miércoles, 3 de septiembre de 2025

Arrancamos

Arrancamos. Esperemos que este nuevo curso nos traiga nuevos logros para los docentes y para la Educación en sí, porque invertir en Educación es invertir en el futuro de nuestra sociedad dándole el valor que verdaderamente tenía la formación para los griegos y romanos donde la Paideia ponía los pilares de una generación de niños y niñas con formación integral en valores y competencias inherentes a la sociedad. Mi reflexión en Canarias Radio La Autonómica

miércoles, 27 de agosto de 2025

De las clases de gimnasia a la Educación Física

Por Esteban G. Santana Cabrera 

Si hoy entramos a una clase de Educación Física en cualquier centro educativo, probablemente veamos balones, conos, colchonetas, música de fondo y un docente que habla de coordinación, trabajo en equipo y hábitos saludables. Pero no siempre fue así. Antes, lo que hoy llamamos Educación Física se conocía simplemente como “gimnasia”. Y no tenía el mismo enfoque ni la misma flexibilidad que conocemos ahora.

En mi caso, tengo grabados en la memoria aquellos días de colegio en el Adán del Castillo, cuando las clases de gimnasia las dirigían entrenadores como Pepe Clavijo, el mismo que después entrenaría al Claret Las Palmas y que acabaría formando parte del Gran Canaria de Baloncesto, o maestros como Don Orlando y Don Gustavo. No había música, ni coreografías, ni siquiera tantas explicaciones sobre la importancia de calentar; lo que había era un pitido, unas filas bien formadas y una voz firme que te decía: “¡A formar!”.

En aquella época, todavía estábamos viviendo el cambio que trajo la Ley de 1961, cuando se estableció la obligatoriedad de la enseñanza de la Educación Física en todos los niveles educativos. Esta ley, acompañada de decretos, órdenes y resoluciones, dio un vuelco a la asignatura. También creó la Junta Nacional de Educación Física, que se encargó de coordinar y planificar cómo debían ser las clases. Pero aun con ese marco, la realidad en los patios y gimnasios era que la “gimnástica” seguía siendo la base: tablas de ejercicios, saltos, carreras, y poco más.

Recuerdo especialmente el paso al IES Cairasco de Figueroa de Tamaraceite, donde el profesor de Educación Física era Don Abilio, un militar de los de antes, y al que los chiquillos respetábamos. Sus clases eran… digamos que intensas. No era raro que en vez de partidos de baloncesto o juegos de relevos, hiciéramos auténticas sesiones de instrucción militar: marchar al paso, formar escuadras, ejercicios sincronizados, subir cuerdas, espalderas,  y mucho, pero mucho énfasis en la disciplina. Para algunos compañeros era duro; para otros, una especie de entrenamiento secreto para el servicio militar.

Con el tiempo, y gracias a los cambios que trajo esa legislación, la gimnasia empezó a abrirse al deporte. Pasamos de aquellas tablas repetitivas a los circuitos y actividades más variadas: velocidad, resistencia, fuerza, flexibilidad. La finalidad era desarrollar lo que llamaban “aptitudes físicas”, y se complementaba con juegos pedagógicos y tradicionales.

No puedo olvidar cómo, en los recreos, muchos de los ejercicios de las clases acababan transformándose en nuestros propios campeonatos improvisados. Un balón de baloncesto y dos canastas oxidadas eran suficientes para que el patio se convirtiera en el “Gran Canaria Arena” particular de la época. Y si el profe se animaba, podía hasta participar y enseñarnos algún truco.

Hoy, mirando atrás, me doy cuenta de que aquellos profesores, con sus estilos tan diferentes, marcaron nuestra forma de entender el ejercicio y el deporte. Pepe Clavijo nos transmitía la pasión por el deporte y la importancia del esfuerzo; Don Abilio, la disciplina y el trabajo en equipo; y aquellos maestros de los 70 en el Adán del Castillo fueron los primeros en ponernos en movimiento, cuando la palabra “Educación Física” todavía sonaba demasiado formal y la “gimnasia” era lo que todos entendíamos.

En la imagen de principios de los 70 que guardo del Adán del Castillo, se ve perfectamente el espíritu de la época: niños en fila, pantalón corto, camiseta blanca, y al fondo el maestro vigilando cada movimiento. Nada de ropa deportiva de marca ni zapatillas técnicas, solo ganas de cumplir con lo que tocaba y, de paso, pasarlo bien. Pero a la vez había profesores que fomentaban el deporte como Juan Alberto López que fundó el mítico Nik de baloncesto, Don Juan Clemente el entrenador de balonmano, donde iban los más fuertes y aguerridos y Don Gustavo que entrenaba a los chiquillos que no servíamos ni para el fútbol ni para el baloncesto y nos ofreció el voleibol, un deporte que estaba empezando en la escuela. En el  Adán del Castillo formamos nuestros primeros equipos escolares de voleibol y competíamos con otros centros educativos de la ciudad en una liga escolar. Don Gustavo, los sábados nos llevaba en su viejo Seat a todos los chiquillos, unos encima de otros, hasta el centro donde teníamos que jugar ese día.

La asignatura ha evolucionado mucho: ahora se habla de salud, de hábitos saludables, de inclusión. Pero las risas, los nervios antes de un test de resistencia, el olor a balón de cuero viejo y el eco de los silbatos siguen siendo, para muchos, recuerdos que nos devuelven a esos días en los que el patio era nuestro pequeño estadio, y la gimnasia, o como la llamamos ahora, Educación Física, era la excusa perfecta para correr, sudar y, sobre todo, disfrutar.

domingo, 10 de agosto de 2025

"Chita, la maestra de Tamaraceite que nos enseñó con el alma"

Por Esteban G. Santana Cabrera  

A mediados del S XX, en un tiempo en que las guarderías no existían y los padres salían de casa desde bien temprano para trabajar, unos a las fincas de plataneras cercanas y otros a diferentes ocupaciones en el sector del turismo, aparecieron unos personajes esenciales en los pueblos y los barrios que, sin títulos oficiales ni aulas convencionales, sembraron las primeras semillas del conocimiento en muchos de nosotros. Una de ellas fue Chita, la primera maestra de muchos niños y niñas de La Montañeta, en Tamaraceite y la que me enseñó las primeras letras y números.

Los que somos docentes sabemos que el título no hace al maestro. Chita no tenía estudios universitarios ni diploma colgado en la pared. Lo que tenía era algo mucho más valioso: una vocación inmensa, una paciencia infinita y una sonrisa que calmaba cualquier temor. Comenzó ayudando a los más pequeños del pueblo, como a mis hermanos y a mí, que necesitábamos un lugar seguro mientras nuestros padres trabajaban. Pero no solo cuidaba, enseñaba. Enseñaba con dulzura, sin gritos, sin castigos, solo con afecto, cariño y comprensión.

Su primera escuelita estuvo en el callejón de la Calle Magdalena, donde antes había dado clases otra maestra durante muchísimos años, Pinito, que fue la que inició. Más adelante, se trasladó a la Calle Belén, en lo alto de la cuesta, justo donde estaba el antiguo pilar. Allí, en una de las cuevas que también le servía de hogar, instaló su pequeño aulario. Aún conservo con nitidez la imagen de aquella entrada repleta de plantas, de vida, como ella misma. La clase estaba al fondo, en una cueva a la derecha, junto a las demás habitaciones también excavadas en la tierra. Aquel espacio era humilde, sí, pero rebosaba calidez, ternura y respeto.

Mientras realizábamos nuestros “deberes” se nos abría el apetito con aquellos olores a potaje o a puchero recién cocinado. Recuerdo haberme quedado dormido más de una vez en aquel banco azul, mientras la voz de Chita nos guiaba entre las primeras letras y números con los que empezábamos a entender el mundo. Nunca necesitó alzar la voz. Jamás la vi pegar a un niño. Enseñaba desde la bondad, con un amor muy grande. No éramos muchos, pero cada uno recibía su atención como si fuéramos únicos.

Al terminar las clases, solíamos pasar por la tienda de Carmita Déniz, al principio de la calle Belén. Nos asomábamos a la ventanilla y desde allí, con los ojos muy abiertos, mirábamos las chucherías que reposaban sobre una gran mesa de madera. Aquella imagen era casi tan mágica como la clase: un premio dulce después de una mañana de letras, dibujos y ternura.

La muerte de Chita fue repentina. Se marchó sin avisar, como suelen irse las personas buenas, dejando un vacío silencioso. No hubo homenajes, ni placas, ni calles con su nombre. Solo quedó su recuerdo en quienes la tuvimos cerca, y en los que aprendimos con ella nuestras primeras palabras. Fue, para muchos de nosotros, el primer paso hacia el colegio nacional.

Hoy quiero rescatar su memoria del olvido. Porque Chita no fue solo una mujer que cuidaba niños. Fue una maestra sin escuela oficial, sin libros de texto, con una humilde pizarra, pero con una vocación más grande que cualquier título. Como ella, hubo muchas otras personas en Tamaraceite que durante los años 50, 60 y 70 pusieron los cimientos de lo que somos hoy. No enseñaban solo a leer o a sumar. Enseñaban a escuchar, a respetar, a esperar el turno, a confiar. Enseñaban a  que fuéramos mejores personas.

En la Calle Belén, justo en el muro de la casa de Carmita Déniz, enfrente del Pilar, hay un mural en la
que está presente y la recordamos cada vez que pasamos por allí, realizado por los muralistas Daniel Rodríguez Báez y GraffMapping, donde se plasmaron distintos momentos y personajes populares de Tamaraceite como Bernardo, Carmita Déniz, Jesús Arencibia, etc, y como no podía ser menos Chita La Maestra.  Una bonita obra que quedará para la posteridad y que servirá para recordar nuestra historia más reciente. 

Gracias, Chita, por tu entrega, por tu dulzura, por tu ejemplo. Tu cueva no era solo un lugar donde aprendíamos letras y números era un hogar donde se nos enseñaba a vivir.




sábado, 9 de agosto de 2025

domingo, 3 de agosto de 2025

"No escondas la psoriasis en verano, muéstrala con dignidad"

Por Esteban G. Santana Cabrera 

Convivo con la psoriasis desde hace casi 40 años. Cuatro décadas marcadas no solo por los brotes y tratamientos, sino también por una lucha silenciosa contra los prejuicios. Porque la psoriasis no solo afecta a la piel, también afecta a lo emocional y lo social. Vivimos en una sociedad donde la imagen juega un papel predominante, donde lo que se ve muchas veces se juzga, y donde mostrar una piel afectada por lesiones en la piel puede suponer enfrentarse a miradas de rechazo o a sentirnos excluidos.

Por ello, visibilizar la psoriasis es una necesidad urgente. Porque mientras siga siendo un tabú, mientras se esconda por miedo o vergüenza, seguiremos perpetuando el estigma. Necesitamos naturalizar la psoriasis y la artritis psoriásica, hablar de ella con claridad, mostrarla, si no con orgullo, sí con naturalidad. Por eso es tan valiosa una campaña como #Destápate2025, impulsada por Acción Psoriasis y LEO Pharma, que nos anima cada año a quitarnos no solo la ropa, sino también los complejos.

Esta campaña, que arrancó este 15 de julio en el Hospital del Mar de Barcelona y se prolongará durante el verano, nos invita a mostrarnos tal como somos: sin filtros ni vergüenzas. A disfrutar de la playa, la piscina, la montaña o el día a día sin ocultar nuestra piel. Porque sí, el sol puede ayudar a mejorar los síntomas, pero el verdadero cambio ocurre cuando dejamos de escondernos a la sociedad. Porque las verdaderas lesiones no están en la piel sino en nuestro interior.

Como paciente, valoro que existan espacios como este, donde la imagen de quienes convivimos con la enfermedad se pone en el centro. Aunque sabemos que,  para que esta visibilidad tenga impacto, es necesario que vayamos más allá de las campañas puntuales. Necesitamos crear sinergias entre todos los agentes implicados: pacientes, dermatólogos, personal de enfermería, farmacéuticos, asociaciones de pacientes y, por supuesto, los medios de comunicación.

Cada uno de ellos juegan un rol fundamental. Los profesionales sanitarios son quienes nos acompañan en el diagnóstico, tratamiento y seguimiento; nos ayudan a entender la enfermedad, a aceptar sus ciclos, a buscar las mejores opciones terapéuticas. En particular, quiero destacar el excelente trabajo que se realiza en las unidades de psoriasis de los hospitales canarios, que no solo ofrecen atención médica especializada, sino también una mirada humana y empática hacia quienes vivimos con esta patología.

Por otro lado, los medios de comunicación tienen el poder de romper estereotipos, de educar a la
sociedad, de generar empatía. La información rigurosa, la difusión de testimonios reales y dar a conocerla, son herramientas claves para derribar prejuicios.

Y nosotros, los pacientes, tenemos la responsabilidad, y el derecho,  de alzar la voz, de compartir nuestras historias, de mostrarnos. Porque cada vez que un paciente se destapa, inspira a otro a hacer lo mismo. Y así, poco a poco, dejamos de ser invisibles.

#Destápate no es solo una campaña, se trata de un movimiento por la dignidad de los pacientes, la comprensión y el respeto. Un recordatorio de que la psoriasis no nos define, pero forma parte de nosotros. Que nuestra piel puede tener marcas, pero también tiene una historia detrás de sí.

Por eso, invito a todas las personas, con psoriasis o sin ella, a unirse a esta nueva edición de #Destápate2025. Participar es contribuir a cambiar la mirada social sobre esta enfermedad. Es dar un paso hacia una sociedad más inclusiva, más empática y más informada.

Destápate. No para mostrar tus lesiones, sino para mostrar tu coraje. Porque visibilizar la psoriasis es también visibilizar las historias de más de 1 millón de personas en España que padecemos esta enfermedad.

TeldeActualidad

InfoNorte Digital

La Provincia

Cadena SER




domingo, 27 de julio de 2025

Veranos de fútbol y gloria en Tamaraceite

Por Esteban G. Santana Cabrera 
 

A mediados del siglo pasado, el verano no significaba ir a la playa ni hacer planes al sur y mucho menos ir de viaje. En Tamaraceite, como en tantos barrios de nuestra isla, bastaba una silla en la puerta, la charla con los vecinos y la brisa de la tarde para que el día tuviera sentido. No hacía falta televisión, que apenas había irrumpido en algunos hogares, ni teléfono, ni mucho menos internet y como mucho una radio que servía para escuchar la radionovela, la Ronda, o las noticias. Se vivía con menos, pero con más calor humano. Y, quizás, con más alegría.

La calle era  el punto de encuentro de grandes y pequeños. Al caer el sol, salían las familias a la puerta, sacaban su silla y entre risas y tertulias se arreglaba el mundo. Se hablaba de lo que pasaba aquí y allá. Hasta de política se hablaba, con mucho tiento. Porque si pasaba el guindilla, había que guardar silencio y saludar con respeto. Eran otros tiempos, duros quizá, pero llenos de vida compartida.

Pero si había algo que hacía vibrar a Tamaraceite cada verano, eran los torneos de fútbol en el Llano de Juanito Amador, donde hoy se levanta el colegio Adán del Castillo. Aquel campo de tierra era el estadio de  los sueños de muchos jóvenes y niños de hace setenta u ochenta años. Allí se reunía el barrio entero: hombres, mujeres, niños y niñas, todos pendientes del balón. Era un fútbol distinto, sin gradas, y donde se vivía una pasión que hoy en día se echa de menos.

Equipos como los Piratas, el San Antonio o el Juventud Tamaraceite se disputaban el trofeo más preciado del verano. A veces venían equipos de otros barrios, lo que subía el nivel y encendía aún más el ambiente. Eran partidos de aficionados, sí, pero con jugadores que parecían profesionales por su entrega, como los que venían del Porteño o del Rehoyano. Muchos de los que luego serían grandes jugadores de la UD Las Palmas pasaron por estos torneos veraniegos como Juanito Guedes, Castellano, Germán o León.

No debemos olvidar los nombres propios de aquel Tamaraceite futbolero. Ahí estaba José “el Cabuco”, todo carácter, primero jugador y luego entrenador, que llegó a ganar un campeonato organizado por La Falange en el Campo España.  Lorenzo García “el Blanco”, veloz y elegante, que jugó en el Porteño. Antonio “el Morris”, con su clase en el Marino, o el padre de Rafael “el pintor”, guardameta del Victoria. También brillaron Rafael Angulo o Juanito Vargas, que llenaban de orgullo al barrio con cada jugada. Y por supuesto, el más recordado de todos: Juan Guedes, que pasó de aquel estanque convertido en campo de fútbol al verde del Estadio Insular, convirtiéndose en emblema de la Unión Deportiva Las Palmas, y llevando el nombre de Tamaraceite por toda España. Cabuco supo descubrir en Juanito Guedes su talento mágico, ese que nos deleitó tantas tardes en el Estadio Insular y que todavía seguimos recordando.

El ambiente en esos partidos era tan auténtico como inolvidable. Allí estaba siempre la madre de Salvador “el Veneno”, con su carrito de chochos y chuflas, seguida por una nube de chiquillos deseando que les dejara empujarlo. Eran tardes de fútbol, sí, pero también de relaciones sociales, de risas, de infancia.

Años más tarde estos torneos pasaron a hacerse en el mítico Juan Guedes, donde se vivieron momentos únicos de fútbol veraniego. Los más chicos aprovechamos para ir entre semana a darle patadas al balón y emular a nuestros grandes ídolos: Pichi, Maximino, Pepito Ramírez, Marrero, Marino y tantos otros. Luego vinieron los torneos de fútbol femenino que llenaban el Campo de Hoya Ayala, un estanque detrás de Los Bloques, y donde todavía recordamos nombres como Manola, Fabiola, Fina y Soraya por destacar algunas de sus figuras.

Con la llegada del fútbol sala allá por los años 80, los torneos pasaron a ser de salón y los más jóvenes nos reuníamos en grandes torneos de verano que llenaban el pabellón de Tamaraceite organizado por Pepe Déniz. Uno de esos equipos fue El Vendaval, compuesto por juveniles del Tamaraceite, Artesano y otros componentes aficionados, que llegó a la finalísima un año enfrentándose a equipos de veteranos. Nombres que no se nos olvidan hoy en día como Castillo (portero de la selección Juvenil de Las Palmas), Claudio, Alexis II (que llegó a jugar en la UD Las Palmas), Juan Luis, Cristo, Benjamín, Rubén,...

Hoy todo eso parece de otra época. Y lo es. El fútbol se ha transformado en espectáculo global, los fichajes valen millones y los niños ven partidos por la pantalla en lugar de jugarlos en la calle. Si no se apunta uno a un “campus de verano”, poco queda de aquel fútbol de barrio. De aquel fútbol genuino. Pero los que lo vivimos no lo olvidamos. Porque Tamaraceite no solo fue un lugar donde se jugaba al fútbol. Fue un lugar donde el fútbol nos enseñó a vivir juntos, a soñar en equipo, a celebrar lo nuestro. A ser barrio.

miércoles, 23 de julio de 2025

Entre Memorias y Barrancos


 Hoy he recibido un regalo muy especial que me ha emocionado profundamente: dos libros que encierran historias, memoria y amistad. Me llega de dos personas a las que aprecio mucho y con los que he compartido vivencias, proyectos, confidencias, ilusiones,.... La casualidad ha hecho que los dos me lleguen el mismo día. Casualidades o no, creo que son cosas del destino.


Uno de esos libros es "Entre Redes y Salitre", de Teresa Acosta Tejera, compañera de camino con la que compartí un intenso año de trabajo en el Área de Comunicación de la Consejería de Educación. Fue mi jefa, pero supo ver en mí, ese algo más que muchas veces no saben ver los jefes. Más allá de lo profesional, nos une una amistad sincera y el compromiso con proyectos que dan voz a quienes construyen nuestra historia. Este libro recoge el valioso testimonio de los pescadores de Arona, y con él, Tere nos invita a sumergirnos en un mundo de raíces, mar y memoria viva.

El otro es "Los barrancos del silencio", de Francisco González Tejera (Paco), escritor y amigo del barrio, incansable defensor de nuestro Tamaraceite y de su gente. Últimamente compartimos la ilusión de recuperar las Charcas de San Lorenzo. Este libro vuelve a dar testimonio de su lucha constante por la justicia y por rescatar del olvido las historias silenciadas de la guerra y la posguerra. Ojalá algún día tus deseos de verdad y justicia se vean cumplidos, amigo.

Gracias a ambos por estos regalos que no solo son libros, sino también fragmentos de nuestras luchas, nuestras calles y nuestros afectos.

martes, 22 de julio de 2025

El Sí de Juan Medina Naranjo

 

Por: Esteban Gabriel Santana Cabrera  
Este sábado vivimos un momento muy emocionante en la Catedral de Santa Ana, en Las Palmas de Gran Canaria: la ordenación sacerdotal de un joven canario de apenas 25 años, Juan Medina Naranjo. En tiempos donde el compromiso a largo plazo parece escasear y donde muchos jóvenes se sienten desorientados o desmotivados, presenciar cómo alguien tan joven da un paso tan decidido y contracorriente me llevó a una profunda reflexión sobre el papel de la fe, la vocación y los valores en nuestra sociedad actual.

Una de las cosas que más me impactó fue la naturalidad con la que Juan, y también su grupo de amigos, vivieron este momento tan importante. No había en ellos una actitud forzada ni distante, sino alegría, convicción, y una madurez poco común en jóvenes veinteañeros. En lugar de esconder o justificar su decisión, la mostraban con orgullo, como quien ha encontrado un tesoro y no puede evitar compartirlo. Esa autenticidad, ese modo de vivir la fe con sencillez y entusiasmo, es un testimonio muy necesario en la sociedad en la que estamos viviendo.

Hoy en día, decir “sí” a una vocación sacerdotal no es simplemente optar por una carrera o un estilo de vida. Es tomar una decisión radical, ir contracorriente en una sociedad que valora la inmediatez, la comodidad, la libertad sin compromisos. En este contexto, el compromiso de Juan resuena con más fuerza. Su decisión no es fruto de una moda pasajera, sino de un proceso profundo de discernimiento, alimentado por la oración, el estudio y una experiencia viva de fe. Todo esto acompañado y apoyado por su familia y amigos, viviendo un día de auténtica fiesta.

Ver a un joven de 25 años dar este paso me interpela como ciudadano y como docente. ¿Qué estamos transmitiendo a nuestros jóvenes? ¿Qué modelos les estamos ofreciendo? En un tiempo donde muchas veces se acusa a la juventud de estar desmotivada o perdida, Juan y tantos como él nos muestran la otra cara de la realidad: una generación que, aunque silenciosa, busca con sinceridad, lucha por sus ideales y no teme entregar su vida a una causa que trasciende más allá del conseguir una posición acomodada, un buen trabajo reconocido o una estabilidad económica.

Su ordenación estuvo acompañada por doce sacerdotes, compañeros de estudios en Roma, algunos
llegados desde distintos puntos de España. Ninguno superaba los 40 años y si no es por el alzacuellos, no se diferenciaban en nada de los jóvenes de su edad en un día de fiesta. Esto me sorprendió enormemente ya que nos habla de una nueva generación de jóvenes que se está formando, jóvenes con una fuerte preparación intelectual y espiritual, pero también cercanos, divertidos, humanos, conscientes de los desafíos de nuestro tiempo. Su presencia fue un signo claro de que la Iglesia no está muerta, sino que sigue viva, joven y en camino aunque en Canarias estemos viviendo de escasez.

La fe ha iluminado el camino de Juan desde pequeñito, la que le sostiene en los momentos de duda, la que le impulsa a decir “sí”. Y es esa misma fe la que hoy lo lanza a la misión, con los pies en la tierra y el corazón en el cielo. Su ejemplo nos recuerda que seguir a Cristo no es una renuncia al mundo, al contrario, no es perder la vida, sino darle sentido.

En medio de tanto ruido, de tantos mensajes que prometen felicidad fácil y superficial, el testimonio de Juan es un faro que nos  ilumina. Nos invita a preguntarnos qué nos mueve, qué nos sostiene, qué damos a los demás. Él ha optado por entregar su vida a Dios y al servicio de los demás, y lo hace desde la alegría, desde la libertad y con un profundo amor.

Ojalá su testimonio inspire a muchos. No sólo a quienes puedan estar sintiendo una vocación, sino a todos los que buscamos vivir con coherencia, con profundidad, con verdad. Porque más allá del camino que cada uno elija, lo que el mundo necesita con urgencia son personas auténticas, comprometidas y llenas de esperanza. Juan, con su “sí” valiente, nos recuerda que todavía hay jóvenes dispuestos a ir a fondo, a darlo todo, y eso es motivo de alegría para todos. Felicidades Juan y buen  servicio.

La Provincia

InfoNorte Digital

martes, 15 de julio de 2025

"La inteligencia artificial: aliada del aprendizaje y no amenaza"

 

Por Esteban G. Santana Cabrera 

Estamos viviendo un momento apasionante en la Educación. La aparición de la inteligencia artificial (IA) en nuestra vida cotidiana, y por supuesto también en nuestras aulas, está marcando un antes y un después. Como ocurrió en su día con la llegada de los ordenadores, de las pizarras digitales o de las Aulas MEDUSA, hay voces que se alzan en contra de esta tecnología por desconocimiento. Pero demonizar la IA sin comprenderla, sin conocerla, es repetir los errores del pasado. La historia nos enseña que todo avance tecnológico ha generado miedo al principio, como la imprenta en su día, pero hoy nadie se imagina una escuela sin libros, sin ordenadores, o sin conexión a internet.

La IA, lejos de ser una amenaza, puede convertirse en una herramienta muy interesante, tanto para el alumnado como para el profesorado. No viene a sustituir a nadie, sino a complementar el trabajo docente, a facilitar la burocracia, a personalizar el aprendizaje y a ofrecer nuevas oportunidades de aprendizaje. Pero para ello, necesitamos algo fundamental: formación.

En España, uno de los principales problemas del sistema educativo es que las tecnologías suelen llegar antes a las aulas que la formación al profesorado. Y con la inteligencia artificial está ocurriendo lo mismo. El alumnado ya la usa de manera cotidiana, muchas veces sin entender sus riesgos ni su verdadero potencial. Mientras tanto, muchos docentes aún no saben por dónde empezar. Este desfase es preocupante, pero también es una oportunidad si logramos actualizar nuestra formación, podremos guiar al alumnado con responsabilidad y sentido crítico.

Porque esta es una de las claves: educar en pensamiento crítico. La IA es capaz de generar contenidos de forma automática, pero no de discernir con criterio humano qué es adecuado en cada momento, relevante o ético. Esa labor sigue siendo exclusivamente nuestra. Por eso, debemos enseñar a nuestro alumnado no solo a utilizar estas herramientas, sino a contrastar la información, a cuestionarlas, a preguntarse por su origen y su fiabilidad. Las rutinas y destrezas de pensamiento son grandes aliadas en este proceso. Nos ayudan a estructurar el pensamiento, a promover la reflexión y a desarrollar una actitud crítica frente al conocimiento.

Utilizar la IA en clase puede abrir la puerta a proyectos interdisciplinares, a nuevas formas de evaluación, a tutorías más personalizadas y a un aprendizaje mucho más inclusivo. Un alumno con dificultades de expresión escrita puede beneficiarse de herramientas de apoyo que le permitan mostrar sus conocimientos de otra manera. Un docente puede ahorrar tiempo en la elaboración de materiales o en la corrección mecánica, y dedicarlo a lo que realmente importa: acompañar, motivar y orientar.

Por ello, algo debemos hacer. No se trata de introducir la IA como una moda más, sino de integrarla con un espíritu pedagógico. No basta con tener acceso a estas tecnologías; hay que saber para qué y cómo usarlas. Esto implica también un cambio en la formación inicial del profesorado, así como en la formación continua. Debemos generar comunidades de aprendizaje para aprender unos de otros, espacios de experimentación, de reflexión, de investigación en los propios centros. Me gustaría destacar el IX Taller de Innovación Educativa que organiza, como cada año, la Escuela de Ingenieros Industriales de la ULPGC y que este año puso el foco en la IA y en las nuevas tecnologías. Pudimos disfrutar de ponencias interesantísimas como la de Miguelo Betancor, titulada “Del humanismo al transhumanismo” o el taller de elaboración de rúbricas con IA de María Esther Rodríguez, ambos profesores de la ULPGC, y además se presentaron varias experiencias como la de una ONG que surge desde la EIIC, el trabajo de la Fundación Sergio Alonso y otras de alumnado y profesorado donde las tecnologías contribuyen a una convivencia más saludable.

La IA ha llegado para quedarse, y cuanto antes la entendamos, antes podremos introducirla con todas las garantías en nuestras aulas. Una educación en la que prevalezca el pensamiento crítico, de paso a la creatividad, humana y que esté conectada con el mundo real. Como tantas veces en la historia, el reto no está en la herramienta, sino en cómo la usamos.

TeldeActualidad

InfoNorte Digital


sábado, 12 de julio de 2025

IX Taller de Innovación Educativa


Como dice mi amigo Miguelo Betancor, todavía hay locos de la Educación. Como cada año nos juntamos unos cuantos en el mes de julio para asistir a las Jornadas de Innovación que organiza la EIIC ULPGC Es una satisfacción realizar una formación interesante y sobre todo teniendo el foco en la Innovación.

Ver short: https://youtube.com/shorts/Y9Ln4VMVHI4?si=HOFZWno1RLeu53OW

viernes, 11 de julio de 2025

miércoles, 9 de julio de 2025

La huella modernista de Miguel Martín‑Fernández de la Torre en Tamaraceite

 

Por Esteban G. Santana Cabrera  
Pocos vecinos de Tamaraceite son conscientes del valioso patrimonio natural, urbano y artístico que les rodea. En medio del crecimiento urbano acelerado y los cambios sociales, muchos de los elementos que definieron la identidad del barrio han quedado relegados al olvido o apenas reconocidos. Sin embargo, entre sus calles aún resisten testimonios de una época donde la arquitectura, el arte y la vida cotidiana se entrelazaban con singular armonía. Recuperar esa memoria no es solo un acto cultural, sino también un ejercicio de dignidad colectiva que tratan de recuperar algunos vecinos que incluso se han alineado en asociaciones culturales y de defensa del patrimonio como Tasate o La Periferia.

En el corazón de Tamaraceite, una joya de la arquitectura moderna permanece en pie como testimonio de una época vibrante y de una visión artística adelantada a su tiempo. Se trata del edificio diseñado por el insigne arquitecto Miguel Martín‑Fernández de la Torre (Las Palmas, 1894 – 1980), considerado el mejor representante del racionalismo arquitectónico en Canarias y figura clave en el desarrollo urbanístico de Las Palmas de Gran Canaria.

Tras obtener su título en la Escuela de Arquitectura de Madrid en 1920, regresó en 1922 a su ciudad natal. Aquí inició su carrera, colaborando inicialmente con su antiguo profesor Secundino Zuazo y proyectando infraestructuras públicas fundamentales, como el edificio del Cabildo de Gran Canaria (1932), el Instituto Nacional de Previsión y el Cine Cuyás.

Corría el año 1965 cuando el pintor de Tamaraceite, Jesús Arencibia, encargó a Miguel Martín, hermano del pintor simbolista Néstor Martín Fernández de la Torre, el diseño de un edificio para su vieja casa familiar, situado en la confluencia de la Calle Doctor Medina Nebot y la Carretera del Norte C‑813, frente al antiguo Ayuntamiento de San Lorenzo y el Cine Galdós. La casa estaba situada en un lugar estratégico del Tamaraceite de los años 60, ya que era el núcleo principal administrativo, económico y cultural del pueblo. El resultado fue una construcción de tres plantas que, durante años, albergó negocios emblemáticos como el Estudio Fotográfico Paco Vargas, donde muchos de los chiquillos y mayores nos hicimos nuestras primeras fotografías de carnet y de estudio, pero también en la subida estuvo la querida Heladería de Verdú, a donde acudíamos sobre todo los más pequeños a tomar un helado en el descanso de las proyecciones cinematográficas.

Este edificio, hoy rehabilitado, casi ha perdido su esencia modernista, un edificio que destacaba no solo por su valor arquitectónico, sino por su conexión con uno de los proyectos más ambiciosos y coherentes de la arquitectura canaria del siglo XX. La trayectoria de Miguel Martín-Fernández de la Torre, además de racionalista, se diversificó tras la Guerra Civil hacia el estilo autárquico y el neo‑canario, en obras como el Parador de Tejeda, la Casa de Turismo del Parque de Santa Catalina e incluso el emblemático Pueblo Canario, en colaboración con su hermano Néstor, todas ellas con una clara vocación de realzar lo canario como reclamo cultural y turístico.

Un hito decisivo para la preservación de todo este legado fue la donación del archivo profesional de Miguel a la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Con más de mil proyectos digitalizados disponibles en el portal Memoria Digital de Canarias, se pueden consultar los planos originales de este edificio de Tamaraceite, así como de otras obras públicas, urbanísticas y privadas.

Este edificio olvidado es un legado del talento de Miguel Martín‑Fernández de la Torre, su compromiso con el racionalismo y el regionalismo canario, y su capacidad de entrelazar arquitectura, espacio urbano y vida comunitaria. Un símbolo vivo del esplendor cultural de los años 60 en Las Palmas de Gran Canaria que muchos ni conocen y que merece ser estudiado y valorado.

Revista Digital BienMesabe

La Provincia





martes, 8 de julio de 2025

Juntos volamos más lejos

Por Esteban G. Santana Cabrera  

Nos encontramos en la era de la interconexión, donde el trabajo en equipo ha dejado de ser una opción para convertirse en una necesidad. La mayoría de los retos sociales, científicos, tecnológicos y medioambientales de hoy en día no pueden resolverse de manera individual. Requieren colaboración, escucha, empatía y la capacidad de construir soluciones de manera colectiva. Esta realidad se refleja también en las profesiones del futuro: los empleos más demandados valoran no solo los conocimientos técnicos, sino especialmente la capacidad de trabajar con otros, de aportar al grupo y de generar sinergias.

La escuela, como primer espacio de socialización y aprendizaje formal, tiene un papel clave en la formación de este espíritu colaborativo. Más allá de los contenidos curriculares, el desarrollo de habilidades como la cooperación, la comunicación y la resolución de conflictos debe ocupar un lugar central en nuestras escuelas. Enseñar a trabajar en equipo desde Educación Infantil no solo prepara a nuestros niños y niñas para su futuro profesional, sino también para construir una sociedad más justa, solidaria e inclusiva.

En este sentido, los proyectos interdisciplinares y vivenciales son herramientas especialmente potentes. Un excelente ejemplo de ello es la radio escolar. En muchos centros de Canarias, se puede ver cómo la práctica del trabajo cooperativo se convierte en una experiencia real, enriquecedora y profundamente educativa. Cada programa que se emite es fruto del esfuerzo conjunto de un equipo donde cada integrante tiene una función específica: desde la redacción de contenidos y entrevistas, hasta la locución, la edición de sonido o la gestión del tiempo en el estudio. Todas las piezas deben encajar para que el resultado final fluya, y eso requiere diálogo, coordinación, responsabilidad y, sobre todo, confianza en los demás.

En uno de nuestros programas dedicados al Día del Libro, por ejemplo, los niños y niñas trabajaron de forma conjunta para crear una lectura dramatizada, combinando voces, música y efectos de sonido. No solo fue una actividad creativa, sino también una oportunidad para practicar la cooperación, respetar turnos, asumir responsabilidades y resolver dificultades de manera conjunta. Nadie destaca por encima de los demás: el éxito del programa es el éxito del grupo.

Además, experiencias como esta tienen un fuerte componente inclusivo. La radio escolar permite integrar distintas capacidades, ritmos de aprendizaje e intereses. Todos pueden aportar algo valioso, y esa diversidad enriquece el resultado final. Cuando el trabajo en equipo realmente funciona, se aprende también a cuidar al otro, a esperar, a acompañar, a celebrar los logros comunes y a afrontar juntos los errores.

Y es que educar para el trabajo en equipo es también educar para la vida. Podemos inspirarnos en una bella metáfora que me recordó el amigo Sergio Martínez y que nos regala la naturaleza: la de los gansos en vuelo. Estas aves migratorias vuelan en formación para ahorrar energía y avanzar con más fuerza. Pero lo más hermoso ocurre cuando uno de ellos enferma o se hiere: no se queda solo. Dos compañeros lo acompañan, lo protegen y permanecen con él hasta que puede seguir su camino. Esa lección de lealtad y apoyo mutuo es un espejo de lo que deberíamos cultivar en nuestras aulas.

La escuela debe ser ese lugar donde todos aprendan a volar en formación, sin dejar a nadie atrás. Porque solo trabajando juntos podremos llegar más lejos.


La Provincia

InfoNorte Digital