Por Esteban G. Santana Cabrera |
El profesorado de la enseñanza pública en España, en torno al 70% del gremio total, pasa un examen de ingreso en forma de oposición para acceder al cuerpo de docentes, con plaza fija o para pertenecer a una lista de reserva. Salvo esta prueba, el colectivo de docentes de la enseñanza pública no pasa “control” alguno a lo largo de su carrera. Aquí entra la frase “cada maestrillo tiene su librillo”, o lo que es lo mismo, cada uno hace lo que sabe o lo que puede.
La evaluación del profesorado está legislada o se requiere por política o norma en tres cuartos de los países de la OCDE y países asociados. Se me hace muy difícil entender que a nosotros como docentes nadie nos supervise de manera directa. En mis más de veinte años de carrera, solo en una ocasión me ha entrado un inspector en el aula, y porque venía de visita con la viceconsejera al colegio. En todo este tiempo nadie se ha preocupado de qué es lo que hago dentro del aula ni de cómo lo hago. Lo que importa a la administración es el rendimiento del alumnado, o lo que es lo mismo, si tu índice de aprobados es superior al de suspensos nunca tendrás problemas.
En la mayoría de los países de la OCDE, los resultados de la evaluación del profesorado sirven para tomar decisiones informadas sobre actividades de desarrollo profesional mientras que en España los resultados de la evaluación del profesorado solo sirven para el acceso a puestos permanentes.
Pero fíjense ustedes, en cambio en España, para ser director o directora de un centro, los candidatos necesitan presentar un proyecto y pasar un tribunal con evaluación positiva. Además es obligatorio completar un curso específico sobre gestión directiva.
Y yo me pregunto: ¿por qué no se evalúa al profesorado? ¿a qué se tiene miedo?
Si le preguntamos a los docentes, y de esto puedo dar fe porque he podido durante estos tres últimos años hacer de observador, nunca de examinador ni de juez, creo que a la mayoría no le importaría que se le “observara” su práctica docente, si este examen no fuera para ver lo negativo, sancionar o amonestar, sino que fuera para darse cuenta de sus carencias y partir de ahí para mejorar su formación y con ello su práctica de aula.
Porque lo que está claro es que el buen docente no nace sino que se hace, pero no se puede hacer él solo, sino que tiene que crecer en comunidad, junto a otros docentes, aprendiendo día a día, formándose, equivocándose y rectificando, aprendiendo de sus errores y de los demás. Pero esto no se consigue con aulas cerradas a cal y canto, con aulas cuyos aprendizajes no salen hacia fuera, que no se llevan a la vida diaria, muchas veces por miedo al qué dirán o a ser juzgados primero por los compañeros y luego por la comunidad educativa en general.
Nos estamos preocupando por introducir nuevas metodologías, nuevas prácticas de aula más competenciales, queremos ser y funcionar como centros punteros de Europa, centros del S XXI, pero sin tocar ni la evaluación del profesorado ni reflexionar sobre los medios de los que disponemos, que con el tiempo se van quedando obsoletos. Porque un elemento tan esencial como es el profesorado no se puede dejar a la buena de Dios, a que se forme el que quiera y que se actualice el que pueda. Y les aseguro que no va a ser el profesorado el que se niegue a que esto ocurra, pero para ello tendrán que preocuparse menos los políticos de cambiar leyes que en la mayoría de las ocasiones no aportan nada o casi nada a la sociedad, e ir a lo verdaderamente importante, o lo que es lo mismo, que el profesorado tenga unos medios mínimamente decentes para poder enseñar su labor, ser innovador, poderse coordinar con sus compañeros para diseñar conjuntamente y no ser meros transmisores de lo que dice el libro de texto.
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