Por Esteban G. Santana Cabrera |
Proteger a nuestros
hijos no es algo malo, yo diría que hasta necesario, no así la
sobreprotección. Quedan atrás aquellos
tiempos en que los niños salían a la calle a jugar, a comprar el pan o a hacer
un simple recado. Cada vez vemos menos niños que van a tirar la basura, a jugar
con sus juguetes a la acera. Sabemos que la sociedad de ahora no es la misma de
hace unos años, pero... ¿quién tiene la culpa de este cambio? ¿Será que la
sobreprotección, el miedo o la comodidad nos hace criar a hijos más
manipulables y sin pensamiento crítico? Oímos habitualmente decir a algunos
padres aquello de "mi hijo no lo voy a dejar pasar las penurias por las
que yo pasé". ¿No estarán equivocados? ¿No será que no dejamos madurar a
nuestros hijos como es debido? ¿Somos conscientes del peligro que esto acarrea?
Yo me quedé huérfano de
padre muy pequeño, con apenas doce años, teniendo que trabajar desde esa edad
tan temprana. En muchas ocasiones mis
hermanos y yo tuvimos que enfrentarnos a tareas y compromisos que no eran
propios de un niño, pero que fue puliendo
nuestras personalidades. Pasó el tiempo, y ya en la universidad, tenía
compañeros que se dedicaban solamente a estudiar, sin ningún otro oficio, y
perdían el tiempo y las convocatorias porque no aprovechaban el tiempo. Mi
infancia y mi juventud me enseñaron la importancia del esfuerzo, que para conseguir algo había que trabajarlo
duro y no venía "caído del
cielo".
En la sociedad actual
tenemos un mal de base, el darle todo hecho a nuestros hijos, y entono el
"mea culpa", porque por comodidad, por evitarles esfuerzos y
sufrimientos, les facilitamos las cosas hasta el punto que no se dan cuenta del
verdadero valor de las cosas. Las celebraciones de cumpleaños que tienen
nuestros hijos hoy en día se pueden equiparar casi a celebraciones de boda o
bautizos de los de antes. Los días de Reyes se convierten en un sinsentido por
querer contentarlos en todas sus peticiones, pero... a los tres días apenas le
hacen caso a los juguetes que campan abandonados porque no tienen tiempo para
jugar con todos y cada uno.
Los "efectos
secundarios" de la sobreprotección se pueden manifestar de muchas maneras.
El más claro es el niño que presenta deficiencias en el desarrollo del
lenguaje, y que en muchas ocasiones es porque su propio ambiente no le invita a
esforzarse para comunicarse, porque lo tiene todo hecho y no le ayudan ni
acompañan en el esfuerzo para conseguirlo. Timidez, miedos, agresividad,
desinterés en el aula e incluso depresión son otras consecuencias de la
sobreprotección. Por ello es importantísimo crear un buen ambiente de
aprendizaje en la escuela y en casa, que ayude al alumno en el proceso
madurativo.
El Psicólogo David Cortejoso, Máster en Terapia de conducta y
Trastornos de la personalidad nos da algunas pautas para evitar la
sobreprotección como docentes y como padres en su artículo "La
sobreprotección de nuestros hijos y sus efectos" publicado en el portal Psicoglobalia. Según Cortejoso hay que dejar que el niño o
lo niña se enfrente a las dificultades y a los problemas, para que busque
soluciones a los problemas de la vida. Que haga las cosas que le corresponden
por su edad, sin miedo a que se pueda equivocar o caer. ¡Si se cae de la
bicicleta no pasa nada, ya se levantará! También debe aprender a relacionarse
con otros que tengan perspectivas distintas a las de los padres. Afirma también
Cortejoso que "debemos ayudarle cuando lo necesite, pero no solucionarle
siempre los problemas. Debe aprender por sí mismo a buscar las soluciones o los
apoyos necesarios". ¿Cuántos padres no "hacen las tareas" de sus
hijos? Y aunque parezca una burrada, es literal, y lo digo con conocimiento de
causa. Debemos conocer a nuestros hijos con sus talentos y limitaciones y en
función de estos fomentar el esfuerzo. Porque sin esfuerzo no tendremos a
hombres y mujeres maduros el día de mañana y serán más fáciles de manipular.
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