Por Esteban G.Santana Cabrera |
Con el permiso de ustedes, me gustaría cambiar el estribillo de una canción de Alberto Cortez, por este otro: "cuando un maestro se va, algo se muere en el alma". Aunque también es verdad que la huella que deja es imborrable para el paso del tiempo. En estos días la comunidad educativa del IES Tamaraceite, en Las Palmas de GC, ha tenido la pena de despedir para siempre, después de una larga enfermedad, a un MAESTRO con mayúsculas, y al que muchos docentes admirábamos por su compromiso con la educación en Canarias. Admirado por docentes, alumnado y familias, era el alma de un centro que no ha sido fácil timonear y del cual, Antonio Godoy, supo sacarle durante años el mayor partido. Mientras duró su enfermedad, siguió dirigiendo el centro aportando lo mejor de su ser, aprovechando las treguas que le daba su proceso, siendo MAESTRO hasta el final.
Pero los buenos maestros nunca mueren. Yo he tenido muchos y muy buenos, aunque también, y siento reconocerlo, algunos muy malos. Pero no malos por no saber "dar clases", porque aquí le podemos aplicar el dicho popular "cada maestrillo tiene su librillo", sino porque les faltaba lo esencial, la vocación.
Y un docente sin vocación es un cuerpo sin alma, una fotografía sin imagen, un mar sin agua o un libro sin palabras o imágenes. Un docente sin vocación no emociona, no te hace vibrar, sentir, crecer. Me gustaría echar la vista atrás y recordar a mis buenos maestros, esos que me enseñaron que ser un estudiante de éxito no era lo mismo que ser una persona de éxito. "Lo importante es ser buena persona", lo demás viene después me dijo uno de ellos en una ocasión. Y no deja de tener razón, porque el mal del docente en muchas ocasiones es olvidarse de lo verdaderamente importante, que es emocionar al alumno y no perder horas y horas en contenidos inútiles que pueden encontrar a golpe de clic en cualquier dispositivo móvil. ¿Qué es más importante, saber de memoria los ríos de España o saber buscarlos y ubicarlos después de haber investigado? Pues me quedo con la segunda, porque la memoria falla y con el tiempo más.
El fallecimiento de un docente, la jubilación o el traslado de centro, muchas veces se convierte en una tragedia para padres y alumnado, pero también se convierte en un momento que sirve para engrandecer a esta profesión, de las más bonitas que existen y de las que más responsabilidad conllevan. Porque ponerse en manos de un médico "tiene tela", porque te puede dejar "de aquella manera" si se le va el bisturí en la mesa del quirófano, pero ¿y el maestro? Un mal maestro es más peligroso que un mal médico, un mal cura, un mal político o un mal conductor. Porque en él depositamos lo más preciado de nuestras vidas, a nuestros hijos, que los va a "moldear", a instruir, para lo bueno y para lo malo.
Cuando un maestro se va, algo se muere en el alma, nos deja tristes pero contentos cuando vemos que el legado que deja atrás es trabajo y compromiso.Al buen maestro lo recordaremos siempre, del maestro malo mejor ni hablar. Permítanme hoy acabar mi reflexión cantando: " Cuando un maestro se va, queda un espacio vacío, que no lo puede llenar, la llegada de otro maestro. Cuando un maestro se va, queda un tizón encendido que no se puede apagar ni con las aguas de un río. Cuando un maestro se va, una estrella se ha perdido, la que ilumina el lugar donde hay un niño dormido. Cuando un maestro se va se detienen los caminos y se empieza a rebelar, el duende manso del vino"...
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