Autor: Fernando Trujillo
¡Cómo pasa el tiempo!
No me refiero, en este caso, a su velocidad sino más bien a su ritmo diferenciado en distintos sectores sociales. El tiempo no avanza en el sector tecnológico o la banca (ambos están muy ligados, solo hay que ver cómo evolucionan los cajeros automáticos y lo bien que funcionan) igual que en el derecho o la educación. Son las heterocronías sociales, desajustes en el ritmo de cambio de los distintos subsistemas que conforman la sociedad.
El particular avance lento de la educación está en su código genético. La escuela se diseñó conservadora, para conseguir la socialización de los jóvenes en unos modos de vida determinados, y no tanto para discutirlos o mucho menos para transformarlos. La escuela como agente de transformación social es posiblemente el mayor experimento de hackeo de la historia reciente de la humanidad.
En realidad hoy se asume con facilidad que la escuela está en la base no solo de la mejora de la sociedad sino en el puesto de la salida para la búsqueda de soluciones para todos los problemas sociales.
Si tiene usted una necesidad social, asígnesela a la escuela.
Ese podría ser el adagio que tienen en mente muchos de nuestros conciudadanos, incluidos aquellos que tienen responsabilidad política. La lista es larga: plurilingüismo, nuevas alfabetizaciones, nueva masculinidad, nuevas nacionalidades (o supra-nacionalidades), el carácter emprendedor o una nueva eticonomía, una economía que se base en la ética para buscar el bienestar de los ciudadanos y no su opresión podrían formar parte de esa lista, pero habría muchos otros candidatos.
¿Puede la escuela asumir todo esto? Tengo una doble respuesta: sí y no.
Mi respuesta es sí porque se debe hacer y se está haciendo. Tengo la suerte de visitar muchos centros educativos y he visto educación bilingüe de calidad (y de la otra, claro), bibliotecas escolares fomentando la lectura eficazmente, prácticas de coeducación que tratan desde los nuevos modelos de familia hasta la homosexualidad o la transexualidad con absoluta naturalidad, centros que animan a sus estudiantes a aprender usando las estrategias del emprendimiento o que enseñan economía para seres humanos y no para el 1% de la población. ¿Se puede? Sí, muchos centros lo hacen y yo he tenido ocasión de verlo.
Para poder asumir estos retos muchos docentes han tenido que expandir la concepción convencional de qué significa enseñar (con frecuencia asimilado a “explicar y corregir”) para incluir otras acciones: compartir una visión acerca del perfil competencial de salida de sus estudiantes y acerca de cómo estos aprenden y debemos enseñarles; revisar críticamente sus prácticas y sus materiales; integrar el currículo; ampliar los verbos de su práctica docente (como ya escribí recientemente); usar herramienta y artefactos digitales; y, sobre todo, confiar en su capacidad para enseñar “de otra manera”. Muchos docentes están en el camino de acompasar su manera de enseñar a las necesidades sociales percibidas para la escuela.
¿Y eso es todo?¿Todo depende de tener los docentes y los centros adecuados?¿Son estas cuestiones una responsabilidad exclusivamente escolar? La respuesta es no. La escuela sola no puede ni debe asumir todos los retos de la sociedad si con ello se permite que otros agentes (individuos e instituciones) se desentiendan de su responsabilidad. Educar no es una actividad meramente escolar, sino ciudadana.
En este sentido, la ciudad es el entorno educativo apropiado para afrontar muchos de los retos que hemos comentado y los ayuntamientos son los responsables de asumirlos. Estoy convencido de que si algún regidor municipal lee estas líneas (cosa bastante improbable) al instante pensará que ni es su responsabilidad ni tiene recursos para hacerlo. Esa será, sin duda, la respuesta de un responsable municipal que no comprende realmente la trascendencia de la educación.
Más allá de vacías declaraciones institucionales acerca de la importancia de la educación, necesitamos que nuestros alcaldes y alcaldesas comprendan que preocuparse por la educación seriamente es invertir en inteligencia y en resiliencia territoriales, los mejores antídotos contra las crisis que habrán de venir, pues el capitalismo no sabe vivir sin ellas. Apostar por la innovación, y por la creatividad y repensar desde ellas las ciudades nos permitirá afrontar los problemas con más garantías de supervivencia.
Así pues, el concepto de Ciudad Educadora y, de manera implícita, el proyecto educativo de ciudad son herramientas indispensables para construir el futuro de nuestra vida juntos: promover la participación educativa de la comunidad, la búsqueda de compromisos para garantizar el éxito, las iniciativas para colectivos con dificultades, la mejora del capital cultural de las familias, la accesibilidad a los recursos socioeducativos y patrimoniales, el aprendizaje a lo largo de la vida, la coordinación entre instituciones y agentes socioeducativos o el trabajo conjunto de las áreas y servicios municipales son algunas de las actuaciones que José Luis Muñoz y Joaquín Gairín encuentran en los municipios que transforman la realidad social a través de la educación. Como afirma Vicente Guallart (2012) en La ciudad autosuficiente, hay que “inseminar educación y capacidad de liderazgo en los barrios”.
Y en este punto no solo la escuela debe ser la referencia fundamental para el proyecto educativo de ciudad sino que los centros universitarios (de universidades presenciales o centros asociados de la UNED) deben ser un valor para la resiliencia y la inteligencia territorial. Como ya defendí en un post anterior, la universidad tiene herramientas para enriquecer su entorno, pero tiene que romper las paredes de su torre de marfil, salir a la calle y poner al servicio de la ciudadanía su conocimiento y su capacidad formativa e investigadora. Esa es la universidad que a mí me interesa, la universidad que nos interesa a todos.
Ahora bien, ¿se producirán estos cambios por sí mismos?¿Se modificará la política educativa de nuestros municipios de manera espontánea y autónoma? Me temo que no y me atrevo a decir que es responsabilidad, precisamente, de los docentes señalar a sus ayuntamientos para que den los pasos necesarios para que nuestras ciudades sean ciudades educadoras. Así pues, sigamos asumiendo los retos que se vierten sobre la escuela como desarrollo (responsable) de una educación emancipadora pero, al mismo tiempo, convirtámonos en una voz reivindicativa para que ningún ayuntamiento deje de afrontar los restos de la inteligencia y la resiliencia territoriales a través de la educación: Ciudades Educadoras, sí o sí.
Esta reflexión ha sido generada con motivo de la invitación de la Dirección del Centro Asociado de la UNED en el Campo de Gibraltar para que impartiera la lección inaugural del curso 2016-2017. He sido feliz volviendo a un centro que fue mi casa durante muchos años, donde fui muy feliz y donde aprendí mucho. Como hacía entonces, me solidarizo con un equipo directivo, un claustro y un personal de administración y servicios que realizan una oferta universitaria de calidad en mi tierra a pesar del desprecio al que históricamente se han visto sometidos por los responsables políticos, que nunca han sido capaces de ver su importancia y de dotarla de los medios necesarios para realizar adecuadamente su tarea. Sirva la siguiente presentación como homenaje a todos estos tutores y tutoras de la UNED en el Campo de Gibraltar y para los miles de estudiantes que han cursado estudios superiores gracias a su esfuerzo y su buen hacer. Pensar que durante un tiempo fui parte de ese claustro me enorgullece porque entre esos tutores y tutoras están las mejores inteligencias de mi tierra:
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