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| Por Esteban G. Santana Cabrera |
La tradición cristiana nos recuerda que la Navidad nació de un acontecimiento humilde, el nacimiento de Jesús, en un pesebre, lejos del ruido y en la más absoluta intimidad . Los primeros cristianos no celebraban la Navidad con grandes fiestas ni ceremonias ostentosas; fue con el paso de los siglos cuando la Iglesia incorporó esta fiesta, allá por el siglo IV, para destacar la luz que Cristo traía al mundo en medio de la oscuridad. Desde entonces, la Navidad se convirtió en símbolo de esperanza, de renovación interior y, sobre todo, de un Dios que se hace cercano. Las culturas cristianas, a través de los siglos, han enriquecido esta celebración con villancicos, belenes, misas del gallo, y tradiciones familiares que invitaban a compartir, agradecer y recordar el sentido profundo del nacimiento de Jesús.
Sin embargo, nuestra sociedad contemporánea parece haber desplazado este sentimiento más espiritual hacia un horizonte de puro consumo. La publicidad, que empieza a bombardearnos desde noviembre, nos empuja a creer que la alegría depende de acumular objetos, que el cariño se mide por el tamaño del regalo y que la Navidad solo es auténtica si hay abundancia de regalos. Los niños, especialmente vulnerables, asimilan este mensaje sin filtros, convirtiendo la espera del Niño en la espera de paquetes. A menudo perdemos de vista que la Navidad, lejos de ser un espectáculo de compras, es una invitación al silencio, a la contemplación y a la solidaridad
Me vienen a la mente unas palabras del Papa Francisco: “La Navidad es luz, es un camino, más allá de algo emotivo y los regalos… no se trata sólo de algo emotivo, sentimental; nos conmueve porque dice la realidad de lo que somos: somos un pueblo en camino, y a nuestro alrededor –y también dentro de nosotros– hay tinieblas y luces. Y en esta noche, cuando el espíritu de las tinieblas cubre el mundo, se renueva el acontecimiento que siempre nos asombra y sorprende: el pueblo en camino ve una gran luz. Una luz que nos invita a reflexionar en este misterio: misterio de caminar y de ver”.
Quizá, recuperar la esencia de la Navidad no requiera grandes revoluciones, sino pequeños gestos: volver a hacer el belén con los niños, a cantar villancicos, a la oración, a no malgastar, a tener en cuenta a los más desfavorecidos, o al encuentro sincero con los demás. Recordar que, antes que regalos, la Navidad es camino, es esperanza. Que esa luz que nació en Belén siga invitándonos, aún hoy, a mirar con otros ojos estas fiestas. Con mi más sincero deseo: Feliz Navidad.
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