Por Esteban G. Santana Cabrera |
Cuando el profesorado asiste a un congreso, ponencia o taller educativo sobre innovación, la sangre nos fluye por las venas como si fuéramos adolescentes recién enamorados, y sin dilación tratamos de cambiar la educación tradicional y apegada al libro de texto y a los contenidos tan arraigada en nuestra sociedad, por otra más innovadora, que atienda a los distintos talentos del alumnado, que le ayude a pensar de manera crítica, que fomente la creatividad, que cambie el ambiente de aula y los métodos de trabajo. Cuántas veces no nos hemos quedado maravillados con ponencias o congresos sobre metodologías emergentes que a la semana o al mes ya se han "diluido" y no queda más que como un recuerdo. Pero ¿Por qué es tan difícil la innovación educativa?
Ésta es una de las principales preocupaciones de muchos profesionales de nuestros centros educativos. Pero en todos ellos hay una coincidencia: "el principal problema es el tiempo". Una buena ponencia, charla, taller, etc., necesita tiempo para la información y para la formación pero también necesita tiempo para la implementación. La "responsabilidad" de la innovación en las aulas "cae" en la jefatura de estudios, líder pedagógico del centro, pero que está en muchas ocasiones tan saturada por la burocracia y el papeleo, que no tiene tiempo literal para encargarse de su principal competencia, el liderazgo pedagógico y el cambio educativo.
A lo largo de los últimos años hemos visto "morir" muchos proyectos innovadores en centros porque han quedado "difuminados" por falta de tiempo para la coordinación y una buena implementación, acompañado claro está por unos espacios poco adecuados para el trabajo cooperativo y colaborativo, un ambiente de aula que provoca todo tipo de sentimientos menos ilusión, ganas, imaginación, etc...
A mí me gustaría reivindicar desde estas líneas una figura que podría llevar este cambio adelante en la escuela. En Canarias tenemos desde hace varios años en los centros REDCICE (red de centros por la innovación y la continuidad) la figura del profesorado Dap, docente de actualización pedagógica, que en docencia compartida trata de implementar toda aquella formación que recibe desde los centros del profesorado. Pero al Dap le pasa lo mismo que al jefe de estudios, tiene una serie de horas estipuladas en su horario para formación, para entrar en dos o tres grupos, y hacer lo que pueda, con ayuda del tutor claro está. Y hay experiencias muy bonitas que se están desarrollando y las hemos visto en Jornadas de Buenas Prácticas, pero... ¿y si se va el Dap? ¿Qué ocurre en el centro? ¿El dap se ha preocupado de llegar al resto del profesorado utilizando los planes de formación, las CCP o los claustros para formar a sus compañeros? ¿Es un proyecto del dap o un proyecto del centro? Son muchas cuestiones que a veces se quedan en el aire y que no se valoran porque el propio sistema nos lleva a que el cambio y la innovación se vaya "diluyendo" en el camino.
En los centros debería crearse una figura que es el mentor, un docente experimentado miembro del claustro y que debería ser el responsable de la innovación del centro, en coordinación con la jefatura de estudios, el dap si lo tuviera, el equipo de orientación y las asesorías de referencia de los centros del profesorado. Consuelo Vélaz de Medrano Ureta Catedrática en Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) habla en el estudio COMPETENCIAS DEL PROFESOR-MENTOR PARA EL ACOMPAÑAMIENTO AL PROFESORADO PRINCIPIANTE sobre la mentoría, figura que según ella consiste en un proceso de acompañamiento en la tarea y la integración en el grupo e institución de referencia, y no en la mera actuación del mentor con respecto al mentorizado. Es una relación entre ambos, de reflexión compartida sobre problemas en los que ambos se ven inmersos e interpelados, un proceso de diálogo profesional en el que la mayor experiencia es el principal rasgo que configura el rol de mentor, aunque no solo la experiencia. Resalta un aspecto interesante Consuelo Vélaz y es que el mentorizado tiene un rol mucho mas activo, pues plantea los problemas que le preocupan, las necesidades que tiene, pero los límites del problema no están delimitados o definidos de antemano, ni tampoco su actividad sobre ellos. El mentor no evalúa, acompaña, guía en el proceso de la innovación y del cambio, de esos pequeños cambios que el profesorado va a ir introduciendo poco a poco en su aula y que van a hacer que el proceso de cambio innovador esté más sustentado, con buenos pilares, partiendo de la realidad del centro y del profesorado.
Para Consuelo Vélaz un mentor- sería aquél que conoce y regula sus propios procesos de construcción del conocimiento, tanto desde el punto de vista cognitivo como emocional, y puede hacer un uso estratégico de los mismos ajustándolos a las circunstancias específicas del problema o situación a la que se enfrenta. En consecuencia, ser competente profesionalmente consistiría en saber sobre (conocimientos); saber cómo intervenir (conjunto de habilidades y destrezas cognitivas, emocionales, sociales y procedimentales que permiten aplicar el conocimiento que se posee); saber relacionarse (disponer de habilidades sociolaborales); saber utilizar estratégicamente el conocimiento y perfeccionarse (disponer de competencias metacognitivas); y saber comportarse (ajuste a valores, principios, creencias y actitudes profesionalmente válidas y colectivamente aceptadas).
Si la educación funcionara como las empresas, a buen seguro que ya habría un mentor en cada centro o por distrito, ya que nos aseguraría un porcentaje de éxito mayor en la implementación de la innovación, y por supuesto que aumentaría el éxito escolar, pero sobre todo, tendríamos un guía preparado para acompañar al centro en el proceso de cambio. Podríamos terminar diciendo "ponga un mentor en su centro" si no quiere que el cambio educativo sea "flor de un día".
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