Por Esteban G. Santana Cabrera |
LPDLP. Conocer el papel que juega nuestro cerebro a la hora de aprender es una de las cuestiones que más preocupa a los educadores e investigadores educativos actuales. A estas alturas, la mayoría de los docentes estamos de acuerdo en que hay que educar con cerebro y con corazón. Está claro que no se puede dejar de lado las emociones y la experimentación en el proceso de enseñanza aprendizaje y que el aprendizaje repetitivo y memorístico de poco vale, si se hace sin sentido.
A los docentes del S XXI se nos plantea un reto interesante, conocer más el cerebro de nuestro alumnado para sacar el máximo rendimiento académico, para que sean más eficientes. Esta semana pasada pude ver y escuchar a través de Hangout EDU organizado por el amigo Jesús Hernández, @jhergony, autor del blog Creaprende con Laura, a Francisco Mora, doctor en Medicina por la Universidad de Granada y doctor en Neurociencia por la Universidad de Oxford (Inglaterra), catedrático de Fisiología Humana de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid y catedrático adscrito del Departamento de Fisiología Molecular y Biofísica de la Universidad de Iowa en EE.UU entre otros, o sea una eminencia. Mora es autor también del libro Neuroeducación: solo se puede aprender aquello que se ama, que les recomiendo leer como padres y como docentes. Una de las afirmaciones que apunté fue aquella que decía que para mejorar los procesos de enseñanza y de aprendizaje, la curiosidad, la emoción, la empatía o los mecanismos de atención son elementos claves. El profesor Mora puntualizó que el aprendizaje y la memoria juegan un papel muy importante, lo que hay que tener en cuenta es el momento en el que debe aprender y cómo se debe aprender, y en esto hace una gran aportación la neuroeducación.
Al hilo de esta afirmación, recuerdo un hecho que me ocurrió en mi vida de estudiante, cuando mi profesor de matemáticas de 4º de primaria me dio unas cuantas nalgadas, es verdad que era otra época, por no saberme la raíz cuadrada. Mi cerebro de niño de nueve años no estaba preparado para acometer ese reto, y por más que yo quería aprenderlo, por miedo en este caso al castigo, mi mente no podía, no era el momento para ello, ni estaba emocionalmente motivado para su aprendizaje.
Éste es un hecho extremo, pero aprender sin emociones es como comer sin ganas. Por ello no hay que adelantar los momentos de aprendizaje, sino conocer cual es el adecuado, cuando el cerebro de nuestro alumnado esté preparado para conseguir ese reto. Y de aquí viene la importancia de la enseñanza individualizada, ya que dentro de nuestro mismo grupo de alumnos, de la misma edad y nivel, el momento siempre es diferente, solo hay que estar atentos. Les invito a que abran las puertas a la neuroeducación, porque conociendo mejor a nuestro alumnado podremos enseñarles mejor y el aprendizaje será más efectivo.
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