Comparto con ustedes un artículo del docente Jordi Martí, donde explica su visión de la educación tradicional en la educación del S XXI.
Al igual que no creo que la innovación educativa sea lo que nos están vendiendo como tal, tampoco creo que usar el concepto de “educación tradicional” sea el más adecuado. Quizás convendría más hablar de prácticas educativas y menos de contraponer tipologías globales para considerar todo lo que se está haciendo en nuestras aulas como algo homogéneo y monolítico. Menos aún cuando lo cierto es que, en la mayoría de aulas, lo que hace el docente es usar las estrategias educativas que le permitan sobrevivir y, de paso, intentar que sus alumnos aprendan. Y para ello no hay ni una única herramienta, ni una sola metodología. Hay algo mucho más importante que se llama adaptación al contexto. Una adaptación que es la clave para obtener buenos resultados y que, poco tiene que ver con innovaciones o tradiciones.
Pero bueno, lo que es de recibo hoy es comentar algunos de los errores de la mal llamada educación tradicional porque, por suerte, algunos tenemos claro que no hay maneras de dar clase buenas o malas pero sí que hay algunos errores que, por desgracia, hacen que esa clase se convierta en algo muy poco educativo.
El primer error de la educación tradicional es el sedentarismo docente. Encontrarte a docentes cuya máxima es procurar levantar sus posaderas lo menos posible de la silla que tienen en su aula es algo auténticamente demoledor. No es sólo el sedentarismo ya que, siguiendo con el concepto de docente artrítico, también es complejo entender cómo uno puede enseñar sin moverse de su silla o de su tarima. Sí, siguen existiendo tarimas en el siglo XXI. Y, sinceramente, más que preocuparme la posibilidad de tropiezos de alguno, lo que me preocupa es que el docente engorde por su posición estática. No es malo dar clase, en ocasiones, desde la pizarra. Lo malo es hacerlo exclusivamente desde ahí.
La mal entendida clase magistral también es un gran error. No se trata de saber mucho y tener estrategias que permitan capturar al auditorio (algo que, por desgracia, la mayoría de docentes no poseemos). Se trata de cuestionar a aquel que, al tener pocos recursos, se ve obligado a tirar de un libro de texto o un pdf para aburrir al personal recitando, hasta la mínima coma, una letanía de palabras que han escrito otros. Bueno, a lo mejor cuando era joven se hizo sus materiales pero, considerar que veinte años después se puede dar lo mismo y de la misma manera, debería llevar a reflexionar. Ojalá los docentes pudiéramos dar clase de forma magistral, con las manos en los bolsillos y con una oratoria impecable pero, después de años rodando por diferentes centros educativos, he de reconocer que es muy complicado encontrar a un docente con esas habilidades.
Ya tenemos al docente estático y al que usa magistralmente el libro de texto (ironía). Ahora queda el error que supone el uso del libro de texto como único material del aula. Su necesidad de acabarlo, la consideración del mismo como currículum y, ya no digamos la dependencia de su solucionario. Usar un libro de texto no es tan grave, usarlo como algo absoluto, recitando los ejercicios que salen en el mismo y, obligando a los alumnos a que lleven el mismo, es algo que, a mi entender, es un error. Si uno usa una herramienta, lo lógico es que la use para cubrir un aspecto de su trabajo, no que su trabajo se use para satisfacer a la misma. Y satisfacer al libro de texto parece que sea el leitmotiv de algunos docentes.
Seguimos con más cuestiones. Entre ellas la programación y burocracia que, en ocasiones, subyace tras la gestión de muchos centros educativos. No se entiende que en pleno siglo XXI se tengan que seguir haciendo programaciones a principio de curso y no programaciones continuas, tampoco que se sigan usando libretas del profesor para poner notas habiendo herramientas gratuitas para esa labor ni se entiende que los padres tengan la misma dificultad en ver lo que pasa en los centros educativos que la que tenían nuestros padres habiendo la posibilidad de articular una bonita página web o blog de centro.
Ahora cuestiones prácticas… no entrar en las aulas de nuestros compañeros (la política de puertas cerradas), considerar el aula física como algo personal y propio (hay algunos que aún no entienden que los espacios educativos de los centros son de todos -sí, hablo por docentes que tienen aulas específicas-), reuniones de trabajo donde se siguen las mismas dinámicas que no sirven de nada basadas en reducir el hablar de metodología educativa al cero más absoluto y, cómo no, el no articular proyectos que engloben a diferentes compañeros porque “mi asignatura es mía y me coordino con mis partes”.
No creo que se trate de tradición, creo más bien que se trata de malas prácticas que se habrían de cambiar. Por cierto, en el ámbito educativo deberíamos dejar de usar el discurso de enfrentamiento entre tradición e innovación porque, aparte de ser algo totalmente falso (nadie es tradicionalista o innovador en todo momento), es un binomio que, da la sensación que sólo interese a quienes viven de contraponer o usar cualquiera de las dos expresiones para descalificar a quien no piense como él. Un error que comparten tanto los “innovadores de salón” como los “diplodocus docentes”. Que haberlos, aunque sean una minoría muy mediatizada, haylos.
Autor: Jordi Martí
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