Fuente: evaluaccion.es
Aprovechando que en los últimos años todo se mueve a velocidad de vértigo en educación, pisemos el acelerador hasta llegar a la velocidad de la luz para repasar, en toda su amplitud, lo que sucede en una secuencia académica real. Iniciamos un proceso didáctico nuevo y, como es habitual, presentamos los objetivos a nuestros alumnos y establecemos la hoja de ruta a seguir. El docente es el centro del proyecto y todo gravita alrededor suyo. Las sesiones son esencialmente magistrales y se cimentan sobre el trabajo individual del alumnado. El profesor se esfuerza para optimizar cada momento de aula. El ritmo es intenso y la cercanía en la tarea de ayudarles en las dificultades que vayan surgiendo es prioritaria. El plan no concluye aquí. Conforme avanzan los días se programan ejercicios de repaso para realizar fuera de la jornada lectiva con el fin de reforzar los contenidos. Todo fluye con normalidad y cuando el proceso entra en su recta final se realiza una jornada de repaso previa a una prueba oral o escrita para dar una respuesta a los últimos inconvenientes que hayan podido surgir. Finalmente llega el día del examen y de ver cómo han reaccionado ante la ingente cantidad de pequeños detalles que fluctúan en estos casos.
Aturdidos por la inercia de la tradición
Evaluar, en una de sus acepciones, se refiere a señalar el valor de algo . Es, sin duda, un acercamiento cruel a la realidad porque prioriza la meta por encima del camino. Desgraciadamente, el día a día en los centros educativos suele estar contaminado por una inercia que viene de lejos y que basa el factor de éxito en los exámenes. Es evidente que el examen es un recurso al que se le asigna un peso muy importante y que es complementado por una infinidad de detalles que se deben procesar y analizar. Algunos de ellos son plenamente tangibles y suceden en clase; por ejemplo, siempre estimamos las aportaciones que los alumnos realizan en el aula, la limpieza con la que realizan sus quehaceres o el trabajo en equipo. Podríamos incluso caer en la tentación de pensar que nada escapa al control de los docentes que organizan así sus sesiones porque el corpus de datos obtenidos para calificar es amplio y objetivo, pero nada más lejos de la realidad… Lo que en un principio parece sencillo encierra contradicciones difíciles de solventar. ¿Cómo podemos ser rigurosamente objetivos cuando decidimos incluir en nuestros criterios de evaluación aspectos que suceden fuera de nuestro ámbito de control y que son, por lo tanto, intangibles? Llevamos tiempo reflexionando sobre la idoneidad de que los alumnos realicen sistemáticamente tareas extraescolares. Es un factor que suele tener mucho peso en los criterios de evaluación que figuran en las programaciones, pero ¿cómo debemos valorar el proceso cuando no podemos realizar un seguimiento directo del mismo? Es habitual cuantificarlas positivamente, pero el hecho de que se presenten no supone necesariamente que el alumno haya realizado por su parte un completo trabajo de campo.
Hacia un modelo cooperativo de evaluar
¿Es posible encontrar una alternativa al modelo tradicional que nos permita romper con la inercia establecida y que nos posibilite establecer un acercamiento a la unidad didáctica desde una perspectiva distinta? Podemos tratar de cambiar la dinámica de trabajo para plantearlo como un reto cooperativo donde los alumnos se organizan en equipos de trabajo para que todos se beneficien del potencial de sus compañeros. El docente no sería el centro del proceso, sino que gravitaría alrededor de los grupos estables dispuesto a participar en el proceso de aprendizaje. En momentos puntuales se requerirán estrategias comunes, sin duda, aunque el equipo gestionará el grueso del trabajo y el profesor incidirá directamente en estas
pequeñas unidades. Así, dejaremos que tomen las riendas de la organización para afrontar los retos que tienen por delante y elaboraremos conjuntamente planes de gestión y producción de contenidos, tanto individuales como de equipo, con una temporalidad adecuada para que puedan llevar el plan a buen puerto. La red se pone en marcha, coge velocidad de crucero y llega a todas las dimensiones del proyecto. Una de las claves de la planificación consiste en establecer una coordinación sólida tanto en el aula como fuera de ella. Poco a poco avanzamos hasta que llega el día de comprobar los progresos que han realizado los alumnos. Dicho con otras palabras: nos toca evaluar, pero en esta ocasión hay factores que enriquecerán el proceso y llegarán donde nosotros no hemos podido llegar.
pequeñas unidades. Así, dejaremos que tomen las riendas de la organización para afrontar los retos que tienen por delante y elaboraremos conjuntamente planes de gestión y producción de contenidos, tanto individuales como de equipo, con una temporalidad adecuada para que puedan llevar el plan a buen puerto. La red se pone en marcha, coge velocidad de crucero y llega a todas las dimensiones del proyecto. Una de las claves de la planificación consiste en establecer una coordinación sólida tanto en el aula como fuera de ella. Poco a poco avanzamos hasta que llega el día de comprobar los progresos que han realizado los alumnos. Dicho con otras palabras: nos toca evaluar, pero en esta ocasión hay factores que enriquecerán el proceso y llegarán donde nosotros no hemos podido llegar.
El camino es más importante que la meta
El hecho de no tomar en cuenta la opinión y la experiencia que el alumno ha experimentado en la secuencia didáctica es el error más grave que podemos cometer a la hora de afrontar el proceso de evaluación. Si decidimos estructurar nuestras aulas de manera cooperativa estaremos aprovechando la oportunidad de conocer más en profundidad los puntos fuertes y los aspectos a mejorar de cada uno de los integrantes de los equipos, así como su grado de implicación en los retos acordados, lo cual nos permitirá a su vez establecer planes de mejora personalizados más realistas y efectivos. Esta nueva dimensión nos proporcionará un cúmulo de datos y de sensaciones indispensable para completar nuestra visión del proceso y debería convertirse en el eje vertebrador de cualquier estructura escolar. Como todo proceso de mejora, el tiempo de adaptación y la paciencia son claves para avanzar. La transformación no será sencilla porque es fundamental que los alumnos, a lo largo de todas las etapas educativas, se vayan familiarizando con el método hasta que consigan asimilarlo, pero en el momento en que entiendan que el éxito de su proyecto personal está íntimamente ligado al del colectivo no ya no habrá vuelta atrás. El reto implica la voluntad de llegar a acuerdos y de separar claramente, y por el bien común, el afecto personal de la objetividad a la hora de evaluar el trabajo realizado y es aquí donde habrá que incidir e insistir. Y es nuestra fe en su criterio para poder cuantificar toda la dimensión del esfuerzo realizado en el aula y fuera de ella lo que convertirá a la evaluación en un proceso más justo y menos imperfecto.
Imagen de cabecera: Josean Padro, con la autorización de los participantes.
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