lunes, 27 de abril de 2015

Deberes sí, deberes no.

Por Esteban G. Santana Cabrera
Los que peinamos canas vivimos una etapa escolar en donde los deberes eran algo cotidiano y que nadie cuestionaba. ¡Y pobre si no los hacías! La "pena" o el "reglazo" con la mano abierta no te lo quitaba nadie. Todavía recuerdo las "nalgadas" que me dio un profesor en cuarto de primaria por no saber hacer una raíz cuadrada. Y yo, mientras me daba tortazos, me preguntaba que para qué servía aquello, la “leña" y la raíz cuadrada. 

Hace cuarenta años, cuando el profesor era poco menos que un Dios al que no se le podía reprochar nada, se podía entender, por la época, pero hoy en día hay cosas que ya ni se cuestionan, y una de ellas es el tema de los deberes. O al menos los deberes "tradicionales", los de antes, los de siempre, a destajo y sin sentido, que no le dicen nada a los niños. Primero porque ni los tiempos son los mismos, ni los docentes, ni los medios, ni los niños, ni la sociedad tampoco.

El fin de semana escuché a una madre decir que se tenía que marchar de un cumpleaños porque su hijo tenía que hacer dieciocho problemas de matemáticas, y digo bien, dieciocho, en cuarto de primaria. Y me vino a la mente esa imagen de mi profesor dándome unas nalgadas bien dadas por no saber hacer una raíz cuadrada. Mi mente rebobinó cuarenta años atrás y me puse en el lugar de ese niño que tan bien se lo estaba pasando en el cumpleaños y que, tenía que dejar a sus amigos atrás porque, un sábado, tenía que ponerse a hacer dieciocho problemas.

Lo que pueda decir yo de los deberes igual no tiene la importancia que pueda tener en boca de
Francesco Tonucci, un maestro y pedagogo italiano, asesor científico del proyecto El Museo de los Niños de Roma, y de otras entidades vinculadas al Proyecto La Ciudad de los Niños, que se está llevando a cabo en varios países del mundo, y al que tuve la oportunidad de escuchar el año pasado en nuestra ciudad. Él dice al respecto que los deberes son una equivocación pedagógica y un abuso, que nunca consiguen el resultado que la escuela dice conseguir, aprender y motivar al estudio. Lo que debería ser una ayuda para los más débiles, al final se convierte en todo lo contrario porque estos no son tan capaces de hacerlos por sí solos, y en muchos casos sus padres no pueden ayudarles por no tener ni el tiempo ni los estudios necesarios para ello. Según Tonucci los que más aprovechan los deberes son los que menos los necesitan: aquellos que tienen familias que les pueden ayudar, por formación o porque tienen recursos económicos para derivar esta responsabilidad en terceras personas. 

También nos decía Tonucci que el juego debería tener tanta importancia en la vida del niño como el estudio. Si el niño pasa cinco horas seguidas en el colegio, al menos debe tener cinco horas para jugar. Y si pasan cinco días estudiando, al menos dos deben ser para el ocio y la familia. Yo, con permiso de Francesco Tonucci, pienso que lo que debemos hacer es conjugar ambas cosas, escuela y juego. Debemos tender a una escuela tan atractiva para nuestros niños y niñas que quieran ir cada día como si fuera a un cumpleaños o a una fiesta. 

Por todo ello, deberes sí pero con sentido y responsabilidad, atractivos, significativos, que diviertan a la vez que enseñen, que les haga crecer, emocionarse y disfrutar, pero sobre todo que les ayude para la vida.

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