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Por Esteban G. Santana Cabrera |
"Los niños y niñas no juegan para aprender, pero aprenden porque juegan". Esta frase de Piaget, padre de la teoría del desarrollo cognitivo, nos habla del juego como lenguaje natural con el que los niños y niñas se comunican, exploran el mundo y construyen sus primeras experiencias de aprendizaje. Desde la psicología evolutiva hasta la pedagogía contemporánea, se ha insistido en que el juego no es únicamente una actividad recreativa, sino un proceso educativo muy importante.
Diversos estudios coinciden en que, a través
del juego, los más pequeños desarrollan habilidades cognitivas,
sociales y emocionales que serán determinantes en su futuro escolar.
Tal como se señala en una investigación de la Universidad de Jaén,
el juego en edades tempranas “favorece la motivación y la
adquisición de vocabulario”, especialmente en el aprendizaje de
lenguas extranjeras, demostrando que jugar no es tiempo perdido, sino
un entorno idóneo para aprender de manera significativa.
Además,
experiencias pedagógicas como las recogidas en muchos proyectos de
innovación que he estado siguiendo en los últimos años, destacan
que los juegos simbólicos, dramáticos o al aire libre no sólo
estimulan la imaginación, sino que permiten al alumnado socializar,
asumir roles, resolver conflictos y ganar autonomía personal.
Esta
visión no es ajena a la normativa educativa. El currículo afirma
que “el juego es fuente de aprendizaje porque estimula la acción,
la reflexión y la expresión”. Añade además que a través del
juego se agudizan capacidades como la atención, la memoria y el
ingenio, que luego se transfieren a contextos no lúdicos. El propio
currículo de Canarias lo sitúa en el centro del desarrollo
integral, junto a principios como la atención a la diversidad, la
colaboración con las familias y la continuidad educativa entre
etapas.
En este contexto se sitúa el proyecto de Aula
Ejecutiva del CEIP Miguel de Cervantes de Mejorada del Campo en
Madrid. Esta iniciativa apuesta por llevar el juego más allá de la
etapa de Infantil, convirtiéndolo en una estrategia didáctica
también en Primaria. Con ello, se garantiza la coherencia
metodológica que pide el currículo y se potencia la adquisición de
competencias clave como la creatividad, la comunicación, el trabajo
en equipo o la resolución de problemas.
En los últimos años
también ha cobrado relevancia el uso de los videojuegos
con fines educativos,
siempre que se integren de forma guiada y con una intencionalidad
pedagógica clara. Lejos de ser solo entretenimiento, los videojuegos
bien seleccionados pueden fomentar la toma de decisiones, la
creatividad, el pensamiento crítico y el trabajo colaborativo.
Además, resultan especialmente motivadores para el alumnado, que se
reconoce en un entorno tecnológico cercano a su vida cotidiana. De
este modo, se convierten en un recurso complementario para potenciar
aprendizajes significativos en el aula y para educar en el uso
responsable de los videojuegos.
El desafío no está en
demostrar que el juego es útil, porque tanto la investigación como
la normativa lo avalan. El verdadero reto es garantizar su espacio
real en las aulas: equilibrar el juego libre con propuestas
dirigidas, dotar al profesorado de formación específica en
metodologías lúdicas y diseñar evaluaciones que valoren no solo
los contenidos, sino también las competencias sociales, emocionales
y creativas que emergen en las dinámicas de juego.
El
juego es, en definitiva, el motor natural del aprendizaje en los más
pequeños. Constituye un derecho, una necesidad y una herramienta
pedagógica insustituible. Apostar por el juego en los centros
educativos no es “añadir diversión” al currículo, sino
reconocer que los aprendizajes más profundos y duraderos se
construyen en contextos motivadores y afectivos. El currículo de
Canarias lo respalda, la investigación lo confirma y la práctica
docente lo demuestra, como es el caso de nuestros colegas de Madrid.
Si aspiramos a una escuela que forme ciudadanos creativos, críticos
y felices, debemos asumir que el juego no es un complemento, sino la
esencia misma de educar. Por ello no olvidemos las palabras de María
Montessori: “El juego es el trabajo de los niños”.
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