Por Esteban G. Santana Cabrera |
Las atletas Nikki Hamblin y Abbey D'Agostino protagonizaron una de las imágenes más bonitas de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, mientras participaban en la prueba de 5.000 metros. Y no por realizar una gran carrera, ni batir un récord olímpico, sino por una actitud solidaria por encima del triunfo final. Estas imágenes me han hecho caer en la cuenta de varias cosas, vistas desde la óptica del educador.
¿Competente o competitivo? Es la pregunta que debemos hacernos en los centros educativos cada vez que un alumno acaba una etapa. ¿Qué alumnado estamos educando? ¿Qué prima en esta sociedad? ¿Quién llegará a tener éxito, el alumnado competitivo o el competente? ¿Nosotros, como padres, queremos unos hijos competitivos o competentes? En primer lugar habría que tener en cuenta que no es lo mismo ser competente que ser competitivo, aunque en algunos momentos se entremezclen y/o se confundan. Ser competente sería aquella persona capaz de aplicar a distintos contextos académicos, sociales y profesionales los conocimientos aprendidos, capacidades, destrezas y actitudes. Esto es algo que no se aprende en un momento determinado, como cuando nos aprendemos las tablas de multiplicar, sino que se hace con el tiempo.
La sociedad actual está cambiando. Lo recoge muy bien el monográfico Las reformas educativas basadas en el enfoque por competencias: una visión comparada, realizado por tres profesores de la Universidad de Granada, Julián Jesús Luengo Navas Antonio Luzón Trujillo y Mónica Torres Sánchez, y donde describen de manera muy gráfica las tendencias globales que muestran la evolución descrita dentro de la actual sociedad (learning society) y que supone una ruptura con el concepto hasta ahora empleado de la cualificación del “puesto de trabajo” para dar paso a la introducción de la “flexibilización de los recursos humanos” y de la lógica competitiva: por un lado hacer frente a los acontecimientos, afrontar situaciones imprevistas y tomar iniciativas, responder de manera pertinente y adecuada, ser responsable y autónomo, movilizar recursos; por otro lado la capacidad de relación y de comunicación, aceptar trabajar conjuntamente con un objetivo común, manejo y destreza de las nuevas tecnologías, evaluar los efectos de las propias decisiones; y finalmente, adoptar una lógica orientada hacia los demás, lo que implica, desarrollar capacidad de empatía, escuchar y comprender las necesidades del otro, autonomía y capacidad de iniciativa, búsqueda de soluciones adecuadas, entre otras.
Pero estos mismos autores afirman que ésta es una sociedad en la que prima la competitividad. La falta de valores, el todo vale, la importancia del yo frente al nosotros, son solo tres de los indicadores que nos llevan a la conclusión de que a pesar de que el sistema educativo va en una línea, crear y formar alumnado competente, la sociedad del consumo va por otro lado, por el de la competitividad. Días atrás, en una charla con una amiga, me decía que su mayor preocupación era que su hijo pudiera saber en vez de dos idiomas tres, que algún día toque un instrumento, que practique algún deporte, que vaya a alguna actividad que fomente el cálculo matemático y si hay tiempo que tenga un par de horas de refuerzo a la semana. ¿Y cuándo juega tu hijo, le pregunté? ¿Y cuándo se relaciona con sus hermanos o sus padres? ¿Tiene tiempo de leer o aburrirse? ¿Hablas y juegas con él?
Aprovechando el año olímpico nos podríamos preguntar ¿qué alumno tiene más posibilidades de éxito en la sociedad actual, el competente o el competitivo? ¿Se puede extrapolar esto para el deporte? ¿Queremos hijos-ordenadores o personas?
La propia Unión Europea afirma que la inclusión de las competencias en el currículo tiene como principales finalidades: Integrar los diferentes aprendizajes, tanto los formales, incorporados a las diferentes materias, como los informales y no formales, además de permitir a los estudiantes integrar sus aprendizajes, ponerlos en relación con distintos tipos de contenidos y utilizarlos de manera efectiva cuando les resulten necesarios en diferentes situaciones y contextos. Estas mismas orientaciones de la Unión Europea insisten en la necesidad de la adquisición de las competencias por parte de la ciudadanía como condición indispensable para lograr que los individuos alcancen un pleno desarrollo personal, social y profesional que se ajuste a las demandas de un mundo globalizado y haga posible el desarrollo económico, vinculado al conocimiento. ¿Pero, no será que una cosa es lo que quiere y pregona la UE y otra lo que hace? ¿No será que el mundo va en otra onda? Lo dejo ahí.
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