundo real. Como tantas veces en la historia, el reto no está en
la herramienta, sino en cómo la usamos.
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